La reivindicación de autenticidad y la proclamación de sinceridad han sido objeto del pensamiento filosófico, de la sátira literaria y de las reflexiones a lo largo de la historia. Como la libertad, su ejercicio topa con la autenticidad y la sinceridad de los demás. Incluso puede devenir en consecuencias indeseadas. Sostenía Jardiel Poncela que la sinceridad es el pasaporte de la mala educación. Y es que bien aplicada es conveniente, mal utilizada un motivo de conflicto.
No reprocharé al presentador de las campanadas en La 1 que una de sus preguntas centrales tenga tanta profundidad como la de las veces que ha mantenido el entrevistado relaciones sexuales en el último mes. Esa invasión a la intimidad es posible si el interlocutor no tiene problema en desnudar algo tan hermoso o tan procaz como se quiera en la alcoba. Y, sin embargo, la presentadora de las campanadas en La 1 (televisión pública, no se pierda la perspectiva) ha invadido violentamente otro tipo de intimidad, la de la conciencia, con la exposición irrespetuosa (esto es, despreciadora y devaluadora del valor del respeto) de un Sagrado Corazón de Jesús en una vaca del Grand Prix.
Más allá de la evidente falta de talento que, como sostiene el gran Leo Harlem, constatan quienes han de apoyarse en el sexo, la política y la religión para hacer reír (que no es lo mismo que practicar el arte del humor), la utilización de la imagen sólo puede obedecer a dos razones: una, la estupidez que impide atisbar las consecuencias de nuestros actos, que es una opción; otra, la intencionalidad de procurar daño no sólo a sus personas, sino a sus conciencias.
La conciencia, como el cerebro que reivindica el investigador Rafael Yuste, es el fortín de nuestra personalidad que no ha de ser derribado por la pésima educación, por la maldad o por la estulticia. La violencia contra la conciencia ha propiciado holocaustos, apartheids, guerras y persecuciones en la historia. No, yo no me amparo en la comparativa que exhiben las redes para atacar a la individua. Tampoco quiero que los islamistas sean objeto de escarnio por su religión, por su credo. Aunque es cierto que la tal no se atrevería por cobardía.
Esta forma de persecución de los católicos, sin armas como en tantos países donde son asesinados, ha encontrado el acomodo inmediato en aras del libertinaje -que no de la libertad- en boca del ministro para todo, el señor Bolaños, que ha confundido conceptos y ha exhibido su doble rasero permanente e incoherente. Minimizar los delitos contra los sentimientos religiosos, contraviniendo además la Constitución, es dar manga ancha a la confrontación y atacar la convivencia. Representa un salvoconducto para invadir esa parcela del sentimiento y del pensamiento que es la propia fe. Nada tiene que ver, como sostienen quienes prefieren el enfrentamiento a la tolerancia, con "un colectivo", sino con el ataque a la libertad de cada individuo.
En esta sociedad en la que la polarización otorga impunidad a los unos y mordaza a los otros dependiendo del prisma, en la que la crispación es la principal arma defensiva, la incapacidad reflexiva de la señorita le garantiza la continuidad en las campanadas sanchistas pagadas con el dinero universal de los españoles. Pero, si fuera capaz (sé que tampoco le llegará), me gustaría que leyera esta "última verdad, la más sublime de cuantas he celebrado" de Andrenio, el personaje de El Criticón de Gracián:
"Lo que a mí más me suspendió fue el conocer un Criador de todo, tan manifiesto en sus criaturas y tan escondido en sí, que, aunque todos sus divinos atributos se ostentan, su sabiduría en la traza, su providencia en el gobierno, su hermosura en la perfección, su inmensidad en la asistencia, su bondad en la comunicación y así de todos los demás, que, así como ninguno estuvo ocioso entonces, ninguno se esconde ahora; con todo eso, está tan oculto este gran Dios, que es conocido y no visto, escondido y manifiesto, tan lejos y tan cerca: eso es lo que me tiene fuera de mí y todo en él, conociéndole y amándole".
Si el intelecto no le dirige, que le ablande la belleza. No es preciso que palpite por el Sagrado Corazón de Jesús. Tan sólo que lo respete.