En los tiempos de lluvias, las goteras son una maldición muy seria para las personas y para los edificios que las soportan. Pienso en un edificio público de la magnitud del antiguo Seminario conciliar oscense. Edificio público, propiedad municipal, es decir de toda la ciudadanía, monumento -al margen de la panoplia de categorías normativas al respecto- con la obligación de cuidar y legar a los que vienen detrás un conjunto histórico interesante.
Edificio municipal, con dueño, que como todos, está obligado al buen mantenimiento, y como administración pública, con la responsabilidad de hacer pedagogía. (Cosa que por cierto está comenzada con otro monumento de la ciudad como es el Círculo oscense).
El Seminario tiene goteras a la vista, que se pueden observar por cualquier peatón desde la plaza de la Universidad, o a la vista de cualquier dron que se quiera dar una vuelta por esas alturas. Pero los huecos de su cubierta están soportando raudales de lluvia para beneficio del derrumbe o del colapso de alguna parte con la pasividad evidente de su propiedad y de su servicio.
Han pasado dieciocho meses, 18, desde que la renovación pública llegó a los municipios españoles, renovación de la gobernanza del edificio, dejando evidente que esa renovación no alcanza al personal de empleo de la corporación, pero si a quienes dirigen y disponen de forma responsable las líneas, los criterios y los objetivos de la acción de gobierno de una ciudad que debe aplicarse y recuperar mucho tiempo y muchas oportunidades perdidas. Se renovó, pero no hay atisbos de capacidad de gestión de algo que debiera parecer evidente, y además ágil y eficaz. No hay noticias de desescombro, de supresión de malezas, de tapar goteras y huecos, y da que pensar si es parte del deseo de alguien que parece creer estar así en lo más adecuado. Huesca funciona es un eslogan que se me ocurre proponer para estos tiempos.
El que no acude a la gotera, acude a la casa entera. Este es el riesgo. Esto es un preciso refrán del idioma español. El propietario del conjunto es el Ayuntamiento, aparte del fallido noviazgo con la Universidad de Zaragoza y el embarque de la Diputación, lo que importa, a fin de cuentas, es destacar su interés como edificio significativo y monumento en su conjunto, con las categorías que sean, y esperar que el dueño consiga que la Comisión de patrimonio cultural no ande con remilgos, pejiguerías y dimes y diretes para definir la integridad de su conjunto y de sus patios. Con distancia y perspectiva las cosas suelen parecer de solución sencilla, pero no parece el caso.
El interés del complejo del Seminario es histórico, artístico, urbanístico, educativo, religioso, y ahora habrá que incluir la soñadora pretensión de convertirlo, en parte al menos, en parador nacional, que, en cualquier caso no se exime de la responsabilidad de atender a las mentadas goteras, que siguen soportando los arrebatos otoñales de unos momentos lluviosos abundantes, muy lamentables gravemente en el Levante valenciano.
Llegaremos a diciembre y sigue sin hacerse obra alguna en la cubierta del Seminario, como si hubiera una parálisis contraria, y se ignora, en tiempos de abundancia de comunicaciones, que nos espera al respecto para el nuevo año, cuando hablamos de una oportunidad importante de mejorar de forma notable la ciudad, aumentando las posibilidades de la ciudad e incrementando su panel de atracciones culturales. Contra las goteras buena cosa es la inquietud.