El estacazo electoral gallego que ha recibido el Sanchismo ha sido muy grande, muy grande, como también el de Vox y el de Sumar, sin incluir ya a Podemos, que ya va camino de la irrelevancia.
Venciendo el PP y subiendo mucho el nacionalismo gallego de izquierda, BNG, el panorama galaico opta por la continuidad -más vale pájaro conocido- y por la aparición de un nuevo bipartidismo. El PSOE queda de tercera fuerza, casi residual, bisagra de oposición. Y en este bipartidismo, ambas fuerzas tendrán que espabilar, no abandonar las posiciones tendentes de centro, dejando a la gente en paz, sin comedias ideológicas que acaban confundiendo al personal en sus afanes diarios.
El PP tendrá que asumir que Vox le soltará algún bufido -sin coste, ni riesgo alguno, hablar así suele ser cómodo-, sabiendo que su responsabilidad será la de gestionar los nuevos retos sociales, buscando el talento y escuchando a una sociedad, -no a las sirenas-, sin dormirse en los laureles y sin meteduras de pata de los ocurrentes.
Los galleguistas de la izquierda tendrán que dejar las ensoñaciones ideológicas del separatismo, al modo fácil vasco de Bildu y catalán de la Esquerra, dejando las prédicas de un marxismo que se amortizó de forma guerrera hace casi un siglo, recordando que la empanada teórica no sirve para llenar los pucheros.
Mucha lengua propia en exclusiva, mucha ignorancia despreciando a la Guardia Civil, que es de lo poco que mantiene un alto prestigio social y mucha demanda de protagonismo de oposición, que con la cantidad de fuerzas que quedan fuera del parlamento gallego, va a resultar la exclusiva de oposición de izquierda, contando que el PSOE pintará bastante poco y estará a merced de las órdenes de su mandamás.
De los dos partidos del bipartidismo, uno es nacional, es la alternativa actual de gobierno para toda España, y debe de forma clara trabajar y mejorar sus propuestas en Euzkadi y en Cataluña -que son sus puntos débiles-, mejorando precisamente por su condición de nacional, oyendo y contando con el personal que respira en el territorio, que vive y trabaja in situ.
El otro, el BNG, es nacionalista, y siempre entiendo que el nacionalismo es puro veneno, es decir, depende de su dosis, mucho es mortal de necesidad, y un poco pudiera ser, en el mejor de los casos, un estímulo y un acicate de cuidado paulatino de su concreto territorio. Uno, ha de atender a la acelerada evolución de las cosas ý a la continuidad constitucional, y aun nacional de España, y los otros, a resolver esa aparente contradicción entre izquierda y nacionalismo, entre una alternativa socialdemócrata y europea, vigilante de los servicios y prestaciones sociales, frente a un socialismo populista y panfletario.
Pero las dos piedras que el PP tiene en los zapatos, que está obligado a mejorar, se llaman País Vasco y Cataluña. En la primera, ha sido, fue, muy martirizado en los tiempos del reciente terror sangriento, pero deberá buscar alguna propuesta de identidad del constitucionalismo español y el foralismo económico vasco que trae causa de la vigente Constitución. Bueno es recordarlo ahora: los privilegios vienen del texto supremo legal, votado mayoritariamente en toda España. Nadie se engañe por eso. Se trata de mejorar la vida y de hacer sitio realmente para la convivencia de todos bajo la ley. Y ese sitio pasará por combatir un nacionalismo xenófobo, pueblerino e insolidario con el resto de España. Todo sin olvidar la complejidad de las cosas, muchas veces por los intereses creados.
La otra piedrecilla del zapato se llama Cataluña, y con la pela mediante, vale lo dicho del nacionalismo vasco, pero hay peculiaridades propias habida cuenta la relevancia del nacionalismo catalán en el gobierno y las instituciones regionales locales, donde en materia de corrupción ha sido la maestra nacional. Sin olvidar el ambiguo papel del PSC como supuesto partido constitucionalista o no nacionalista, lo cual es discutible, y la función de los grupos de extrema izquierda que suelen conseguir en muchas ocasiones lo contrario de lo que predican, un empobrecimiento o un freno de la inversión y de la actividad económica.
Decía que el nacionalismo es un veneno. De ahí la importancia de la dosis. El exceso, malo, malísimo. Un poco, quizá, si acaso. No se confunda con el patriotismo, en eso George Orwell lo distinguía perfectamente, para denostar aquel, el nacionalismo, causante de guerras y enconos múltiples, y venerar el amor a la tierra, que a todos obliga. Tampoco me gusta que ese patriotismo se convierta en un nacionalismo excluyente. El PP deberá reflexionar mucho desde los propios territorios, sabiendo además que será posiblemente el enemigo de los demás, el partido a batir -recuérdese el pacto vergonzante del Tinell- frente a los desmanes del nacionalismo separatista que se presenta como la panacea y el árnica de los males que afectan a las vísceras de sus seguidores y que tanto invocan en sus remedios. Nacionalismo es visceralidad, fanatismo. El nacionalismo ya ha dado buena muestra de lo que es capaz y a qué conduce y a quiénes sirve. Y a quiénes perjudica: a todos.