María Victoria Trigo

Canal Roya en boca de todos

Escritora y montañera
26 de Marzo de 2023
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Resulta esperanzador que proteger Canal Roya sea un asunto que requiera de pocas explicaciones a la ciudadanía. La labor desarrollada por la Plataforma en Defensa de las Montañas, que acumula experiencia en estas cuestiones, recoge su fruto no solo en las adhesiones que aumentan cada hora, sino en el hecho de que en el día a día y en cualquier entorno, la sociedad se muestra suficientemente conocedora de la ilógica de
destrozar un valle en aras a unos intereses que, conforme hablan quienes apoyan ese despropósito, más fácil resulta condenarlo.

Las ventanas de las viviendas, las cumbres y destinos de rutas montañeras reciben la visita de la vaca que desde una pancarta diseñada por Ana Resya posa con gesto de cabreo triturando hierro entre el pasto. Anayeta es el nombre espontáneamente asignado a este animal que con mirada severa resume la imposibilidad de conciliar el respeto al medio ambiente con un vía crucis de pilonas y todas las obras requeridas para que la espada de un telecabina se incruste en el edén que los siglos se abstuvieron de mancillar.

Y no, señor Lambán, no es cuestión de soterrar, de levantar la alfombra para esconder la porquería. No es cuestión de repetir que todo el mundo está de acuerdo como si esa unión de estaciones de esquí no fuera un planteamiento que sería risible si no fuera tan indecente. No es cuestión de cerrar tribunas para que las verdades de Canal Roya salgan a la luz. No es cuestión, en definitiva, de pisar a fondo el acelerador de los trámites para que la maquinaria irrumpa sin dilación ávida de devorar Canal Roya y conducirnos a la sentencia de los hechos consumados.

Esto ya no va a funcionar, señor Lambán. Y no va a funcionar porque la ciudadanía percibe Canal Roya como algo propio. Ya no estamos en la época en que el dolor y los atropellos de los grandes pantanos eran percibidos como un mal menor e incuestionable por quienes no residían en los territorios directamente afectados. Ya no estamos en aquella coyuntura en la que el personal apenas sabía dónde se encontraban
Jánovas, Santaliestra, Biscarrués o Yesa y tragaba de buen grado con el mantra del interés general.

Canal Roya está en boca de todos. El aprecio a Canal Roya aumenta según los incondicionales mata montañas y los tibios cortesanos –plumas y voces columnistas y tertulianas que finamente miran a otro lado-, pretenden blanquear la inmolación de este paraíso en vez de protegerlo bajo la figura de un Parque Natural. Canal Roya pasea por la frutería, por el gimnasio, hace fila para entrar al cine, se integra en foros diversos sin tarjeta de presentación. Canal Roya es un tema que figura en conversaciones normales, con rango de cotidianeidad. Defender Canal Roya, ha rebasado fronteras –¡con qué preocupación nos miran los vecinos franceses desde su Parque Nacional!- y gana respaldos científicos, firmas de personas de toda clase y condición, colectivos que emiten valientes manifiestos. Y lo más reseñable es que Canal Roya ha ganado la calle. Canal Roya no es un cortijo para cacicadas. Canal Roya es el enclave físico para que la vida discurra del mejor modo que permitan el cambio climático y los daños ya causados a la naturaleza. Pero, sobre todo, Canal Roya es el escenario moral donde con el símbolo de la vaca Anayeta, hacernos fuertes quienes en nuestro barrio, en Bruselas o donde haya oportunidad, nos posicionamos para preservar un bien del que no somos dueños, sino responsables transmisores para quienes nos sucedan.

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