"Es la noble conversación hija del discurso, madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad, pasto del contento y ocupación de personas". Estoy leyendo El Criticón de Baltasar Gracián y anoche correspondía esta parte del diálogo entre Critilo, el náufrago, y ese ser nacido en medio de la naturaleza que es Andrenio.
Vino a ser, quizás, el edificante colofón a una jornada dominical que, más allá de las cuitas profesionales, me tuvo atado como a muchísimos españoles a esas imágenes de Paiporta en las que se apreciaba el desahogo del alma de los desheredados y la noble conversación del rey, y que dio paso al comercio de los corazones desde la indecente utilización política.
Justo antes de retirarme al momento de lectura, había estado cruzando mensajes con buenas gentes que estuvieron en el envío de material de Asafa y de Huesca Excelente, que entendieron que el concepto de emergencia, el de urgencia, significa que hay que actuar ya, porque así lo demandan las víctimas de la catástrofe natural. Otra cuestión es que sea conveniente coordinar la ayuda para la continuidad, pero escuchar a los valencianos con su grito desgarrador (Munch no lo hubiera podido pintar mejor) induce a pensar que no, que no se puede esperar a la respuesta inmediata. Bastante han tardado quienes tenían las llaves del Ejército y la Guardia Civil demandados por aquellas gentes cuyas voces se pierden en el fango, que es su desierto.
Un amigo expresaba gráficamente el dantesco panorama: "Esto es peor que un escenario de guerra. No he visto nunca nada ni remotamente parecido... Tengo las botas y el alma llenas de barro. Esta catástrofe es un antes y un después para el sur de Valencia". Duele leerlo.
Otro, perdónenme la procacidad, manifestaba su desahogo del alma con mayor contundencia, con desgarro, respecto a las imágenes tan dolorosas como pedagógicas de la visita de los Reyes a Paiporta: "¿Pero qué cojones esperaban, que los recibiéramos con confetis y la banda de música?" Está indignado, legitimísimamente indignado, con esa simplista atribución a unas banderías políticas de lo que sucedió a Sánchez. Los únicos que supieron estar a la altura son los reyes. Como dijo Mazón -que ha fallado más que una escopeta de feria en la gestión inicial de la crisis-, hay que estar para recibir las bofetadas de la ira de quienes lo han perdido todo.
Entiendo que se ponga el foco en las desagradables escenas de los monarcas, pero no es nada comparable a la que padecen quienes les increpaban o les imploraban acción. Habían pasado seis días desde la tragedia y, sin embargo, al gobierno sólo se le ocurrió reprochar a la Casa Real que no era momento de acudir. En las tragedias, se aprecia la altura de los seres humanos y en la elección de los tiempos la capacidad de los gobernantes. Confluyen la paradoja entre el arrojo del Rey y la ausencia del máximo dirigente gubernamental, aunque el verdadero dolor de los valencianos viene del entorpecimiento indecente de la presencia de aquellos a los que más respetan, el Ejército, la Guardia Civil, la Policía Nacional. Vetados para la acción como quedó evidenciado en el programa de Iker Jiménez. Y que son los que sacan a los pueblos del barro enfangándose ellos mismos hasta las trancas.
En una situación tan desesperada, sin nada que perder, "¿pero qué cojones esperaban, que los recibieran con confetis y la banda de música?"