Existe una innecesaria y además inapropiada patrimonialización de las fiestas de San Lorenzo. Entiendo que lo mismo sucede en otros lares, en otras ciudades. Todo, a estas alturas, se precipita. Se realizan balances festivos, desde hace unos años, cuando ni siquiera se ha lanzado la traca final. Horas y horas en las que se puede producir una catástrofe nuclear, una fortuna en juegos de azar, un advenimiento del mismo santo o una circunstancia sobrevenida positiva o negativa. Es la cultura de la precipitación y de la imprudencia. Aunque fuera por guardar las formas y las metodologías para la reflexión, yo esperaría al menos un par de días. Con la respiración normalizada, todo se ve de distinta manera.
La perspectiva es fundamental. Yo sostengo que no hay motivos para el triunfalismo ni para la crítica ácida. Todo requiere de una dimensión. Lo primero es marcar distancias: las fiestas de San Lorenzo de 2024 sólo tienen una paternidad, una firma, y es Emilio Miravé. Exactamente igual que el hermanamiento responde a esa mente lúcida que fue Mariano Ponz Piedrafita. A ambos, unas mentes mal pensantes han querido arrebatarles el nombre de las calles que se les dedicaron.
San Lorenzo 2024 tiene la misma estructura que "parió" Emilio Miravé como concejal de fiestas. Idéntica, aunque las manifestaciones hayan sido adaptadas a la modernidad. Entonces había pinchadiscos, hoy son disyóqueis, otrora aficionados, hogaño híper profesionalizados. Las figuras del toreo de entonces eran Jaime Ostos o Santiago Martín El Viti, ahora Roca Rey o Morante de la Puebla. Los Titiriteros hoy coexisten con Maese Villarejo. Y el frikismo sucede a los viejos juegos infantiles del parque. El Abraham Mateo de hace setenta años eran los Festivales de España de la compañía de Narciso Yepes. Y así sucesivamente. Los danzantes danzaban y la misa pontifical era predicada por don Lino, que no es que fuera un obispo muy popular. En eso hemos ganado.
A la estructura de San Lorenzo sólo le añadió una novedad Luis Acín con el entonces denominado Pórtico Laurentino. Y las mairalesas son las herederas desde 1970 de las antaño presidentas de las fiestas. Tan sólo, a peor, se ha perdido el Día de la Provincia y no tiene aspecto de recuperación. Aquella celebración solemne de hace décadas fue suprimida porque, en la democracia, se convirtió en pasto de tiburones despilfarradores con unos gastos y unos fastos que hacen temblar con la memoria. Tenía su filosofía y se la cargaron.
Una de las novedades de los últimos años ha sido una competición para convertir cualquier nimiedad en acto. Ha ido escalando la cifra. Cien, doscientos, trescientos. Como si el objetivo es la plusmarca. Por mí, como si hay siete mil, si solo me interesa una docena. Antaño, había más respeto al programa. Entrar en él requería mucho mérito. Hoy, desde hace años, es una pista de aterrizaje de intereses comerciales. Y eso, desde luego, no repercute en el prestigio de la fiesta. Se le llama devaluación. Y, sin embargo,...
Las fiestas han sido estupendas. Y la programación ha contribuido, pero nadie olvide que lo nuclear de San Lorenzo es la calle. La convivencia. La diversión. Las ganas de disfrutar. Y el respeto. Y, particularmente, el hecho de que se haya minimizado el número de delitos y que, hasta ahora que se sepa, no haya habido ninguna agresión es una noticia que eleva el balance hasta la excelencia. Al final, Emilio Miravé, cuando germinó el movimiento peñista, recibió la advertencia de las incomprensiones de las instancias gubernamentales de que el orden y la ley podían verse vulnerados. Y no sucedía. Pues como este 2024. Ergo San Lorenzo 2024 han sido unas fiestas maravillosas. Y como tal se proyectarán al mundo.