El Honor es mi Divisa. El 14 de octubre de 1924, arraigó el cariño que mi familia ha sentido siempre por la Guardia Civil. Venía al mundo quien alcanzaría el grado de capitán, García Escribano, o sea, mi padre, Pepe. El suyo, Salvador, también vestía el uniforme verde aunque yo llegué tarde para conocerle, pues falleció unos meses antes de alumbrar mi madre a este escribano, el tercero después de mis hermanos Chemi y Jesusmari con los que comparto una fotografía, yo bien rechoncho, en la humildad de la Casa Cuartel de Pamplona. La misma en la que tanto dolor sufrí, tanta impotencia y tanta tristeza cada vez que un miserable como Chapote, Urrusolo u Otegui disparaban a la nuca de un uniformado.
Allí, en medio de la austeridad, aprendí a amar al benemérito cuerpo, una familia en la que todos conteníamos la respiración y rezábamos hacia dentro cuando los nuestros, que eran todos, partían al servicio no sólo de la patria, sino de todos los españoles con la incertidumbre del retorno feliz. Lo repetiré cuantas veces sea necesario y me adheriré a las palabras de Marimar Blanco de esta sesión del Senado: ¿Me van a decir que tengo nostalgia de ETA? Quien se procura para su argumentario tal indignidad, tal infamiia y tal estupidez es un miserable.
Con sentido familiar, el raciocinio no hizo sino proveerme de admiración. A lo largo y lo ancho. No existe en el mundo un cuerpo armado tan diverso y tan eficiente, por tierra, mar y aire. Desde lo más alto de las montañas con los Greim hasta lo más hondo de las aguas con los grupos de actividadces subacuáticas, a las unidades de Tráfico a la que sólo temen los infractores, la Policía Judicial, los equipos Roca para defender nuestros pueblos junto a los puestos, los servicios marítimos sobre cuyas débiles lanchas son arrolladas por otras demoledoras, los equipos @ con una pericia frente a la ciberdelincuencia que acecha invisiblemente o la central operativa de servicios que es la gran inteligencia natural. Profundidad en el desempeño especializado, universalidad para expandir sus efectos por todo el mundo donde no sólo suscita asombro, sino sobre todo tranquilidad. Allí donde aparece un tricornio, el mal se amedrenta y la gente de bien se serena.
He dejado voluntariamente otras unidades singularmente brillantes y cercanas a mis vivencias. Una, la de Información que tanto bien hizo en la lucha contra ETA y en la que tengo algunos de mis mejores amigos. Otra, la Unidad Central Operativa que, con gesto sonriente pero convicción profunda, sostengo es en estos momentos la esperanza de España en el combate de la corrupción al más alto nivel. Su perspicacia indagadora no entiende de amenazas, de persecuciones a los Pérez de los Cobos de turno por el aparato marlaskista o de acusaciones de parcialidad.
Tiene una virtud la Guardia Civil que procede de la Cartilla que el ministro del Interior demuele porque no sabe adaptarla a los tiempos ni dominarla a su antojo. El artículo dos sostiene que el guardia civil, por su aseo, buenos modales y reconocida honradez, ha de ser un dechado de moralidad. Por eso erradica a sus garbanzos internos como esos chivatos del caso Koldo o cualesquiera que hayan incumplido su código ético y el imperio de la ley, fundamental en un Estado de Derecho. Y por eso rehuye el temor de la conveniencia política, incluso contra las tentaciones a algunos de sus miembros.
La Guardia Civil ha celebrado 180 años con una discreción impuesta por el ministro del Interior, que ha hecho de su hostilidad a la Benemérita los dardos para intentar dejarla en fragilidad. Con el dolor por la barbaridad estúpida de su paulatina desaparición de Navarra que ha agudizado con el final de las fuerzas de Tráfico en la comunidad foral que ya no reconozco y ni siquiera siento salvo por la presencia de los míos, de los vivos y de los que ya reposan eternamente. Sin otro vigorizante que su espíritu.
La razón de tal desaliño gubernamental hacia la seguridad y la tranquilidad de los ciudadanos, de la garantía de la unidad de España, la encontramos definitivamente en el artículo 6 de la Cartilla: el guardia civil no debe ser temido sino de los malhechores; ni temible sino a los enemigos del orden.
Y porque procurará un pronóstico feliz para el afligido y velará por la propiedad y la seguridad de todos, acrecienta mi entusiasmo que, bien visto, arrancó hace hoy un siglo. El mismo que con cada pesquisa y éxito de sus unidades, de sus hombres y de sus mujeres. Y que es el que despliega desde el lagrimal refrescantes gotas de bendita nostalgia, de honor a los Caídos por España y de reafirmación en el canto de un himno que llevo entonando 63 años. Mi padre cumpliría hoy 100 años. Felicidades y gracias por impregnarme del amor benemérito.