Una de las películas más importantes de la Historia es “Blade runner”. En 1982 Ridley Scott nos contaba la historia de un futuro apocalíptico en el que existen seres virtualmente idénticos al hombre, pero superiores a él en fuerza y agilidad; se les llama “replicantes”. Una rebelión de estos replicantes lleva a crear un servicio de policía especializada para “retirar” estas máquinas.
Pero he aquí que, en estas máquinas, con una vida programada de cuatro años, comienza a surgir un ansia de inmortalidad mientras la sociedad se va vaciando de sentido y de moral. En este ambiente se da la paradoja de que los robots van siendo cada vez más humanos, mientras que los humanos se van despersonalizando. Rick Deckard es un agente especial que persigue incansablemente al replicante Roy Batty.
Este tema, llevado más veces a la pantalla, era ya una reflexión profética de la problemática que supone la irrupción de la Inteligencia Artificial. Ésta ha provocado en la actualidad el susto y la preocupación en muchas personas. A la maravilla que supone un invento tan extraordinario, le siguen las preguntas sobre los límites y el control que comporta tal invención.
Los educadores nos preguntamos dónde queda el pensamiento crítico si la A.I. responde a todo, redacta todo y hasta opina de todo. ¿Dónde queda la reflexión, la capacidad crítica, la opinión? ¿Dónde la capacidad de inventar e imaginar si la A.I. nos dibuja, compone y redacta? ¿No está la Inteligencia Artificial arrinconando lo más genuinamente humano?
Es cierto que no se puede poner barreras al progreso científico, hay que trabajar para utilizarlo como un bien para la humanidad. Pero hay que trabajar también para humanizar a los humanos.
El final del film de Scott tiene un momento maravilloso. Cuando, tras la implacable persecución, el agente Rick está a punto de morir, Roy –la máquina- se compadece de su enemigo y le salva. Es entonces cuando, frente a frente con su perseguidor, dice la siguiente frase: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». El replicante es capaz de recordar, de aprender, de sentir nostalgia de la vida que se va, de amar y hasta de perdonar.
Ahí está la clave. No sólo hay que controlar la Inteligencia Artificial para que no suplante al ser humano; hay que humanizar a las personas para que no se conviertan en máquinas de producir, para que descubran la grandeza de saberse perecederos, de vivir la vida con intensidad, de amar y perdonar.
Estamos privando a la educación de contenidos humanísticos, filosóficos, religiosos y éticos; urgimos lo práctico, lo útil, lo que abre puertas al éxito. Si no educamos para la apertura a la interioridad, la compasión y el perdón, será nuestra propia humanidad la que se convertirá en absolutamente artificial.