Transfuguismo de conciencia

16 de Noviembre de 2023

Hace muchos años, entrevisté a Alberto Carrera Blecua en mi sección Tercer Grado-Perfil Indiscreto, y el titular resultante fue "Los culturetas son los monaguillos del convento". Esta alusión no alberga más misterio que el retorno que recibí de una persona tan genial: me llegó una página del diario convertida en una "instalación" del artista con distintos elementos marinos (conchas y arena fundamentalmente) y la leyenda "El pintor se traiciona en la palabra". Aludí este genio contemporáneo de Huesca a las dificultades que, en ocasiones, halla el creador plástico cuando ha de expresarse mediante la oralidad. Y a la vez, sacralizaba la relevancia del verbo.

Esta semana, Emiliano García-Page ha desahuciado cualquier pretensión de que los diputados castellano-manchegos se alineen con sus tesis y repudien la investidura de la amnistía, del referéndum de autodeterminación, del premio a la mala práctica de acumular deuda para no pagarla y del supremacismo de dos regiones frente al resto de España, que es lo mismo que la obvia desigualdad de oportunidades entre los ciudadanos. El presidente de aquella comunidad aseguraba en su argumentario que nada hay más corrupto que el transfuguismo del voto. Y, sin embargo, sí que lo hay: es el transfuguismo de la conciencia que hace traicionar la palabra propia y la palabra dada en el teórico compromiso a los ciudadanos.

Si nos atenemos a la razón del neurocientífico Rafael Yuste de que el cerebro es el órgano más íntimo y debiera ser el más inabordable para cercenar su integridad, convendremos que la conciencia es la que otorga la calificación de coherente o incoherente a las personas. En sus acepciones lingüísticas, la conciencia es el conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios; el entido moral o ético propios de una persona y el conocimiento claro y reflexivo de una realidad.

Cuando los diputados socialistas castellanomanchegos, y los aragoneses, y los andaluces y los extremeños, por poner cuatro comunidades, apoyen esta investidura, estarán atentando contra su propia conciencia y contra las de sus votantes, con la excepción de los militantes cuyo grado de "apesebramiento" está fuera de toda sospecha: la mayoría están colocados, y es que el nivel de afiliación es bajísimo respecto a épocas pretéritas (sí, sé que alguien me sacará unas estadísticas falsarias, como aquellas que en los ochenta sostenían la militancia de muertos y dados de baja para obtener réditos internos). Y, de paso, habrán dado más motivos a quienes no confiaron en ellos.

Anteponer los intereses partidistas a los del país es una falsa lealtad o, si se quiere, una lealtad egocéntrica o concéntrica en torno al amado líder. Y sí, hay una corrupción peor que el transfuguismo de voto. Es el transfuguismo de conciencia, del que es más complejo salir porque, para evitarlo, se necesitan unas pizcas de rebeldía, unas gotitas de dignidad y una buena dosis de congruencia. De fidelidad a uno mismo para ser fiel a una nación de muchos siglos. Y en este proceso que concluye hoy y que lleva a un gran país por derroteros insospechados -tan sólo está la certeza de que se ha destrozado el sentido de la ley, del Estado de Derecho y de la democracia-, el caudal ético representado en el Consejo de Ministros está seco. Comienza la legislatura en la que ganan los perdedores y en la que pescan sin límites los enemigos declarados de España.