Cultura y patrimonio, Notre Damme y San Pedro el Viejo

Si algo está cancelado, es la reflexión, la escucha y el amor por el conocimiento que, bien explotado, también es riqueza

08 de Diciembre de 2024

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha declinado acudir a la inauguración de la Catedral de Notre Dame porque la agenda familiar era incompatible con un acontecimiento que ha reunido a mandatarios de todos los grandes países del mundo... salvo España. En su presentación curricular, paradójicamente aparece entre sus credenciales la de diplomático. Y la de político. En ninguna de sus dimensiones, cabe concebir su ausencia. Dicho sea de paso, tampoco la de los reyes o el presidente del Gobierno. Pero el "común", tan espitoso, ha contestado explícitamente sobre su negativa en la que no está exenta su vocación anticlerical de corta perspectiva.

Es curioso lo del mismo ministro que en Huesca promovió y sufragó dos festivales periféricos o extrarradiales, a escoger, como expresión contra la cultura de la cancelación. Todo lo que le huele a tradiciones -toros- e iglesia están en el punto de vista de su cancelación. Dime de qué presumes y te afearé de qué careces, bandolero.

Pero, más allá del simbolismo de Notre Dame y de otras concepciones que tienen más que ver con el sectarismo de las banderías como es el caso -el tal Ernest, desconocido como la mayoría de los ministros lo cual es beneficioso para ellos y para todos porque los conocidos son una penica, hubiera acudido dejando todas las juergas familiares si se hubiera lastimado un ladrillo del Mausoleo de Lenin-, surge una reflexión que afecta a España y a todo nuestro entorno. En la Catedral parisina se han empeñado todos los recursos precisos, conocedores los franceses del valor de los valores -valga la redundancia- de la seo incendiada hace cinco años. A eso se le llama arraigo en la identidad, además de interés económico. ¿Cómo cuidamos en España el patrimonio?

Hoy mismo, un amigo me ha preguntado cómo es posible que San Pedro el Viejo esté cerrado el domingo. Algo inconcebible en la Huesca pretendidamente turística. Y, no nos engañemos, una carencia de muchas ciudades. Desprendido de palabra como estaba, le he recordado que hace más de treinta años con mi amigo Ramón Justes manteníamos una conversación que procedía de la eclosión de festivales costosísimos y, en repercusión, de medio pelo que empezaban a organizar técnicos culturales sin escrúpulos y con la faldriquera siempre abierta por si caía algo, a los que acompañaban políticos sin otro criterio que el de participar en ruedas de prensa y entregar premios de hojalata (por su relevancia, que no por su material).

Sostenía Ramón, que de esto sabía mucho y había padecido los derroches, él que era tan austero, que los presupuestos culturales estaban cargando la suerte en las manifestaciones efímeras mientras dejábamos que se cayera a trozos el legado histórico, muchísimo más valioso y abierto todo el año. Con los años, la percepción de Ramón se fue consolidando, de algo tenía que vivir una industria que, salvo honrosísimas excepciones, miente cada vez que traslada el retorno de la inversión pública, que de tal terminología sólo tiene pública y no inversión, y que esquilma los bolsillos de los contribuyentes. Lo realmente bueno escasea.

Cuatro años después de que partiera por el maldito covid ese prodigio de la perspicacia y la inteligencia natural que fue Ramón, nada ha cambiado aunque algunas iniciativas como las del acuerdo entre las instituciones y las diócesis abunden en la buena dirección, como también un destino privilegiado por las arcas públicas como La Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes en distintas legislaturas. Sin embargo, la comparativa entre los fondos para patrimonio y las aportaciones a la cultura efímera constata que esta parte de la balanza, cortoplacista y de alicorta visión, domina brutalmente, en unos casos con buena intención, en otros para rellenar pesebres acostumbrados de vacas demasiado engordadas. Una cultura de la cancelación de la cultura más sólida y más duradera.

Mientras -en términos de mi amigo Pepe Escriche- no hay puta pobre para chundaratas varias, la Catedral de Huesca podría ser una maravilla con un plan director que se anuncia y que se está haciendo de rogar eternamente, la de Barbastro no padecería las deficiencias que le amenazan, las torres de las iglesias no padecerían las penurias actuales, la Ermita de Salas (¡ay, si doña Violante de Hungría y Jaime el Conquistador levantaran la cabeza!) no se caería a pedazos y las paredes de los templos de la Lista Roja del Patrimonio que denuncia Hispania Nostra florecerían a favor no del culto, sino de la identidad cultural y del turismo dispuesto a aprender de las lecciones del pasado. Por supuesto, Huesca estaría llena de hitos del relato sertoriano de 1354 a 1845 con Cebrián, Huarte de San Juan, Malón de Echaide, Lastanosa, Azara y compañía. Tanto como decir un pequeño universo del conocimiento en casa.

Estoy absolutamente convencido de que este desahogo es absolutamente ineficaz porque aquí, si algo está cancelado, es la reflexión, la escucha y el amor por el conocimiento que, bien explotado, también es riqueza. Pero sea lo que sea para lo que sirva este humilde pensamiento de pepito grillo y abuelo cebolleta, sirve para mí y para unos cuantos lectores que son la guerrilla de resistencia frente a la ignorancia rampante y el permanente atentado contra un patrimonio que cualquier Estado mínimamente inteligente cuidaría porque, como dice el obispo don Ángel Pérez Pueyo cuando habla de las piezas devueltas y por devolver de Cataluña a Barbastro-Monzón, no son más que patrimonio del pueblo y de los pueblos con titularidad eclesial. Y la Iglesia, por muchos motivos también decadentes, no tiene la bolsa para sostener la cultura de todos ni el retorno turístico para todos. He dicho.