Elijamos nuestros referentes

05 de Agosto de 2022
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Luis Miguel Tobajas y Carlos López-Otín. Al fondo, observante, Manuel Sarasa.
Luis Miguel Tobajas y Carlos López-Otín. Al fondo, observante, Manuel Sarasa.

Elegir nuestros referentes es fundamental para nuestra actitud en la vida. Si escogemos la frivolidad, seremos frívolos. Si apostamos por el rigor, rigurosos. Si es por la ética, seremos irreprochablemente morales. Si nos seduce la riqueza, seremos envidiosos. Si nos fascina el relumbrón, viviremos en la oscuridad. Si nos tienta el mangoneo, tiraremos de artes subrepticias. Si es la apariencia, no dudaremos en gastar recursos públicos a la conveniencia de nuestra superficialidad. Si la idolatría, sacrificaremos la probidad con tal que hacernos fotos con nuestros ídolos. No creas, amigo lector, que esta enumeración es abstracta. Tengo un pequeño listado que podría poner con cada fotografía junto a cada condicional.

Pero me interesa más lo positivo, porque no en vano dar ejemplo es la única manera de influir sobre los demás, como reconoció ese modelo que fue Einstein. Dar ejemplo es revolucionario, es transversal. Me encantó ayer la rotura de los esquemas generalizados de Cristina Bentué, empresaria con su Iriusrisk, cuando propuso que a las disciplinas STEM (ciencias, tecnología, ingeniería, matemáticas, en inglés) se incorpore la A para incorporar el Arte y que sea STEAM, apelando a la importancia de las humanidades en la citada pretención de reformular el foco de la educación. Es lo que tiene el pensamiento libre, que alumbra.

Habían transcurrido unas horas desde que conocimos y publicamos el gran descubrimiento del equipo internacional dirigido por nuestro Elías Campo de la secuencia genómica completa de la Leucemia Linfática Crónica. Hace muchos años inició el Consorcio que lideraban él y Carlos López-Otín este camino que ha podido celebrar pocos días después (las dos caras de la vida) de enterrar a su padre, ilustre ciudadano y notario que fue de Boltaña. A Elías y a mí nos entregaron el premio de la Asociación Española contra el Cáncer en el restaurante Abadía hace unos años, siendo presidenta de la organización Aurora Calvo. Remembrando la lección de vida que nos dio, aún me pregunto cómo pude recibir el mismo galardón que Elías, no sólo excelencia investigadora, sino sabiduría vital. Sin falsas modestias, él está en la estratosfera de la ética y de la inteligencia. Y encima va a salvar muchos cánceres con su ciencia.

Previamente incluso a la noticia del gran Elías, mi amigo Luis Miguel Tobajas, presidente de la Real Academia de Medicina e inspirador con su erudición, me envió un mensaje: Te regalo esta foto. En ella, recoge de sus manos la distinción que le otorgó en 2017 Carlos López-Otín y, de fondo, se ve a Manolo Sarasa. Acepté inmediatamente el obsequio. Son -sí, son- dos modelos. La trilogía literaria de Carlos desde La Vida en Cuatro Letras es un compendio de saberes, una generosa entrega, sobre la existencia. Me identifico no sólo con sus cinco campeones de la felicidad (Marco Flaminio Rulfo, Abderraman III, Jeanne Calment, Sammy Basso y Matthieu Ricard), sino con esa bella descripción de su personalidad marcada por su Sabiñánigo y los cuatro puntos cardinales que forjaron su ansia de libertad, de razón, de crecimiento y de disfrute. Pero lo que más me impresionó fue una confidencia que compartió con los cuatrocientos comensales en los Altoaragoneses del Año: cada mañana se levanta a las seis de la mañana para ojear toda la prensa con el objetivo incierto de "entender de una vez el mundo".

El otro gran ejemplo es Manolo Sarasa, Mamel o como deseéis llamarle. El hombre tranquilo. Cuando le expresaba mi admiración por su paciencia infinita para buscar durante años una piedra que no es filosofal sino medicinal, sonreía. Él sabía, estoy convencido, que era su misión, porque con ella se había comprometido con su madre fallecida con alzhéimer. No alcanzo a comprender, desde mi visión cortoplacista y vertiginosa del periodismo que se la juega en segundos, semejante sacerdocio. Ni esa serena vida de Mamel cuando tomaba la moto y se iba a comprar pan a Berdún, absolutamente complementario este gusto con la buena reposteria de su Ayerbe. Ni esa firmeza para promocionar el Castillo de Loarre entre los científicos de todo el mundo. Ni el talento para extraer de cabezas de perro o de cualquier otro animal encerrado en pequeños cristales las conclusiones sobre la beta amiloide. ¿Cómo se puede ser tan grande y tan humilde? Cuando veía aquellos cráneos le decía que no hay tanta diferencia entre la fe religiosa y la fe en la ciencia, porque en aquellos huesos mis ojos no apreciaban evidencia alguna de utilidad.

Amigo lector, haz la prueba y levántate cada mañana pensando en un referente. De esos que merecen la pena, que te activan, que te motivan. Los otros, los sectarios, los figurantes, los posturales, déjalos para otros. Escojamos nuestros motores de vida.

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