Estos días estamos asistiendo a una batalla campal dentro de las organizaciones empresariales españolas. En lugar de defender con firmeza los intereses de los empresarios y, por extensión, de toda la sociedad, sus líderes están enfrascados en una lucha despiadada por el poder.
El panorama es preocupante. Llevamos años soportando una enorme presión por parte del Gobierno, que ha impuesto medidas irracionales que no solo afectan a los empresarios, sino que repercuten directamente en el bienestar de los ciudadanos. Y, sin embargo, quienes deberían haber alzado la voz con determinación, quienes tenían la responsabilidad de proteger a quienes crean riqueza y empleo, han fallado en su misión.
Ahora, en un momento crítico, todas sus energías se están desperdiciando en luchas internas, en guerras de egos y estrategias políticas, en lugar de estar enfocadas en lo que realmente importa: garantizar un entorno favorable para el desarrollo empresarial y económico.
Los empresarios hemos sido pacientes, hemos tratado de adaptarnos, de resistir, de buscar soluciones a pesar de las dificultades. Pero llega un punto en el que esta falta de representación real y efectiva se hace insostenible. Si quienes dicen representarnos siguen priorizando sus propias ambiciones en lugar de los intereses del tejido empresarial y social, llegará el momento en el que los empresarios tendremos que tomar cartas en el asunto.
Porque lo que estamos viendo ahora no es liderazgo. Es un espectáculo lamentable que traiciona la confianza de quienes realmente trabajan por el futuro de este país. Y eso, tarde o temprano, tendrá consecuencias.