NO, la prostitución NO es un trabajo

M. Engracia Martín Valdunciel
02 de Mayo de 2024

No, la prostitución No es un trabajo. No puede serlo porque implica cosificación y deshumanización de mujeres y niñas. Hablamos de una práctica que conculca derechos humanos. Como el derecho a la dignidad, el derecho a la integridad física y moral o la potestad de cualquier ser humano de no ser sometido a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

El feminismo defiende una vida digna para todos y todas, por tanto reclama medidas contra las violencia machistas, la barbarie prostitucional entre ellas. Cabría esperar que los sindicatos, al menos los de clase —competentes, en teoría, para analizar las relaciones de poder—  fueran coherentes y entendieran, como mínimo, la asimetría que tiene lugar en la prostitución: entre quienes tienen poder (hombres) y quienes ocupan posiciones de subordinación (mujeres, menores). Y, por tanto, condenaran la práctica abiertamente, sin paliativos. Significaría que el mundo del trabajo se compromete con una sociedad más justa.

En sociedades que dicen respetar los derechos humanos no deberíamos  entrar en la matraca a que nos invita el lobby proxeneta y sus voceros para blanquear su negocio criminal. Nos referimos a la pertinencia de considerar la deshumanización de seres humanos “trabajo sexual”, “servicio sexual”, “un trabajo como otro cualquiera”, “ocio”, “alterne” o mandangas por el estilo.

O cuando sugiere pensar la perversa dicotomía “prostitución coaccionada” o “prostitución libre o consentida”…No hay “libre elección” ni “libre consentimiento” en la prostitución. No ha lugar a plantear el tema en esos términos en un mundo sustentado en desigualdades brutales.

No entramos ya en la manida sandez de que la esclavitud sexual “empodera”… ¡a las esclavas¡ ¡El mundo al revés! O la no menor necedad de que la prostitución es “transgresora”… ¡Cuesta entender qué orden quebranta, o “transgrede”, una institución propiciada a lo largo de la historia por poderes religiosos, políticos, económicos!… En la actualidad, un negocio delictivo millonario al nivel del de las drogas o el armamento… Por tanto, cabría esperar que ningún sindicato democrático aceptara entrar en juegos falaces que rezuman neoliberalismo.

Todo este cúmulo de falseamientos se suscitan de forma cíclica en los grandes medios de comunicación cuando el poderoso lobby proxeneta cree que su tinglado puede peligrar mínimamente en el limbo alegal actual. Los media impulsan su ideología de forma confusa y contradictoria avalando, sin sonrojo, a quienes pretenden acreditarse como “pro derechos” de las mujeres prostituidas… (una se pregunta a qué derechos se refieren, ¿quizá  al “derecho” a seguir siendo violadas, cosificadas, torturadas…?) fomentando desconcierto y mucho “buenismo” en una sociedad que mira para otro lado.

Como ocurre —¡ay!, tan a menudo—  cuando nos encontramos “buenos hombres de izquierda” defendiendo la prostitución… O mujeres que son “abolicionistas pero”...  manejan conceptos extraños de “inclusión” o “respeto”… No resulta coherente, ni honesto ni aceptable que hablen de derechos humanos quienes defienden prácticas que los pisotean.

Confusión, distorsión, falta de compromiso con ciudadanos y ciudadanas, son tónica dominante en los grandes medios cuando hablan de prostitución. Sin embargo, sería deseable —no sabemos si esperable— que los y las profesionales de la comunicación no desprestigiaran aún más el oficio, se documentaran y desarrollaran el trabajo periodístico con honradez, profesionalidad y consideración por una sociedad democrática de verdad,  que no cosifique a la mitad de la sociedad.

La explotación sexual y reproductiva de las mujeres ha sido, y sigue siendo, nodal en el patriarcado. Constituye un privilegio de hombres en un mundo construido y organizado a su medida. Es una práctica de poder resultado de la subordinación de las mujeres, de su falta histórica de acceso a recursos económicos, sociales o culturales.

El acoso, la pornografía, los feminicidios, plataformas proxenetas como OnlyFans, la sexualización de niñas, los “vientres de alquiler”, trata de personas...forman parte del mismo sistema de dominación que ha definido a las mujeres como seres inferiores, meros objetos sexuales al servicio de la genitalidad masculina.

