Danzantes olímpicos

13 de Agosto de 2024
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Danzantes la mañana del día 10 de agosto. Foto Myriam Martínez
Danzantes la mañana del día 10 de agosto. Foto Myriam Martínez

Nunca podemos renunciar al conocimiento que nos da el descubrimiento de una obviedad. Al contrario que la máxima de Un Mundo Feliz de Huxley de que una mentira repetida 64.000 veces se convierte en verdad, aunque sea impostada, el ser humano exhibe una terquedad propia de un burro con orejeras al empecinarse en cuestionar las verdades incontrovertibles. Por eso está bien re-conocer la realidad. Me encuentro en la escalera a Fernando Esperanza, atleta joven, deportista que se come todos los "pollos" urbanos habidos y por haber, al que toda la vida he visto desde niño corriendo a velocidad de vértigo. Es, desde 2023, danzante tras el relevo de su padre, Fernando. Son la tribu de los "cacones" en la agrupación, junto a su prima Cristina. Le pregunto si está fresco tras bailar por la mañana en la plaza, en la procesión y en la misa. Me contesta que está cansado. Le hago ver su exageración, él, un Filípides redivivo. Me replica: "La gente no se hace a la idea del esfuerzo que es esto".

A esas alturas, desconocemos la profundidad de la herida sufrida por Abraham Belenguer, danzante joven y veterano, al que un golpe fortuito de una espada le ha provocado una herida importante en la conjuntiva del ojo. Curiosa contradicción en esta Huesca que es manifestódromo contra recortes sanitarios o educativos, y que sin embargo apenas es capaz de abstraer una realidad que se ha manifestado este día 10 en que San Lorenzo ha echado un capote a Abraham para que el drama no haya sido mayor. Los Danzantes, que son nuestra identidad y nuestra personalidad, hacen el recorrido sin asistencias sanitarias para las contingencias. Va a ser que vuelven a la austeridad de aquellas épocas en las que los hortelanos cogían las espadas y los palos en un ambiente de subsistencia en la que la protección se preservaba a la providencia del patrón.

Lo de los Danzantes demuestra una disociación irritante. La opinión publicada está pertinazmente empecinada en mostrar cualquier resquicio de debilidad y de imperfección, obviando el sentido profundo de los movimientos que nos arraigan a la tierra y nos elevan hasta el cielo a través de los choques de sus espadas y de los golpes de los palos. Mientras, las músicas de Gardeta, de Emilio Gutiérrez, de Bienvenido Susín o de Francisco Román trasladan en sus notas la espiritualidad que debemos al santo y a la convivencia entre los oscenses. Con criterios que son ajenos a su autenticidad y su esencia, los analizamos con la severidad de un jurado de gimnasia rítmica, para el que sólo sirve la rectitud rusa para alcanzar la plenitud del 10 sobre 10. ¿Quién necesita un 10 para estar satisfecho?

Por suerte, la opinión pública mira con los ojos de la verdad laurentina, con el sentimiento de la plegaria, con la alegría de compartir, esas evoluciones de las cintas y ese cierre del círculo del degollau. Y, en tal pureza de intenciones, los danzantes son esos héroes que hay que proteger porque, sinceramente, son los mejores. Todos. Los más ágiles. Los que tienen más dificultad. Los jóvenes y los talludos. Los coordinados y los que han de esforzarse suplementariamente para acomodar los palos o las espadas en el punto de encuentro. Se equivoca, en el mejor de los sentidos, quien estime que no hay autoexigencia. Mucha. En los millones de gotas de su sudor, se esconde el espíritu olímpico del Barón de Coubertin: superación personal, juego limpio y sana competencia. La concordia, el signo de la vida en común. A mí la palabra de Fernando me re-convenció. Procuraré no olvidarlo. Hagan, lectores, lo mismo. Preservemos de equivocadas interpretaciones el simbolismo que nos une.

 

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