Tres claves a modo de resumen: el poder de un dirigente político depende del grado de participación en los órganos de dirección de su partido. Conservar y ampliar esa participación es el objetivo de su estrategia de comunicación y de selección de fichajes. El debate de las ideas queda subordinado a las necesidades del momento político. Bienvenidos al partidismo.
Ha finalizado el congreso del Partido Socialista según el guion previsto. El resultado deja el camino despejado al secretario general para encarar el resto de la legislatura y para afrontar con las pilas cargadas el próximo ciclo electoral. Todo ello con un renovado equipo confeccionado a la medida de la fase política en la que nos encontramos. Fumata bianca y aclamación general.
Los congresos que organizan los partidos políticos se han convertido en un mecanismo de ratificación del líder, en una escenificación de la democracia interna que rige en la dirección del partido y en un espectáculo pirotécnico de eslóganes y consignas políticas para consumo irresponsable en la televisión y en las redes sociales.
Son pocos, no obstante, los simpatizantes y los militantes que muestran un interés genuino por esta teatralización de la política, sobre todo desde que la industria de la incomunicación política ha transformado estos eventos en simples aquelarres partidistas.
Con más nubarrones en el horizonte ha vuelto la delegación aragonesa del cónclave andaluz. La renovación de la federación regional, lejos de una transición tranquila, se debate a golpe de titular de prensa, con movimientos en el banquillo de los suplentes e inmersa en un sinfín de estratagemas para alcanzar el liderazgo del partido.
Tan apenas unas decenas de votantes conocen las diferencias programáticas entre un lambanista y un sanchista en pleno sprint final por la jefatura del socialismo aragonés. Las diferencias políticas, insalvables según los medios de comunicación, se miden en grados de cercanía al poder omnímodo de la ejecutiva federal en Madrid. Más afinidad en el campo altoaragonés, menor inclinación en el sector zaragozano. Pero si dejamos de lado las declaraciones que emiten unos y otros en clave nacional, y fijamos la atención en el proyecto político que defiende cada una de las corrientes socialistas la incógnita es total. El silencio más absoluto. Una cuestión incómoda que se despacha, llegado el caso, con el clásico sucedáneo de iniciativas de corta y pega de alguna consultora especializada. En todo caso, una lucha de sillones y una disputa sin ideas.
En la política aragonesa, salvo alguna estridencia y batalla cultural en los extremos del arco parlamentario, se despachan los grandes temas desde el consenso. Luego está la dramatización parlamentaria de la discrepancia, que se airea a viva vox para marcar el paso de la agenda pública (véase la tramitación fake del presupuesto autonómico). Pero la confrontación política, la de verdad, se reserva para las guerras internas de los partidos políticos, donde se disputa la cuota de poder de los cuadros dirigentes y su presencia en las instituciones.
Este partidismo okupa, presente en todas las formaciones políticas que tocan poder y en los niveles de dirección de las administraciones públicas, está en el centro de la desafección de los ciudadanos con la clase política y con la democracia representativa.