El cáncer de la corrupción, la corrupción del cáncer y la eutanasia

Como sentenciaba John Steinbeck, el miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder

21 de Diciembre de 2024

"Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella". La de Joan Báez representa, envuelta en el aura de la cantante neoyorquina, una de las definiciones más certeras para definir la situación actual en la que confluyen los peores elementos del ser humano: las figuras delictivas presuntamente (por mor de nuestra magnífica Constitución) ejecutadas, la utilización de instrumentos del Estado contra todo concepto ético (y probablemente legal) y la insultante falta de respeto hacia los ciudadanos.

La corrupción de estos tiempos añade elementos "torrentescos" a la que, sin duda, se practicó en los ochenta, los noventa o los dos mil. Es, por así decirlo, de más baja estofa, lo que añade factores chuscos a un fenómeno siempre imperdonable. El uso tosco de la tecnología constata que la tontuna natural es tan poderosa que no hay artificialidad intelectiva que la supere. Lo del borrado de los datos del Fiscal General del Estado, sin duda indiciario cuanto menos, sólo es superado en dolo por la explicación ventajista y estulta del presidente del Gobierno queriendo hacer comulgar a toda la ciudadanía con ruedas de molino. Como si alguien tragara que en siete días no manejó la wasapera aplicación ni una sola vez.

Y, con todo, con esa sucesión de puteros, de casas para churris, de tráfico de influencias indubitable (no hablo del tipo ilícito, sí del tipo semántico), de dedazos adjudicatarios, de comisiones y comisionistas, de toda la patulea de gentuza del hampa, un asunto indignante que debiera hacer caer todo el castillo de naipes transita en un segundo plano entre koldos, aldamas, abaloses, begoñas, torres y personajes que no por chapuceros son menos siniestros y menos dañinos.

Es el de la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) que, como han denunciado más de 700 investigadores, ha sido capaz de someter a la ciencia a la penuria mientras ella se enriquecía de forma presuntamente ilegal y evidentemente inmoral. Cientos de miles de euros desviados, trato de favor a una ONG de su churri (sí, ella tiene churri también en su legítima realidad sexual) que estúpidamente pretende que no se usen animales para las investigaciones científics, pago a tocateja de dos casas en Galicia, compras de arte con dinero de donaciones para apoyar a los investigadores. Una sinvergonzonería en toda regla que merecería un cese fulminante y que, si no ha sido ya, es por esa analogía con el chiste del dentista al que el paciente coge fuertemente las gónadas para espetarle: ¿A que no nos vamos a hacer daño, doctor?

Si siempre se ha sostenido en uno de los tópicos, muy real, que el cáncer es una corrupción, la corrupción del cáncer es un agravante que debiera calificarse como tal. Que María Blasco haya estado desviando (es un bonito eufemismo para el latrocinio) dinero público (esto es, suyo, querido lector, y mío) para lucro personal y afectando negativamente a la investigación oncológica es de tal gravedad que exigiría, en un Estado sano, una inmediata destitución.

Viene a suceder, en realidad, que la indecencia se está apropiando de la legalidad manipulada para justificar todo. Y, en la política, esto es, en el servicio al bien público de interés general, no es necesario llegar al Código Penal y a los tribunales para dirimir responsabilidades. Es el caso del CNIO y el de toda esta sucesión de tramas distintas pero dirigidas por la misma cultura de la patrimonialización particular de lo que es de todos: convertir Moncloa en un trade center, los ministerios en un mercadillo de influencias y la investigación contra el cáncer en una oportunidad de medrar económicamente mientras los investigadores penan no exige un juez peinado ni un supremo. La ley natural dicta sentencia sin necesidad de la constitucional.

Entre todos se protegen porque, como sostenía John Steinbeck, el miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder. O, como esta semana mismo sentenciaba el zaherido y admirable doctor Cavadas, el tratamiento a esta política, por supervivencia de la propia democracia, es la eutanasia. La única forma de que renazca una nueva generación. Si Joaquín Costa levantara la cabeza, los ahuyentaba a bufidos.

Etiquetas: