En la jerga del periodismo parlamentario, la mofa se apodera de los compañeros cuando todos los partidos alcanzan consensos. Algo extraño sucede. O se han apoderado de los cuerpos de sus señorías alienígenas o tiene importancia cero el asunto o es una ocurrencia de alguien que ha seducido en la indolencia intelectual al resto. Es esta profesión propicia para el escepticismo y por eso, ante una circunstancia tan inaudita, la explicación se extrema hasta la hipérbole hilarante.
Salvo para los oficiantes de las banderías o las líneas editoriales entregadas -es legítimo-, entiendo que habrá producido una extrañeza máxima el acuerdo entre patronal y sindicatos para convocar un paro de 10 minutos el viernes en solidaridad con los valencianos. Todos conocemos las fórmulas de huelgas, desde la japonesa hasta la de brazos caídos. También en el sindicalismo decimonónico era común la manifestación en protesta de las malas condiciones de seguridad laboral que producían muertes colectivas, en las que las iras se desataban contra los patronos. Sin precisar de mucha cultura, hay un largo filón cinematográfico al respecto. Por si alguien es averso a la galaxia Guttenberg.
Estamos en el año 2024, en el que las desavenencias entre organizaciones empresariales y sindicales son patentes de manera que se cruzan amenazas inmisericordemente, sea por el SMI, fuere por la reducción de la jornada laboral. En esta ocasión, quizás sensibilizados, han llegado a un rápido consenso, entiendo que sugestionados por el ambiente lóbrego que ha instalado en nuestras almas la dana y su destrucción. Eso sí, con cero de reflexión y bajo cero de análisis.
Cuando he leído ambos comunicados, frotándome los ojos reiteradamente, invadido por la estupefacción, me ha venido a la mente un símil futbolístico en la contrariedad entre la argumentación y la conclusión. He pensado en una jugada perfecta, por ejemplo una combinación vertiginosa entre Carvajal y Rodri que va a parar a las botas de Lamine y su centro es rematado, por Empapé, a puerta vacía, a las nubes. A las nubes de Valencia en concreto.
Compartimos la pena, asumimos la argumentación, aceptamos las intenciones y, al llegar al fondo de la solución, no hay desenlace más absurdo. Sí, me regurgita el Allegro ma non troppo de Mario Cipolla y la teoría de la estupidez que es la más nefasta de las posturas porque su rendimiento económico es incluso más nulo que la maldad (al menos en ésta, alguien obtiene beneficio). Y me pregunto si Alemania se hubiera recuperado de su marasmo tras la Guerra Mundial a golpe de "diezminutazos de paros" en recuerdo de las víctimas del nazismo. Y me temo que Zelenski lea esta noticia y, cuando llegue el final del conflicto, resuelva sus problemas de reconstrucción invitando a los ucranianos a holgazanear unos cuantos ratitos. Cuantos más, mejor provecho para todos, claro que sí.
Se me ocurre, por ejemplo, que para empresas y trabajadores de Valencia podrían haber suspendido ipso facto el pago de impuestos mientras no tienen actividad, o para los autónomos el abono de las cuotas, a todos el de Sociedades, porque quizás era una fórmula para evitar el cierre seguro de un porcentaje sustancial de las empresas destrozadas por el temporal. Y también quizás sería más productivo y mejor para los valencianos que, en los próximos meses, en toda España dedicáramos, por poner un ejemplo, no diez minutos sino una hora semanal de curro destinada por parte de las compañías a las tareas de recuperación valenciana. Pero no está hecha la miel para el hocico del asno y, a estas alturas, apenas alcanzo a atisbar otra razón para este disparate que algo que une mucho a los firmantes: la compartición del pesebre común. Que lo pagamos todos aunque no lo aprovechemos todos. He dicho.
P.D.: Ni a punta de cañón con carga de estulticia mortífera pararé de 12 a 12:10 el viernes. Y animo a todos que trabajen esos diez minutos con especial ahínco, porque harán mucho más por Valencia en ese tiempo que todos los paniaguados del "diálogo social".
Sería edificante que las patronales de Huesca se desmarcaran de este despropósito sin sentido.