Chapaplástico

Escritora y montañera
26 de Enero de 2024

Conservo memoria de aquel noviembre de 2002 del Prestige en que la palabra chapapote protagonizó el vocabulario de los desastres medioambientales. Un mes después, aprovechando los días de vacación de final de año, me sumé al voluntariado que con frágiles medios acometía la limpieza de aquella maldición negra y lo hice como ciudadana con ganas de apoyar en esa causa y con actitud de conocer in situ, a través de organizaciones defensoras de la naturaleza, qué había de verdad y de mentira –temo que más de lo segundo- en los mensajes entre lo ridículo y lo desvergonzado con que la Xunta de Galicia intentaba capear el temporal.

Recuerdo aquel Velorio do Mar, en la playa coruñesa de Orzán convertida en un cementerio plagado de cruces y la gran manifestación meses después en Madrid para que el lema Nunca Máis llegara a la capital vestido en aquellos monos blancos que parecían de papel. Recuerdo mucho dolor, mucha impotencia. Recuerdo igualmente la decepción que las urnas gallegas supusieron para cuantos esperábamos que aquella catástrofe pasara factura a quienes tan mal la habían gestionado. El resultado es sabido: no solo no hubo penalización sino que, además, los votos respaldaron la chapuza hasta el punto de que se extendió ese deplorable eslogan que rezaba Outro Máis.

Posteriormente, he visitado Galicia como peregrina a Santiago por diferentes vías y también como viajera menos esforzada, aunque siempre con el eco del Prestige y sus consecuencias. En septiembre de 2023 recorrí a pie doscientos kilómetros de la parte más afectada, esa fascinante Costa da Morte que, según algunos de sus habitantes con quienes tuve oportunidad de conversar, se hallaba totalmente recuperada. Entiendo que pecaban de optimismo y, sobre todo, de superficialidad hacia lo medioambiental. Casi todos manifestaban que allí no había sucedido nada grave, que el mar lo limpia todo y que lo del Prestige no había sido una calamidad sino una bendición ya que propició la llegada de mucho dinero a Galicia. Algo de razón llevarán sus loas materialistas a aquella desgracia cuando en una localidad de las más gravemente afectadas un restaurante tiene a gala llamarse Prestige.

¿Se repetirá la historia? ¿Qué haremos con la basura que el océano regurgita y extiende como una maldición? ¿De nuevo habrá subvenciones para maquillar litorales y adormecer conciencias? Cambian los nombres en los cargos políticos, pero la naturaleza continúa siendo la gran víctima. Las bolitas de plástico han dado sucesión a aquellos hilillos intrascendentes. Hay palabras que son olas turbias que regresan a la playa donde la humanidad naufraga en cada desperdicio generado y en cada respuesta silenciada.

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