¡Viva la Guardia Civil! Antonia me ha alegrado el despertar con una deliciosa interpretación por un cuarteto de cuerda del Himno del benemérito Cuerpo. Hoy es un gran día. Supongo que, en el año 0 de mi existencia, mi madre me estaría engalanando para vivir en el Cuartel de Pamplona, en la Avenida de Galicia, mi primera festividad de la Patrona. Desde que tengo uso de razón, he admirado a la Guardia Civil y su celebración de la Virgen del Pilar. Naturalmente, más cuando mi padre era condecorado. Me parecían héroes. Y esa percepción no me ha cambiado. En la adolescencia, entre funeral y funeral por los asesinatos perpetrados por esos miserables cuyos conmilitones dan hoy lecciones de democracia desde la Tribuna del Congreso (es así, aunque suene duro escucharlo, pero es que la verdad no admite edulcorantes ni oportunismos cuando hay cajas de pino de por medio), me resultaba muy difícil entender algunos comportamientos de los compañeros de mi padre, el capitán Escribano. Respondían con una serenidad asombrosa. No sé si admirable, porque a los familiares nos hervía la sangre cuando la depresión nos dejaba venirnos arriba. ¡Era tan triste! ¡Tal era la desesperación, tal la rabia, tal la impotencia! A mi padre le recriminaron desde las altas instancias que mi madre, que doña Angustias era mucha doña Angustias, le hubiera elevado la voz al ministro Barrionuevo demandando justicia. ¡Justicia, señor ministro, Justicia! Y don José el ministro asintió con la cabeza.
Ha sido muy duro, pero a la vez muy gratificante, ser un adolescente que vivía en un cuartel, soportando esas miradas entre el odio y el desprecio. Pero mi padre, como el del coronel Vélez, el escritor JJ Benítez (ambos fueron vecinos míos) o tantos y tantos, ha sido inflexible. Cartilla, se le llama a esa predisposición. La que delimita desde que la escribiera el Duque de Ahumada todas las conductas de los uniformados. Los valores que transmite y que ahora el ministro Marlaska quiere reconvertir en su letra para adaptarla a los tiempos (vano ejercicio, porque esos valores son universales y eternos, salvo que la humanidad se vuelva loca, que es posible) explican las situaciones que soportan los agentes de la Benemérita. Las que han aguantado a lo largo de su historia, de aquellos primeros servicios en los que salvaron muchas vidas por los desbordamientos del Llobregat y otros ríos catalanes hace 178 años. Las tareas en extremas circunstancias en el País Vasco, poniendo a buen resguardo a personas que luego les miran despectivamente. En Afganistán, en Bosnia o en cualesquiera países que demandan sus auxilios, que en tanto protegen la integridad de los ciudadanos son profundamente humanitarios. La Guardia Civil es reclamada desde todas las latitudes por una constatación: es el mejor cuerpo policial del mundo. Este año lo ha subrayado el Mossad, el servicio secreto israelí. Muchos años lo han recalcado los Carabinieri. No es un arcano salvo para unos puñados de imbéciles patrios aunque apátridas: su excelencia es abrumadora. Y todo arranca de la proclamación de la Cartilla: El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil, debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recobra jamás.
En cierta medida, los y las guardias civiles (voy a hacerme a mí mismo una excepción en el mal llamado lenguaje incluso y esta vez acepto pulpo como compañía) ejercen un cierto sacerdocio, hasta el punto de que están dispuestos a ser mártires por salvar a los demás. ¿Ves, querido lector, cómo es difícil de comprender en esta civilización materialista y profundamente individualista? Y, así, caen en las misiones internacionales, pero también a nuestro lado, intentando aportar seguridad ante extremas exigencias como un atraco a mano armada, un atentado terrorista, un accidente de tráfico o una negligencia en la montaña. "Guardia fiel de España" que llevas en tu bandera el lema de paz y honor. Con vigor, firmeza y constancia, el de los beneméritos es una exhibición de creencia en la igualdad sin exclusiones. Con vigor, firmeza y constancia, valor en pos de la gloria, amor, lealtad y arrogancia. No admiten reacciones perfectamente comprensibles como seres humanos, de esas que nos incitan en las películas a instintos hasta cierto punto de lógica. Esos mequetrefes que, una vez rescatados en la cima del mundo mundial pirenaica, miran con supremacismo a los agentes. En el cine, acabarían rodando hasta el valle. Pero aquí no. Porque la Guardia Civil ha sembrado su historia y su presente con su sangre noble y fiera que ha bordado su blasón.
Voy a prepararme. Hoy es un día grande, ese día en el que tanto en el homenaje a los caídos como en el himno, las lágrimas ruedan al encuentro con las enseñanzas de mi padre, y con los compañeros de mi padre, con aquellos dos amigos a los que destripó un coche-bomba, con el subteniente Echeverri que no cuenta para las cifras de víctimas del terrorismo porque falleció un mes después de ser apuñalado por los colegas kaleborrokeros de los bildutarras, y con el cabo Beitia (el cancerbero de la puerta de entrada), y con mi amigo Carlos y sus hermanos guardias, y con los abatidos en un bar de Ochagavía que demandó un operativo muy especial porque a Pepe -mi padre- y el teniente coronel González de Lara les esperaban en un desfiladero para cazarlos como a conejos, con aquel propietario de bar frente al cuartel que tenía a diez hijas casadas con beneméritos y la oveja negra se fue al batasuno lado del mal con un imbécil de tomo y lomo, con toda aquella comandancia de Pamplona que el 23F exhibió lealtad constitucional (es innegociable, incluso con directores generales civiles manifiestamente mejorables cuando no prescindibles) pese a las horribles tristezas a la que eran sometidos sus moradores -yo entre ellos-, con toda la comandancia de Huesca que se desvive abnegadamente por todos los altoaragoneses. Sí, creo que por ti cultivan la tierra y la patria goza de calma. Feliz día de la patrona. ¡Y que viva siempre la Guardia Civil! Así lo siento y así lo expreso.