La vieja política ha muerto, ¡viva la vieja política!

01 de Diciembre de 2024

Thomas Babington Macaulay fue un poeta e historiador extraordinariamente crítico con el estatus en la Inglaterra de mediados del XIX, cuando las preocupaciones de los whigs a los que pertenecía y los tories era la conversión al catolicismo de Jacobo de York, para el barón incompatible con sus tronos de Escocia, Inglaterra e Irlanda. Pese a su apego a la vida pública, aseguraba que el político debe hablar y obrar muchas veces sin haber pensado ni leído.

Macaulay apenas llegó a atisbar la Revolución Industrial inglesa que ya transformaba la realidad de su país y media Europa, probablemente porque su preocupación máxima era Jacobo de York.

Los asuntos públicos han estado, a lo largo de la historia, en manos de virtuosos y de necios, de gentes preparadas y mediocres, y en esas tesituras se ha movido su aprovechamiento o su influencia nefasta. Robert Louis Stevenson proclamaba que la política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación. Y eso que no conoció la España de hoy.

Quizás sea ya absolutamente banal, un autoengaño, considerar que va a tornar una clase política admirable como la de la Transición, como Suárez, González, Fraga o Carrillo rodeados de cuadros medios que se formaban, se informaban y se impregnaban del conocimiento del país a través de la curiosidad, la observación y la vocación pública. Había sed de saber, de sondear los vericuetos del Estado de Derecho y de redactar una Constitución para la concordia.

No hace falta remontarse a la capacidad de Cicerón de concebir una realidad compleja, de ser enemigo del populismo, de aborrecer los subsidios y las subidas de impuestos y a la par de reprochar la concentración de riqueza y de abrazar lo positivo del fenómeno de la inmigración. Criterio se le llama.

De aquella vieja política no ya del orador, abogado y cónsul romano, sino de la que hace menos de medio siglo puso por delante de todo el servicio a la causa de la democracia, no queda nada. Apenas congresos, como el sevillano, dominados por necios iletrados al frente de una cúpula bajo la que nadie es capaz de cuestionarse modelo alguno, porque no existe modelo sino espurio reparto de poder sin autoridad. Terraplanismo incompatible con el más mínimo cuestionamiento de las acciones. La negativa al concepto irrenunciable de que libertad es responsabilidad.

Ver al frente de uno de los dos grandes partidos a un palurdo como Cerdán -lo de los gestos de la Montero lo dejamos para expertos en la psique- y a una caterva de personajes inaccesibles a la autocrítica del aparato propios de una película de Torrente en medio de los más chungos escenarios de los bajos fondos demuestra que aquella política de señores formados e ilustrados como los de la UCD o el PSOE de Felipe ya ha muerto. Y que, pese a todo, en nuestro imaginario, todos proclamamos que viva la vieja política, porque probablemente en nuestros sueños está la esperanza.

P.D.: El Congreso Regional del PSOE, con Lambán fuera ya del tapete y con él la confianza en alguien leído y bien intencionado, será una continuidad de este espectáculo federal en el que el dogmatismo ha matado a la ideología y apenas resta algo más perspicaz que el "quítate tú, que me pongo yo". La vida inteligente está en peligro de extinción.