El libre albedrío en peligro de extinción

18 de Julio de 2024
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España, país otrora alegre y hasta desenfadado, capaz de cerrar los bares casi a la fuerza de madrugada, dispuesto a vivir en la calle, se ha tornado gris y hasta tedioso. No es sorprendente. Muchos opinadores han manifestado una tontuna fascinación por los aburridos centroeuropeos, curiosamente en connivencia incoherente entre lo sociológico y lo político. Les gusta la "zombiesca" forma de transitar por un valle en el que las lágrimas han sido sustituidas por las ojeras de la tristeza. Siempre sostuve en tertulias radiofónicas que no quiero ser austríaco ni belga. Siempre diré que el turismo y la hostelería es un tesoro que nos viene impuesto porque somos intrínsecamente buenos, y que por eso se dejan aquí los cuartos alemanes, ingleses u holandeses. Depauperar su consideración, como algún exministro borreguil, es renunciar a que el motor funcione a pleno rendimiento.

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Existen contrapesos estructurados e ideologizados que quieren impedirnos incluso de disfrutar de las fiestas, de las celebraciones. Hay que buscarle tres pies al gato de Carlos Alcaraz, o de Dani Carvajal, o de Rafa Nadal, o de Jon Rahm, o de Fernando Alonso. Integrantes de la fachosfera, ellos que a golpe de viajar se han sacudido cualquier complejo a la hora de sentir la rojigualda como la bandera suya, porque es de todos los españoles aunque las manifestaciones más evidentes surjan con los grandes éxitos deportivos.

Es paradójico. Una parte considerable de la opinión publicada, hoy orgullosa de lo que hace años hubieran considerado una aberración -es mi opinión por cuanto tiene de etiqueta irreflexiva, igual que otras en sentido contrario-, esto es, su condición zurda, exhibe su divorcio con la ciudadanía y, de hecho, pena en forma de audiencias ridículas y de resultados económicos que, estos sí, dependen del pesebre institucional. Las calles han bullido durante días y, sobre todo, domingo y lunes, y su única preocupación es si Carvajal (chivo expiatorio de mucho desdén general) miró de soslayo al presidente del Gobierno o si Rodri cantó Gibraltar español. Como si, repentinamente, la libertad hubiera desaparecido de un plumazo y las reverencias y la atonía hubieran de apoderarse de ciudadanos abducidos por un Gran Hermano sobrevenido.

Es curioso. Las mismas tribunas aplauden los excesos de otros predios como el cinematográfico, obviamente mucho más minoritario que el deportivo y con prácticas más que discutibles para la sostenibilidad de una industria que por sí misma se cae, y lo hace porque la percepción del consumidor no la adorna con la estimación de la calidad. ¿Cuántos goyas u óscars han sacado a la calle a una multitud enfervorecida y reafirmada en el orgullo de su país?

En realidad, son dos caras de la moneda pero interpretadas de manera distinta. Mientras a unos se les atribuye legitimidad para opinar de todo lo público y sobre todo de lo político, a otros se les niega tal presunción de intelectualidad, como si darle patadas a un balón virtuosamente fuera inversamente proporcional al raciocinio mientras a aquellos se les considera intrínsecamente (en una visión teísta) inteligentes y legitimados para opinar de lo divino y de lo humano.

No es sino un supremacismo destructivo y soberbio, una falta de humildad alarmante y, sobre todo, un gran ataque a las convicciones de libertad, igualdad y fraternidad. Quienes predican con tal intolerancia se apuntan evidentemente a viejas teorías deterministas que niegan el libre albedrío. Yo prefiero el concepto de Aristóteles o de Epícteto, el de la creencia en la voluntad que escribió David Hume: "La libertad hipotética se aplica universalmente a cualquiera que no sea un prisionero encadenado”.

Y, si queremos volver al talento patrio, invito a todos a la lectura del monólogo de Segismundo en La Vida es Sueño que a muchos nos hicieron aprender de memoria: 

Nace el pez, que no respira,

aborto de ovas y lamas,

y apenas bajel de escamas

sobre las ondas se mira,

cuando a todas partes gira,

midiendo la inmensidad

de tanta capacidad

como le da el centro frío;

¿y yo, con más albedrío,

tengo menos libertad"

Calderón, un gran polemista con Góngora. Era otro nivel de la misma España. Y a ambos se les podía aplaudir y celebrar. Porque el libre albedrío ayuda a elegir con reflexión y responsabilidad.

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