La guerra, uno de los jinetes del apocalipsis, sigue azotando este mundo lleno de diversos colores y vidas humanas. La historia no ha servido como lección, ya que el “nunca más” proclamado tras el genocidio de la II Guerra Mundial no se ha cumplido.
La desigualdad y la ambición casi siempre son los gérmenes que originan la violencia y las muertes en el género humano. Las violaciones de mujeres son comunes en la mayoría de los conflictos bélicos. El hambre, la miseria, los niños desnutridos, la destrucción de viviendas son el resultado para la población de unas guerras que no cesan de surgir a lo largo de la historia.
Hoy, es Ucrania, Oriente Medio, Sudán, Haití... Mañana, podría ser cualquier parte del mundo, ya que no está garantizada la salvaguarda de ningún territorio. Lo de menos es la causa; lo que importa es el resultado de cualquier conflicto bélico, que en la mayoría de los casos termina con un acuerdo de paz, sin importar el desastre y la destrucción causados.
Los responsables de la guerra casi nunca sufren las consecuencias de sus decisiones. Son los horrores de las guerras, alimentadas con mayor poder militar de muerte, al seguir invirtiendo en nuevas armas de destrucción masiva. Invertir en muerte y destrucción sigue siendo rentable para unos pocos, sin importar las consecuencias para las personas, las infraestructuras y el planeta.