Por tanto, si queremos ampliar los límites de las democracias actuales, hay que cuestionar su existencia. La prostitución —sea o no filmada, como ocurre con la pornografía— es una institución que genera desigualdad: entre hombres y mujeres, entre clases sociales y también entre países ricos y países pobres.

En el desbocado capitalismo actual se ha convertido en una “industria” criminal que aúna las principales formas de exclusión de los seres humanos. Por consiguiente, quienes defienden la prostitución y su regulación como práctica posible son, de forma consciente o no, sexistas, clasistas y/o racistas... ¿Qué espacio y credibilidad podemos dar a discursos que cuestionan fundamentos de sociedades de derecho?

La esclavitud sexual de las mujeres ha sido avalada por credos religiosos, fuerzas conservadoras y, …desafortunadamente, sigue teniendo mucho corifeo: desde la doble moral burguesa y, también, desde el relativismo cultural y moral de la “izquierda sentida” actual que se cree muy “transgresora”.

Sin embargo, al no impugnar abiertamente la prostitución, comulga con la ranciedad y la misoginia de la derecha y de los púlpitos. Una “izquierda” que, no por casualidad, ha abandonado la lucha por la igualdad para promover la diversidad, las identidades a la carta o el circo trans, que, de facto, borran a las mujeres.

Así, hemos visto con estupor cómo el ”gobierno más feminista de la historia” ha promulgado normas sobre “libertad sexual” que no penalizan la prostitución …¡si es “consentida”! En otras palabras, chulos y puteros pueden seguir durmiendo tranquilos. Amén de propiciar la excarcelación de decenas de delincuentes sexuales y rebajar centenares de penas… Esperemos que la ciudadanía tome buena nota.

No podía faltar el concurso de la academia para avalar la esclavitud del siglo XXI. La universidad-empresa actual se rinde sin vergüenza alguna ante despropósitos —como el transgenerismo— al tiempo que da curso a mantras del lobby proxeneta. Podemos comprobarlo a menudo en los medios. Una institución a la deriva que se juega el descrédito social si no es capaz de garantizar el respeto a principios constitucionales de convivencia democrática, como la igualdad entre hombres y mujeres, o proteger el respeto a la libertad de expresión o la de cátedra.

Sin embargo, podemos aprender del pasado; si hacemos memoria, décadas atrás fuerzas progresistas cuestionaron la violencia sexual, por ejemplo la de los “señoritos”, que dejaba a jóvenes sin recursos a la intemperie propiciando el mantenimiento de la prostitución; porque entonces como ahora las mujeres prostituidas eran, y siguen siendo, principalmente, las hijas de las clases trabajadoras.

Y, a tenor de los tiempos, la II República española consiguió impulsar un plan abolicionista en 1935 cuyo horizonte, como otros tantos proyectos, fue truncado por la sublevación militar y la dictadura clerical-fascista y misógina que le siguió durante cuarenta años.

Actualmente, los “señoritos puteros”, junto con chulos y macarras, parecen “invisibles” en el sistema prostitucional, sin embargo son ellos quienes sostienen un negocio despreciable entre hombres cuya mercancía son mujeres... Podemos preguntar que está pasando para que no reciban la reprobación ética y moral que merecen...

La abolición de la prostitución es un objetivo de la agenda feminista y debería constituir un reto para el conjunto social porque las mujeres somos mayoría absoluta:  sin feminismo no hay democracia. El abolicionismo del sistema prostitucional restituye derechos expropiados a las mujeres prostituidas, pone coto a la criminalidad de proxenetas y puteros y construye las bases éticas, jurídicas, educativas, etc., de convivencias igualitarias.

Queda saber cuánto habrá que esperar para que chulos y depredadores sexuales puedan sentir la indignación y el reproche firme de una sociedad que tome conciencia del problema y sea capaz de exigir medidas para erradicar la barbarie prostitucional ¿No debería participar, también, en esta lucha todo el sindicalismo democrático?

 M. Engracia  Martín Valdunciel ( AbolicionistasAragon)

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