De búcaros y andadores

02 de Enero de 2025

En  espera por saber qué puesta en escena ante la Catedral sería la iniciación  del Jubileo Papal, se presentó la oportunidad de tomar nota de dos constataciones. Una era los dos enormes búcaros, aparentes, llamativos, vistosos por las flores y vegetales que contenían. Situados  ante el portón principal de la Catedral suscitaban la pregunta: ¿Qué hacen allí? Sobre todo si su valor de mercado respondía a su apariencia;  la otra constatación era ver cómo, por la otra puerta, la lateral, las personas, mayores o muy mayores se ayudaban unas a otras para salvar las escaleras subiendo los andadores y, en el ascenso,  sustituyendo los bastones por el apoyo personalizado. Las sillas mecanizadas no disponían de otra opción que esperar el retorno de sus dueños.

La Catedral de Huesca es uno de los pocos edificios públicos de la ciudad donde todavía  está pendiente el facilitar  el acceso para las personas con movilidad limitada. Para más desconcierto, es el público de preferente asistencia y uno de los edificios más frecuentado por este tipo de personas.

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La confusión es mayor cuando se constata que, a diferencia de la solución adoptada en la Compañía, donde ese acceso aparece como un pegote poco menos que ineludible, en la Catedral la solución es fácil y no costosa. Una rampa de chapa antideslizante de pocos metros, muy pocos metros, que en el peor de los casos podría solucionarse con dos módulos contiguos inmovilizados entre sí que ni siquiera tendrían que estar anclados. Tal rampa colocada en el lateral donde está el acceso a la torre no tendría problemas de integración, incluso se podría jugar con la yuxtaposición de materiales siempre que se evitara su estridencia. El acero cromado no desentona. Su silueta necesariamente sería sencillísima.  Por supuesto sería un añadido reversible, tal como se pide de forma ineludible cuando se interviene en el patrimonio histórico.

Claro está que este acceso desemboca en la portada principal. Pero a estas alturas, después de casi 60 años, no se entiende que no se haya enmendado el error que fue  eliminar el cancel interior que protegía  la entrada. Afortunadamente el portón es el original pero, consecuentemente, no ajusta con la inevitable incidencia de corrientes de aire, polvo y bichos. No sería un dispendio la colocación de una caja de láminas de cristal, que configuraran el recinto estanco que allí debió mantenerse. Ofrecería  la posibilidad para un valor  añadido cual sería la posibilidad ocasional de mantener los portones abiertos y poder contemplar a través de los cristales, desde la plaza, el retablo mayor iluminado. El atractivo sería incuestionable en circunstancias seleccionadas.

Si hasta ahora se ha usado como pretexto la carencia de un Plan Director, ahora que lo hay, sea o no operativo, no excusa que ya, de forma urgente, se actúe en la Catedral y su Entorno, sometido a un acelerado proceso de desintegración, acentuado en las dos últimas décadas. Si ahora hay que esperar a que enderecen los pináculos y revisen la cubierta “vamos apañaos”. Para ello es urgente formular otra forma de gestión en el Patrimonio eclesiástico del Obispado.

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