Desde que el profesor Gómez Antón nos explicó el modelo de Constitución consuetudinaria en Gran Bretaña, allá por el año 1982, me fascinó el sistema que se contradecía con aquel incipiente pero ilusionante inicio de la democracia en el que ya se barruntaba la avenida del primer gobierno socialista de Felipe González, como sucedió a final de año. El escaño de cada señoría británico decidía la dirección de cada voto en la Cámara sin más disciplina que la debida a sus electores. Esto es, no constreñida a las impuestas por el partido. Y al final del mandato, como sentenciaba Enrique Sánchez Carrasco en cada una de sus investiduras, Dios se lo premiaba o se lo afeaba en función de su desempeño.
En estos cuarenta años hemos evolucionado de manera dispar, en algunas cuestiones para fenomenal, en otras para bien, en otras mediocremente y en no pocas muy mal. Había, allí por 1982, una convicción de que había que intentar, como sucede con la objetividad, acercarse a los dictados de la ética, de la moral. Ningún político de entonces hubiera despachado tal regulación conductual con la displicencia de la alcaldesa de San Miguel de Cinca hace una semana, porque había consciencia de que a los políticos, por ejemplaridad y virtud, había que exigirles algo más que el cumplimiento de la ley. ¡Nos ha fastidiado! Es que, si no la cumplen (aunque en el caso del escándalo del tal municipio puede haber dudas razonables), el paso siguiente llega a los tribunales. A los que se supone independientes pese al asedio al que están sometidos.
El caso es que resulta evidente que se ha devaluado el precio de la conciencia, entendida en cualquiera de sus dos acepciones primigenias en la RAE, esto es, "conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios" o "sentido moral o ético propios de una persona".
La conciencia también puede ser un proceso evolutivo porque, en en sentido en el que crecemos en nuestro conocimiento, se puede ir reforzando. Lo que no admite es trampas, sean en el solitario o en los juegos grupales. Hacer trampa en las disciplinas grupales es picaresca y engaño. En el solitario, simplemente engañarse, vulnerarse a uno mismo.
¿Qué induce a una persona cabal como es la ministra Alegría a soltar la estupidez indigna de tal condición de que el aberrante y destructivo cupo catalán tiene cualquier paralelismo con la financiación de Teruel y Soria? ¿Qué incita a la vicepresidenta Montero al trabalenguas grouchiano de la primera parte contratante de la segunda parte del acuerdo? ¿Qué explica la espantada de los socialistas oscenses del organismo regional que iba a rechazar la desigualdad más espantosa de la historia de la democracia? ¿Cómo se explica cualquier respaldo a comprar Lamborghinis para todos los catalanes a costa de que Aragón vaya en el coche de Pedro Picapiedra? ¿Qué motiva esa vergonzante mirada a un lado con la pantomima cochambrosa del paseo de Puigdemont? ¿Nadie piensa en las consecuencias de sus actos, esto es, en su responsabilidad? Sin ésta, como escribió George Bernard Shaw, no existe la libertad.
Tengo un cuadro en mi salón de Alberto Carrera Blecua, un collage creado sobre una entrevista que le realicé. Me lo envió desde Las Casas de Alcanar, uno de sus reductos de inspiración, y con arena escribió "El pintor se traiciona en la palabra". Los socialistas de Huesca son todos, en este sentido, pintores que han dibujado una traición a su propia palabra. En vez de con material marino, han firmado tal indignidad con las babas del poder y quizás, sólo quizás, un día se arrepientan de haber variado su pensamiento y sus concepciones sólo para satisfacer las ambiciones de quienes no han sabido conquistar la autoridad que prestigia.
Al final, la responsabilidad es colegiada y debiera ser el freno a la depreciación absoluta del valor de la conciencia, salvo que se cumpla el aforismo de que donde todos piensan igual es que se piensa muy poco. Me cuesta entenderlo, pero es una razón paternal o maternal, combinar el grueso sueldo de senador o de vicepresidenta del legislativo o antes de las Cortes de Aragón con otro salario familiar que aparezca a una hija desde el gabinete de Bolaños, a la de la otra en el pretérito gabinete de Alcaldía o en las adjudicaciones públicas a mamporro al retoño. Nepotismo, se puede interpretar. Pero no todos los del órgano colegiado han recogido tantos privilegios y, por tanto, no han libado la tentación del dinero fácil. Y algunos, además, tienen titulaciones universitarias que les exigen presuntamente un cierto criterio. Y, sin embargo, han tirado el precio de la dignidad. Todo por un Lamborghini para Sánchez (Begoña habrá de tener otro, claro), otro para Illa y dos para ERC y Puigdemont. Lo que no saben es que hasta el Lamborghini tiene una remota posibilidad de que el motor gripe.
La triste conclusión es que quienes están arropando este desvarío por comodidad o por interés demuestran que no sirven para un sistema sin disciplina de voto, con libertad de criterio, mirando a la cara a los electores para sostener un cambio radical contra los intereses de Huesca y de Aragón. Vamos, que su criterio es el campo de juego ideal para el amado líder de 1984 de Orwell, de Un mundo feliz de Huxley o, en otro sentido, de Sumisión de Houllebecq. Y lo grave es que esto no es una distopía, sino una triste realidad en un país con casi cinco siglos y medio de unidad en lo esencial que nunca se había visto en la tesitura de que quienes lo quieren romper son alentados por un ansia inusitada de poltrona. Tirado de precio porque la coherencia está camino de fecha de caducidad.
P.D.: en la economía del pensamiento, devaluar la conciencia es, a largo plazo, una ruina para la propia integridad