La semana pasada tuve la suerte de participar en el VIII Ciclo de Cine “Con otra mirada” de Barbastro comentando la película Crescendo del israelí Dror Zahavi, que pretende, de manera quizás demasiado utópica, resolver el conflicto entre israelíes y palestinos a través de la música, mostrando un posible camino para afrontar los diferentes desacuerdos entre seres humanos. Entre nosotros.
El crescendo (del italiano "creciendo") es el aumento gradual de la intensidad del sonido, un matiz dinámico de transición que no debe confundirse jamás con lo que entendemos por ruido.
Su director va mucho más allá del conflicto de Oriente Próximo, proponiendo un lenguaje universal como solución a cualquier desacuerdo: la música como metáfora alternativa al ruido, la armonía como forma de entendimiento en contraposición al caos.
Vivimos en un mundo hiperconectado que paradójicamente es cada vez más incapaz para entenderse. El ruido ambiental que nos rodea es ensordecedor y desde luego, no permite escucharnos, no deja que nos pongamos en la piel del otro, nos impide descubrir los muchos aspectos que nos unen.
El ruido impuesto que tanto interesa a tantos está transformando la sociedad y también nuestra forma de vivir y de convivir. Nos dicen qué debemos opinar, cómo debemos pensar, de quién debemos fiarnos y también cómo señalarnos, acusarnos y estigmatizarnos.
Los grandes lobbies económicos y sus esbirros, los gobernantes, algunos medios de comunicación y la infoxicación que traspiran nos proponen generosamente que no nos tomemos las molestias de pensar porque serán ellos los que nos ayuden a tomar nuestras propias decisiones.
Las redes sociales y los verificadores de la verdad, abanderados de la lucha contra la desinformación, han creado el bulo permanente, el pensamiento único y la censura global.
La doctrina de las grandes empresas tecnológicas, las más ricas en la historia de la humanidad, es lo que algunos denominan el “Capitalismo de la vigilancia”, un mercado que comercia con nuestros datos y con nuestras vidas, porque vender a terceros las predicciones de lo que hacemos es extremadamente rentable.
Estas empresas tienen un control infinito sobre lo que hacemos: todo lo que consultamos y consumimos se rastrea y vigila cuidadosamente, saben qué compramos, qué consultamos a Google o con quién nos relacionamos.
Con esos datos, hacen predicciones que construyen nuestras necesidades, necesidades por cierto que no existían y no hace falta mucha imaginación para pensar que quien tenga las mejores predicciones se va a forrar.
Formarse a conciencia, contrastar información, no fiarse del gurú de turno, pensar por nosotros mismos así como ser críticos, es algo cada vez más difícil de lograr. Como alternativa, recurrir a nuestros dispositivos móviles para que la inteligencia artificial readoctrine nuestras mentes una mañana tras otra, con las noticias que nos son más cómodas de escuchar o qué whataspps tenemos que reenviar, es una tentación difícil de evitar.
Hemos creado una generación global de gente que se cría en un contexto en el que el objetivo de la comunicación y la cultura es la manipulación. Hablamos de la tecnología persuasiva.
Todos sentimos que remar contra el ruido es agotador y solemos claudicar en el silencio por temor a que otros no opinen como nosotros, a que no tengan nuestras exactas ideas, a enfrentarnos a la incomodidad de descubrir que nuestro amigo, se ha desviado de nuestra especularidad ideológica.
Cuando te sientes huérfano de ideas propias, qué complicado es entenderse, qué complejo es encontrar la armonía para juntos ir crescendo.
Demasiado ruido.