San Juan de la Peña, Valencia y las Fuerzas Armadas

03 de Noviembre de 2024
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Tienen mucho en común San Juan de la Peña y Valencia. Son origen y final de la ruta del Santo Grial que debiera ser, con perspectiva, una gran promotora del turismo y de la cultura para nuestra tierra. Pero, tirando de memoria, la dana en la Comunidad Valenciana me ha dirigido directamente a aquellos finales de agosto de hace treinta años...

El frondoso entorno del monasterio estaba siendo devastado por las llamas allí por el 23 de agosto de 1994. Casi cuatro mil hectáreas pasto del fuego y avanzando hacia la cuna de Aragón, que es tanto como decir la de España. Zozobra, miedo y una gran preocupación.

Mientras se apoderaba la desesperanza, el operativo hacía aguas. Que si son tirios, que si son troyanos, los representantes institucionales de esta España de tantas cabezas y de Aragón divergían en la estrategia para atacar el incendio con un objetivo fundamental, perdida ya tanta superficie del parque natural: preservar el monasterio viejo, que en aquellos momentos estaba seriamente comprometido.

El imponente santuario bajo la roca se salvó para regocijo de todos. ¿Cuál fue la clave del éxito final después de los fracasos parciales de horas y días? El teniente coronel Ignacio Laguna, jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Huesca, dio metafóricamente un palmetazo encima de la mesa, se puso al frente de las operaciones y se acabó tanta tontería. Y, con ella, el incendio. Hace treinta años. Como para que los pazguatos de falsarias metodologías educativas abnieguen de la memoria como facultad fundamental para el futuro.

Las emergencias están hechas para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Lo llevan en su preparación y, sobre todo, en su vocación. Como explicaba hace tres días el coronel Pedro Baños en "La nave del misterio", son impresionantemente buenas. El Ejército, la Guardia Civil, la Policía Nacional. Por eso son llamados para los grandes desastres, sean naturales, sean bélicos, en el mundo. Han ayudado e instruido a tropas locales fueren afganas, fueren bosnias, africanas o de cualquier espacio donde se dirime un conflicto o una catástrofe. Fueron claves hace cuarenta años cuando Euskadi fue ahogada por las aguas. Resultó definitiva la Benemérita hace 180 años cuando las vidas de miles de catalanes corrieron peligro, en su primera gran misión tras la erección del Cuerpo.

Más allá de la toma de decisiones de los gobiernos, si el Ejército, Guardia Civil y Policía hubieran estado al frente en lo que intrínsecamente son excelentes y no tienen comparación con el torpe ámbito político, habría habido menos muertos y la reconstrucción habría dado los primeros pasos sin esperar tanta burocracia. Porque saben que la coordinación para el medio plazo es básica, pero lo es más atender la urgencia de salvar vidas e integridades, y de atender a los ciudadanos desprovistos de bienes, de enseres y de medicinas. La incredulidad de ese bombero francés o la negativa a aceptar ayuda de Francia es tan negligente y fatal como la cadena de errores en la toma de decisiones desde Madrid hasta Valencia.

No sé si es preciso o no establecer un marco normativo modificado para que así sea. Tan sólo estoy convencido de que, si en vez de jugar a la política estúpida, el ejército y la Guardia Civil estuvieran por las calles de Valencia desde el minuto uno, la tragedia sería menor. Como sucedió, 30 años ha, en San Juan de la Peña.

P.D.: Si queda alguna duda, lean a Diego Romà en la entrevista de ayer, en la que los empresarios reclaman al Ejército porque, a fecha de hoy, "sólo la gente salva a la gente". No piden ni a Sánchez ni a Mazón.

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