El turismo es una oportunidad y un escenario diverso para demostrar los diferentes caminos a los que conduce la libertad. Hay visitantes que pasan por las ciudades sin pena ni gloria, quizás por culpa de la escasa capacitación de la urbe o del destino para revestir sus atractivos de la autenticidad y la belleza que habitualmente disponen. Pero también por la erosión triste de una sociedad global que entierra, en arenas movedizas, el valor de la curiosidad. A estas alturas, apenas saca la cabeza del fango de la mediocridad.
También los hay, por qué no, perspicaces, de los que no pierden detalle. No es preciso que profundicen más allá y sean capaces de hablar con las piedras -el diálogo con el patrimonio, cuando se produce, es una fascinación- o de entenderse con las grullas, pero sin duda aprovechar a algunos de los profesionales que guían a entender más allá de la simple fachada de los paisajes, los monumentos y los paisanajes trasciende el hecho turístico ramplón, pasivo.
Un destino ha de ser capaz de cautivar y abrazar al turista. No sólo ser seductor, sino ejercer un magnetismo al que sea difícil sustraerse. Para que se repita. Tengo para mí, por la experiencia de los muchos años, que existe un intangible que es oro puro: la afabilidad. Más allá de la oferta material, es la hermosa sensación de que te están tratando diferencialmente, en exclusiva para ti. Esa impresión de que formas parte de un club en el que se te quiere, pero es que se te quiere específicamente a ti, como si fueras un náufrago que vas a caer a una isla paradisíaca donde vas a recibir toda clase de atenciones. Esto va de servicio, y de sonrisa, y de gente alegre para recibirme a mí. Y a cada mí que en este planeta somos.
Tengo para mí que erramos la perspectiva cuando lloramos amargamente la dejadez, vagancia y descreimiento que han invadido las (no)políticas de turismo de esta ciudad. Pocos huevos en la cesta de este sector, pocos talentos. Me atengo a la frase de Álex Rovira: para crear, hay que creer, y luego llegará el lograr. O, lo que es lo mismo, si no se siembra, no se cosechará, que es lo que ha sucedido hasta esta fecha salvo -supongo, porque desconozco- honrosas excepciones.
Sí afirmo, sobre las bases bien estructuradas de la estrategia apuntada este miércoles, que para mejorar el turismo primero hay que ser turista. Coger el portante y conocer para luego analizar lo que se pueda importar de destinos exitosos, por más que nos parezca que no son adaptables. Con la observación, cualquiera mínimamente avezado puede poner como ejemplo de prescriptores a los taxistas italianos que recogen a viajeros de los cruceros y les dan verdaderas lecciones de historia y vida. O las políticas de agua, de infraestructuras y de urbanismo de un Benidorm que explican el milagro que hoy es. Sé que los agoreros, que los hay muchos, dirán que no es aplicable la visión que pueda tener un fenómeno oscense en las Canarias como Fernando Garasa, o la cosmopolita de Alfredo Lachos. Y, sin embargo, por su capacidad de abstracción-concreción, no desdeñaría su sabiduría. Es más, si tuviera que destacar algo de la espléndida presentación de Loreto Bermúdez de Castro, es la apuesta por ser destino turístico inteligente (como Benidorm), que no abunda en interior, y que aporta un arsenal de oportunidades.
A partir de ahora, el papel, que todo lo aguanta, ha de convertirse en planificación y acción. Nada está garantizado, pero una capital-capital del turismo oscense, foco de sus especificidades y elemento tractor generoso para la provincia, afronta una era en la que todos estamos concernidos y para el turismo, que es el ecosistema de la felicidad, nada hay tan eficaz como el trabajo en equipo con la generación de ideas y de talento de todos y cada uno de los oscenses. Si vamos uno a uno, dando la espalda a la oportunidad, mereceremos ser llamados fatos en el peor de los sentidos. Como el que denunciaba Macario Olivera por tener una calle al rector Sichar. Y esto, cuando celebramos el 670 aniversario de la fundación de la Sertoriana, sería imperdonable por la renuncia que representaría a todos los relatos que en esta pequeña ciudad concurren. Escuchémoslos para luego proclamarlos. Huesca te sorprenderá. Que sea para bien.