Han transcurrido 38 años largos desde mi primera visita a Atades, hoy Valentia. Recorrí el Centro Manuel Artero con mi incipiente entonces y luego consolidado con lazos del fuego de la amistad José Luis Laguna. Ambos compartimos el orgullo imposible de dimensionar de ser los únicos socios de honor de la que no podemos sino considerar una de nuestras casas. En aquella visita primigenia, aún no alcanzaba los 25 años y la falta de cultura general de la época y particular mía dibujó en mi mente un panorama desolador. No entendía nada, la rebeldía juvenil incitaba mi consideración de injusticia y mi intención prioritaria era no volver a pisar aquel lugar. Era, así me declaro en la distancia, un analfabeto social.
Me temo que quien niegue esa misma sensación es un hipócrita o un listillo. Pero he recorrido el camino virtuoso porque ellos, los usuarios, los profesionales, los voluntarios me han dado lecciones permanentes. Algunas teóricas, la inmensa mayoría prácticas. Me ilustré a golpe de collejas de Inma Cerezo (me atizaba sin conmiseración) en las presentaciones con la compañera más rutilante que he conocido, mientras me enorgullecía ver a Javi y sus 'mariachis' como azafatos y azafatas. Memoricé con ellos el "Enséñame a cantar" bajo las órdenes de Carlos y Laura, con la amenaza de las reprimendas de Pedro, o de Richi, o de las Pilis, o de Rocío, o de Cristina... Añadan ustedes todos los nombres, porque de todos hay. Cantamos a coro en el 50 aniversario el "Si yo tuviera una escoba" remembrando el nacimiento de la entidad, con la presidenta Rudi en primera fila entonando a pulmón partido.
Si no sentí más nostalgia este viernes fue por mi servicio de comunicar lo más rápido y mejor posible dentro de mis facultades, pero he de reconocer que, más allá de la divertida conferencia de José María Gasalla Dapena, me emocionaron profunda, tácita y explícitamente muchos detalles. La cálida acogida del presidente Torrente -no puedo evitar ver al gran don Ramón en aquella magistral lección de vida que nos dio en los Altoaragoneses en el Sotón-, el brillante alegato de Sara Comenge por los neuroderechos que hubiera suscrito el gran Rafael Yuste y su reivindicación universal de los derechos del cerebro, el esfuerzo de las autoridades por pronunciar discursos cuidados y sensibles (sí, justo es reconocerlo) y la presentación mágicamente inclusiva de Estela Rasal y María edificaron un corpus emocional inmejorable. Como la Ronda de Boltaña y el Ramito de Albahaca, o el bonito video que recorría la pundonorosa y feliz ejecutoria de la entidad.
Y, sin embargo, hubo dos simbolismos que constituyeron dos lecciones sin réplica. El primero, en medio de mensajes inspiradores, la incorporación suave, cadenciosa y firme de un representante de los socios, otro del patronato, de los voluntarios, de las empresas, de los administradores y de los usuarios. Moraleja: Valentia, como todas las organizaciones de un sector en el que sin duda es líder, constituye una agrupación de voluntades desinteresadas y generosas sin las que su labor sería impagable. Textual. Apúntenlo las administraciones y también los ciudadanos: algo tan complejo, traducido a impuestos en su coste real, sería inasumible salvo elevación -todavía más- tremebunda de impuestos. Ese círculo virtuoso es sostenible sin recambio.
Y segundo, en primera línea de escenario y en lo más alto, el mensaje rotundo. Por un lado, 60 años eligiéndote. Por otro, el 60 convertido en el signo del infinito, para significar la vocación eterna de la mejor causa, desde lo pretérito del feliz alumbramiento. Y discretamente apostado en su butaca, en un monumento a la discreción como concepto de vida, el autor de ambas expresiones, Julio Luzán. Sostiene Haruki Murakami en La muerte del Comendador que el silencio es tan profundo que casi hace daño a los oídos. Y Julio es uno de esos puñados de mecenas prudentes y ayunos de vanidad que explica qué es Valentia y cuál es el músculo social de Huesca. Los bienhechores de esta ciudad merecen un monolito, porque convierten lo efímero en eterno, aunque ellos se desenvuelven mejor porque, como sostuvo Benjamin Disraeli, el silencio es el elemento en el que se forman todas las cosas grandes. Y, en cuestión de volúmenes, aunque sean evanescentes, como Julio nadie. Felicidades a todos.