Curso para 'foranos' del colegio mayor

07 de Octubre de 2022

Hoy me he acordado del "Curso para foranos" y de la ET Laura Gómez Lacueva de Oregón Televisión. Los escasos minutos que ya dedico a la caja tonta me convencen de que la despectiva calificación adquiere cada vez más sentido. En nuestras cadenas de la inmediatez, somos incapaces de concebir la visión que tuvieron generaciones y generaciones que nos advertían lo que estaba por venir y cercenaba las expectativas del porvenir. Demoramos las respuestas a los problemas. Somos conscientes de las carencias de las leyes y de las inconveniencias de sus espíritus, pero dejamos para mañana o el pasado mañana del mañana la atención que debiéramos prestar hoy. Ya llegará otra... Y la que llega es, en el mejor de los casos, igual de mala. Un optimista antropológico como yo atisba, como hicieron aquellos antepasados de los aforismos sabios, las perversiones a las que conduce la inacción, la permisividad estúpida, la hipocresía elevada a los altares de la actitud sociológica de hoy.

La remembranza de los episodios de Oregón Televisión me viene suscitada por el escándalo que se ha montado con esas palabras incomestibles de ese colegio mayor donde unos degenerados soltaban espumarajos por sus negras bocas. El pelotón de fusilamiento mediático, gubernamental, partidario y fiscal ya está poniendo a todos en el paredón, para un nuevo 2 de mayo, sin pararse a pensar siquiera cuál es el enemigo que los jóvenes perciben como sí identificaban los ejecutados en 1808. Es más fácil entretenerse en palabras irreflexivas, tópicos, lugares comunes y correcciones políticas. Yo, que he sido tertuliano muchos años, sé lo fácil que es emplearse con toda la virulencia verbal en estos casos. Sale gratis. No exige ningún ejercicio mental. Sueltas una gorda y el siguiente contertulio sube la apuesta. Y, si te paras a intentar concebir -ya no digo empatizar- las causas, automáticamente te afean la conducta y te cuelgan un sambenito en forma de, yo qué sé, facha, rojo, machista, antediluviano, retrógrado, tolerante con lo inaceptable y otra serie de etiquetas que, a fuerza de sobreuso, quedan erosionadas.

Los agresores de brocha gruesa y talento descriptible del colegio mayor no son extraterrestres. Ni marginados. Ni excluidos. Tampoco las "agredidas" que, por el testimonio de algunas, asumen la inepcia mental de sus interlocutores como una tradición. Son alumnos de la LOMLOE e hijos de estudiantes de la LOMCE, la LOCE, la LOE, la LOPAG, la LOGSE, la LODE y la LOECE. ¡Es la educación, estúpido! Criados en casas donde los padres ponen macarrones y pizza el fin de semana para que estén contentos los niños (el marrón de la verdura, si acaso, que se lo traguen los comedores escolares), condescendientes con todos los caprichos que pueden, ciegos ante la evidencia de una cultura de convivencia alcoholizada (luego con escandalizarse porque un concejal invita a unos chupitos a unas representantes de la juventud aliviamos nuestra sensibilidad, como si fueran los primeros chupitos de su vida menor), convencidos de que todo lo que vemos y escuchamos por las calles es ajeno.

Retorno por las noches a casa por caminos alternativos. Nunca me ha gustado la monotonía. Atravieso una u otra plaza. En ambas, jóvenes que no superarán los 12 años se sueltan toda clase de lindezas: maricón, puta, pichacorta, bollera, comepollas, lamechochos... Es la nueva 'poesía urbana', como seguro definirían los encantados de conocerse aduladores de la corrección política incorrecta. No invento nada. Alguno de ellos puede desembarcar en ese colegio mayor. Alguna de ellas probablemente reciba las presuntas agresiones verbo-sexuales (pongo lo de presuntas porque ya no me atrevo a calificar nada en esta sociedad en la que imperan las élites amorales) desde el colegio de enfrente. Y todos nos volveremos a escandalizar. Como si fueran foranos. Como si tuvieran el aspecto de la ET Gómez Lacueva. Nos iremos a dormir y despertaremos como si nada. Tormentas de una noche de verano. Por la mañana, las televisiones habrán descubierto otro escándalo mayor y aquello pasará al olvido. En medio, quedarán vírgenes las reflexiones sobre la violencia de género rampante pese a los presupuestos crecientes, sobre el machismo adolescente dentro de nuestro ambiente de autocomplacencia, sobre la simplista vulneración del lenguaje con estereotipos (o estereotipas o estereotipes) propios de un idioma primitivo sin esculpir. Hasta que oscurezca, hasta la madrugada en la que voces desgarradas por el alcohol gritan por el pasaje Arco Iris procacidades que dejan en cueros la poesía urbana del colegio mayor. Luego nos dormimos, nos despertamos con el sol arriba. Y nos decimos: ¡qué coño, si no pasa nada! ¡Que los encierren! Para que nuestras responsabilidades queden liberadas. Al paredón. El símbolo de la hipócrita inconsistencia ética. Y un eslogan publicitario de antaño para hoy: ¡A mí, plim, yo duermo en Pikolín!

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