No es aventurado afirmar que el campo se vengará al modo que nos describe la Biblia, con escasez de alimentos, plagas y dificultades extremas para producir. Situación que nos llevará a un encarecimiento brutal de los alimentos para la sociedad que desprecia al campo, año tras año, pagando muy caro el capricho de destruir la agricultura, ganadería y la pesca, con la idea de conseguir un “planeta verde”.
El campo se vengará al modo bíblico de una sociedad que olvidó y despreció su función primordial de la producción de alimentos. Los agricultores y ganaderos, sin olvidar a los pescadores, deberían ser considerados como productores de alimentos, independientemente de que lo hagan de manera intensiva o extensiva, ecológica o integrada, de regadío o de secano. Actividades en todos los casos muy dignas que producen los alimentos necesarios para mantener con vida a ocho mil millones de consumidores.
La contradicción en la que vivimos nos lleva a querer alimentos variados, abundantes, sanos y baratos, mientras atacamos con rabia a la actividad agraria y a sus gentes que trabajan en el campo con profesionalidad y sufrimiento. Este es el panorama: más habitantes que alimentar, pero menos terreno laborable, menos agua y menos agricultores, además de despreciados y perseguidos, sujetos a todo tipo de limitaciones.
Para dar de comer a todo el planeta hace falta inteligencia, voluntad, tecnología y también información veraz para que la sociedad les deje trabajar con rentabilidad y liberándoles de las cadenas burocráticas que tanto daño hacen a la productividad del sector primario. Sólo cabe preguntarse: ¿por qué los productos agro ganaderos son malditos y las inversiones verdes y de recreo son benditas? Oímos a muchos políticos y “gurús” desgañitarse en el debate de la economía de futuro, pero ¿alguien los ha oído alguna vez nombrar a la agricultura? No, el campo ya no existe para las cabezas pensantes, todos dan por hecho que los productos agrarios sanos y baratos seguirán inundando los mercados. Pienso que se equivocan. Más pronto que tarde el campo se vengará, y que nadie se queje cuando llegue ese momento, pues entre todos estamos incubando ese monstruo a base de desprecios y desórdenes mentales.
El precio final que paga el consumidor por los alimentos debe retribuir a la cadena de supermercados, al transportista, al almacenista y finalmente al agricultor. Adivine lector quién es el que menos percibe de esta cadena, pues lo has adivinado, el último de la fila.