La niebla

Sergio Sarria
02 de Diciembre de 2024

He salido a dar un paseo después de cenar. Tengo la suerte de vivir en el Coso del casco antiguo de esta pequeña ciudad de provincias cerca del Pirineo. Aunque estamos en diciembre, es agradable pasear por la zona peatonal iluminada por las luces navideñas, hay muy poca gente en la calle. En la plaza porticada de arriba un gran árbol metálico nos recuerda las fechas, de los balcones cuelgan renos y copos de nieve. Han puesto la pista de hielo en la plaza del Casino.

Las tiendas iluminan de noche sus escaparates ofreciéndonos todo tipo de objetos con las ventajas del black friday, hasta hace un rato familias, amigos y parejas recorrían estas calles sin tráfico, los niños jugaban tranquilos y los perros seguían a sus dueños obligados por sus correas.

Pero ahora es más tarde y a las diez de un domingo solo pasa alguna bicicleta de reparto de Globo, un par de solitarios, y tres jóvenes con copas que vociferan. Voy por el Coso hacia la plaza Santo Domingo, hay niebla espesa y escucho llorar a un niño al que aún no veo. De la niebla sale Daniel, hace tiempo que ha dejado el tratamiento y que no se mucho de el, lleva de la mano a un niño de unos tres o cuatro años que no para de llorar, no es su hijo.

Cuando me acerco a saludarlo me responde parco, el niño está llamando a entre gritos y sollozos a su mamá, yo le pregunto ¿qué vamos a hacer con este niño que esta tan triste? “Ahora lo llevo a ver a su madre”, y sigue andando tirando del pequeño, los veo desaparecer tras el muro gris.

Las luces vuelven a tomar protagonismo en la correría, vuelvo hacia casa pasando por el lateral de la Iglesia de San Pedro pero Daniel y el niño siguen en mi pensamiento, ya no veo las luces, sino el barrio de donde ellos han salido. Poblado de emigración multirracial, con mucha presencia gitana, castigado por el paro y la marginalidad, no hay renos, ni árboles de navidad, ni copos de nieve. En la plaza santo Domigo me he dado la vuelta, más allá Ramon y Cajal y el barrio, no es seguro.

Sus calles no están limpias, no son peatonales, no son lugar de paseo. El barrio es casi invisible, como sus gentes que solo a veces aparecen entre la niebla.

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