En la grosura de los análisis poselectorales, todos los paradigmas entran en el mismo saco. Dan valor de universalidad aquellas palabras del viejo ministro: "Hemos ganado, no sé quién, pero hemos ganado". Hay una querencia volitiva en las interpretaciones: de entre la baraja, cogemos el naipe que más conviene a nuestra comodidad mental y renunciamos a la honradez intelectual en la que descansa nuestra facultad racional y nuestra ética. Quizás así se viva mejor.
El resumen general no necesita demasiadas zarandajas. Para que sea más sexy y no dejar la elección de los representantes españoles a un 49 % de los ciudadanos, no hace falta más Europa, sino mejor Europa. Aquella que anhelábamos cuando era objeto de deseo antes de entrar, aquella que nos seducía con las proclamas de la Europa de los Ciudadanos o la de la igualdad en los primeros noventa. El foco claro de aquellos tiempos implicaba que con muy poquitas opciones abarcáramos todas las necesidades, y las ocurrencias quedaban minimizadas, aunque existieran (recuerden a Ruiz Mateos).
Hoy, con el auge de posiciones extremas (no deja de ser paradójica la tolerancia de tantos medios de comunicación hacia los ultras de un lado y el desprecio hacia los del otro), el abanico no refleja riqueza, sino desafección y pérdida del rumbo. Europa, a la que defiendo en su concepto global porque es imprescindible para competir con la enormidad de las potencias mundiales y para ser un faro de democracia y libertad, es hoy débil en política exterior, apenas significativa en la de Defensa, antipática para los agricultores, indecisa en inmigración (sin estrategia ni solidaridad), miope hacia las necesidades reales del Tercer Mundo y vaga como acreditan la ínfima productividad y la limitada innovación (con excepciones de países contadas).
En la lectura nacional, la evidencia es que el PP ha ganado y ha duplicado su ventaja porcentual, que el PSOE ha aguantado pese a los casos de corrupción constatando el suelo que le coloca la férrea ideología de sus votantes, que VOX sigue fuerte, que la izquierda a la izquierda socialista es un pequeño desastre divisionario y que Alvise Pérez representa un fenómeno propio de tiempos de confusión cuando el sistema hace aguas y no se encuentran las respuestas dentro. Si hacemos la división de la revolución francesa, 31 de 61 en el ala derecha. Ya lo han trasladado a las generales los medios españoles. Mal escenario para la idea de Sánchez de adelantarlas si se ponía por delante de Feijóo.
Pero, con todo, merece la pena una lectura doméstica de la provincia de Huesca (también de Aragón, donde la voluntad de las bases fue abatida por el dedazo de Pedro). Con casi un 52 % de participación, dos puntos más que la media española, los resultados del PP suman un 3,5 % al conjunto de España.
Bien es cierto que también el PSOE ha estado 1,5 % por encima del escrutinio de Teresa Ribera en el país, pero hay fallas significativas. Han vestido el predominio de azul bastiones habituales del sanchismo (de Elisa, no de Pedro) como su propio pueblo, San Miguel de Cinca. Aquí me viene a la memoria aquel reproche a un viejo presidente de DPH porque "no gana ni en su pueblo", lo cual era rigurosamente cierto. Como lo de ayer en Pomar, Estiche y Santalecina.
El sanchismo oscense, siempre manu militari en sus cuitas internas y externas (por ejemplo, la imposición de Serrano como candidata frente a la aspirante lambanista respaldada por la militancia en un 98 %), ha tenido bajas emblemáticas. A la simbólica de la líder real del PSOE oscense (en las instituciones, medios de comunicación y parte de la sociedad civil), se han sumado otras derrotas curiosas como la de Alcolea de Cinca (de la diputada Begoña Nasarre), la de Robres (de la nueva eurodiputada, Rosa Serrano, por cierto de lo mejor del aparato socialista en calidad política y humana), la de Sariñena de la moción de censura contra la que mandó todas sus huestes la Sancho, la de una Lalueza tradicionalmente de izquierda donde sus alcaldes han sido ninguneados, la de Aínsa (aunque me da que su alcalde es librepensador) o la de Ayerbe... Hasta el monolitismo sempiterno se ha derrumbado en Arén (a los 48 del PSOE de Miguel Gracia, han replicado 29 del PP y 13 de VOX) y hasta Bonansa, donde cuatro electores han cogido la papeleta azul y dos la verde. ¡Vivir para ver! ¿Será posible?
Una vez estudiados los municipios de toda la provincia, la interpretación queda al libre albedrío. Pero hay una serie de cuestiones difíciles de rebatir. Primera, que esto son unas europeas y no unas municipales o nacionales. Segunda, que el mapa muy predominantemente rojo se ha convertido en azul. Tercera, que hay un componente fundamental para explicar el que pomposamente se denomina cambio de ciclo: la Diputación Provincial de Huesca, el foco del que emana el poder, sin que necesariamente concurra la autoridad. La clave del sanchismo (de Elisa, vida mía, ¡qué comedia del absurdo tendría aquí Jardiel Poncela) está en el Palacio. No les ha ido mal a quienes la han regido con la arbitrariedad a la que se llega después de 24 años continuados, 36 de 40 desde 1983), al fin y a la postre una está en la Mesa de las Cortes de Aragón y el otro acaba de conseguir, vía billete de avión a Rosa Serrano, un silloncito en el Senado. Que visto lo tal, ni tan mal. Eso sí, al sanchismo siempre le quedará el palco de El Alcoraz... pero esa butaca también puede cambiar de color.
P.D.: ¿Alguien ha pensado en una renovación dentro del PSOE altoaragonés? Que la respuesta es no, ni cotiza.