La idea es excelente y hay que apoyarla.
Pero el colectivo pro Sigena debe tomar nota de que esta situación de soledad monástica e historia desertizada ya fue prevista. Hace unos veinte años fui invitado a una mesa en Villanueva sobre el tema de Sigena. Entonces el lamento y el acento se puso en que la comunidad de religiosas que estaban en Sigena era un obstáculo porque ponía muchas dificultades y constituía un problema para lo que entonces los gerifaltes de la Comarca, decididamente pro socializantes, se lamentaban diciendo que Sigena debía ser un centro cultural dinamizador de la comarca para atraer turistas y, consecuentemente, “crear riqueza”.
Recuerdo que en esa ocasión dije que el monasterio ofrecía la peculiaridad muy singular de ser un monasterio vivo, aspecto excepcional que había que mantener de forma prioritaria como una oportunidad difícil de conseguir. La alternativa a la ausencia de una comunidad religiosa activa sería crear un parque temático sobre el monasterio y la vida monástica. A día de hoy no es ni eso. Actualmente es un conjunto prácticamente abandonado a su suerte. Cuando antes era posible visitar todos los días la iglesia, ahora solo lo es una vez al mes, y esto por compromiso social al ser monumento declarado y protegido. Esta visita es sin acceso al claustro, sala capitular y estancias monásticas hoy deshabitadas. Es decir peor que antes. Tampoco es posible el acceso a la bella arquitectura del dormitorio acomodado en parte para almacén de objetos artísticos recuperados desde Lérida.
Si se desea que haya una comunidad, el monasterio debe estar prioritariamente dispuesto para ser soporte de un colectivo de vida religiosa, no como un elemento ilustrador de la razón de ser de un monasterio histórico, y menos buscando un colectivo enjaulado utilizado como señuelo para una recreación histórica más.
Somos la civilización de los sucedáneos, hoy encomiásticamente llamados “marcas blancas”. En la sugerente localidad de La Alberca (Salamanca) mantienen a una señora, ya mayor, ataviada como iban nuestras abuelas en tiempos de Franco, con una lámpara con velón en una mano y una campanilla en la otra. Llama todos días al “toque de ánimas”, a la caída de la tarde. En la misma localidad, mantienen la tradición de un cerdo que anda permanentemente suelto. Los lugareños lo alimentan diariamente para sortearlo el día de San Antón, como siempre se hizo. La señora cobrará su sueldecillo como figurante. Los visitantes creen haber captado el espíritu de otras épocas. Es anecdotizar la historia para que los turistas vayan, saquen fotos y se tomen un respiro con refrigerio.
Si se pide una comunidad para Sigena debe ser con la idea de rehabilitar el monasterio, no de hacer una recreación de la historia al uso. Esto supone aceptar que la vida de esa comunidad volverá a condicionar el conjunto, los horarios, los rincones de acceso y la disponibilidad para las visitas. Es lo que pedía la comunidad que se fue. Sus monjas eligieron libremente este lugar porque les pareció adecuado. No se puede pretender que si se encuentra una comunidad vaya para enjuagar el error de haberse desecho de la anterior o que las monjas se presten a hacer de figurantes para que los turistas imaginen a su manera. En realidad desde el obispado ya se ha buscado tal comunidad, pero ahora no es fácil conseguirla. Si un cartel dice “Turistas abstenerse de dar vueltas. Estamos rezando” esto manda, aun a riesgo de que algún o algunos botarates, eso sí, muy progres, excitados, pregunten con despecho por qué les ponen limitaciones cuando eso es de todos por estar pagado con dinero de todos. Hay que asumir que hay quienes solo llegan hasta donde pueden llegar, aunque presuman de mente abierta.
A la comunidad anterior se les hizo la vida difícil hasta que sus componentes dijeron “aquí os quedáis con vuestro edificio”. Por afear su presencia se llegó a decir que con sus celdas habían roto la silueta del monasterio, sin tener ni idea aproximada de cómo había sido, y se usaron sus peculiares celdas para afear el papel social de la comunidad. Ahora será difícil buscar un cambio de uso para estas casitas, a no ser para una fábrica de pirotecnia.
El monasterio de Sigena tiene su historia, discutible desde nuestro punto de vista, pero singular por sobresaliente, hasta el extremo de haber sido una realidad histórica excepcional para el reino de Aragón. Esto es y fue las Huelgas de Burgos, con más afortunado historial. De la historia de Sigena forma parte el abandono y progresiva decrepitud. La comunidad fundacional de Sigena tuvo que ir vendiendo su abundante, rico y destacado patrimonio para sobrevivir. A esto hay que añadir el penoso incidente de la Guerra Civil, que siempre se tendrá que tener presente como memoria histórica. Será farisaico minimizar u ocultar el bárbaro atropello del Treina y Seis para no herir a los descendientes de los protagonistas. Las monjas de San Juan intentaron volver. No pudieron sobrevivir. Apareció la providencial ocasión de otra comunidad que lo rehabilitó, pero no agradó a los pretendidamente salvadores de los Monegros.
A pesar de tan peculiar historial hay que trabajar por rehabilitar Sigena. Rehabilitar es volver a dar la vida que tenía. Otra cosa es cambio de uso. Si hacemos las cosas, vamos hacerlas bien sin las cribas de progresismos socializantes que ocultan intereses espurios, de mentalidad mercantilista de todos, incluidos los mentados.
La idea de pedir una comunidad es excelente y merece seguir apoyándola.