Lamentablemente, a veces uno se olvida de sus orígenes, de lo bien que se respira en el ámbito de lo cercano, de lo sano que es vivir pegado totalmente a la realidad.
Invitado por la directora de un centro tuve la inmensa suerte de acudir el otro día a visitar un aula de Primaria de las que como suele decirse “entran pocas en un kilo”. Todo sería normal si hablara de un grupo heterogéneo de 18 niños y niñas que comparten a diario esperanza, bullicio y entendimiento a partes iguales…pero no es así. En catorce ocasiones sus familias tuvieron que emigrar, literalmente como pudieron, anhelando siquiera una oportunidad para sus descendientes. Son hijos del Magreb, hispanos de diferentes latitudes y provenientes de países del este de Europa. Sus padres y madres tienen en común que tuvieron que desgajarse de sus raíces, de su gente amada, de sus costumbres, para adoptar nuevas maneras y hasta un sistema de escritura y pronunciación diferente al conocido.
Estos pequeños y sus cuatro compañeros, cuyo pasado se encuentra en nuestra provincia, son un auténtico ejemplo de normalización, de vivir la vida sencilla, de asumir al otro como propio y de no entender de problemas más allá de los del recreo. Por si la diversidad fuera poca, en esta miscelánea metida entre paredes, debe introducirse el capítulo de dos chicos con necesidades educativas muy especiales que requieren gran atención. Añadamos un trío de ucranianos encantadores que empiezan a balbucir el castellano y una niña venezolana que acaba de aterrizar. Les juro que cada uno de ellos da para un libro, hermoso sin duda, pero complejo hasta donde podamos imaginarnos y más.
Sin embargo, todo suena mejor en cuanto la maestra cierra la puerta y comienza a hablarles. Cada cual pone de su parte para que en el ambiente haya música en la disonancia, para que se pueda avanzar, para que haya armonía. Mi compañera docente toma con cariño infinito al niño que más lo necesita para calmarlo. La profesora de prácticas trabaja mientras tanto los aspectos generales con el gran grupo (¡benditos aquellos que estudian Magisterio por vocación!) Por su parte la profesora especialista, de plantilla en este colegio (pero no en todos, aunque se necesite) se dedica a enseñar nuestro idioma a los refugiados y a mejorar algo el nivel con el que llegó la última nena que salió del país advertida por sus padres de que no podía desvelar ni el viaje ni que ya no volvería. Cuidar el enorme desgaste que ha generado la vida a estos pequeños es primordial.
Poco alabamos la silenciosa tarea que realiza la gente de los colegios sean docentes o personal de administración y servicios. Si siempre fueron importantes en nuestras vidas, desde la pandemia deberían tener un altar en cada casa por todo lo que hicieron y por multiplicarse sin recibir un solo aplauso, ni una palmadita sincera. Quizá solo alguna buena palabra, de aquellas que se lleva el viento.
He querido escribir este artículo plagiando la obra de Dickens para agradecer el derroche de entusiasmo, energía y generosidad con que se emplean a diario los profesionales de centros concertados y públicos en algo que no se ve. La Educación pertenece al ámbito de lo etéreo, de lo que llegará, del camino permanente, lo que obliga al profesorado a sembrar sin esperar nada a cambio y a confiar en las personas.
A lo mejor por eso, a punto de finalizar el largo cuatrimestre que nos separa del verano, en los colegios se sueña con una noche estrellada, con un bebé que viene para dar luz y con una historia que a pesar de repetida nunca pierde su magia con los años.
Que así sea y feliz Navidad para todos.