Si de mí dependiera, o de cualquier persona sensata, el próximo pleno del Ayuntamiento de Huesca comenzaría con una filípica generalizada para evitar el lamentable espectáculo del que aconteció este martes, un atropello a la razón y a las formas. Existe una remota posibilidad de que haya algún ciudadano interesado en esa sucesión de intervenciones plúmbeas que es tal sesión. Y, en tal caso, la de anteayer excedió todos los límites de tolerancia de quien tiene derecho a exigir a sus representantes comportamientos cívicos.
Si ya no se pueden reclamar conductas edificantes o ejemplarizantes, porque no está la política de hoy para sutilezas que habrían de ser exigibles, al menos hay que demandar atención al reglamento y a las otrora denominadas normas de urbanidad. El portavoz de VOX, que podría ser un orador aceptable si no se entregara tanto a las imprecaciones, esto es, a las descalificaciones del contrario con anhelos de hacer daño. No se pueden reclamar, en estos tiempos, niveles de catilinarias ni cicerones en los escaños, pero sí, al menos, respeto.
Lo que el señor Rubió denominó "definiciones" son insultos, afrentas, oprobios, improperios, injurias y ofensas, entre otros sinónimos, tendentes en algunos casos al ultraje. Faltar a alguien llamándole trilero, incompetente, vago e incapaz no es una definición, sino una exhibición de violencia verbal. Tendría que probar a decírselo a alguien en la calle para comprobar cuál sería la relación.
No, no es precisa tal exhibición de histrionismo e hizo bien la alcaldesa en detener la sesión, aunque un buen ciudadano hubiera deseado que mediara, antes de la reanudación, una disculpa, porque de lo contrario la hipérbole se queda en el aire, flotando.
Lejos de recapacitar, el portavoz de VOX ha vuelto esa mañana de jueves a faltar al respeto a familias de empresarios oscenses, como hace unos días hizo con los Villamayor, en ambos casos en una franca ignorancia de las aportaciones al desarrollo y el bienestar de Huesca que tanto le preocupa al concejal. Es como si alguien le imitara recordando a su padre, una buena persona que como primer edil exhibía las virtudes de la templanza y la prudencia que no ha heredado el hijo.
Tiene todo el derecho, e incluso está en el vademécum de las responsabilidades de la oposición, a criticar y controlar (hasta a fiscalizar) al equipo de gobierno, o a su área de Desarrollo o cualquier otra (de hecho, no deja títere con cabeza), aunque incurra en la inexactitud de denunciar "la pérdida" de fondos europeos que no es tal, porque sólo se pierde lo que se tiene y los Next Generation no son contantes y sonantes hasta que son adjudicados, algo que no ha sucedido, y es que se consiguen en competencia competitiva.
Pero es absolutamente indecente atribuir el cargo de Belén Almudévar o de Loreto Bermúdez de Castro a algún tipo de influencia familiar. Ofende a ambas (además de a la alcaldesa que ha confiado en ellas), que en su trayectoria profesional han demostrado una excelencia que yo particularmente no conozco del señor Rubió (no digo que no la tenga, pero en todo caso ha sido más discreta), amparadas en una más que notable formación académica. Es más, la primera desatiende sus obligaciones en la empresa para ejercer, con mayor o menor tino, su papel consistorial.
Y menosprecia nuevamente a los empresarios, como si los más de treinta años de generación de empleo y riqueza de Agropal y de otras actividades de los Almudévar fueran cuestión menor respecto a la consecución de subvenciones, atribulado como parece el portavoz de VOX por el empecinamiento en tirar del ramal del dinero público para la ciudad (que no critico). De la saga que ha desembocado en los Bermúdez de Castro, cuando quiera le explico los servicios que han hecho a Huesca, incluido el hermanamiento con Tarbes o muchos logros que la historia tiene reservada para los curiosos y los amantes de su ciudad.
No, no es esto, como proclamara Ortega y Gasset ante la derivada violenta prebélica en la contienda que tanto daño nos infligió. Esta ceremonia de la confusión a través del insulto no hace sino entorpecer el debate en el que, con buenas formas, se libraría una lid dialéctica en la que la gestión se vería aplaudida o comprometida con mayor rigor y, sobre todo, criterio. Deje, señor Rubió, de faltar al respeto a ciudadanos de constatable reputación y céntrese en lo sustantivo. Ahí, introduciendo el diálogo como relevo del frentismo, ganaremos todos.
P.D.: Del pleno del martes, me quedo con la notable apelación a la ironía del señor Laborda, que al menos dibujó una sonrisa dentro de tanto auto dramatúrgico. Sobre el transfuguismo, habría mucho de que hablar.