La economía, como muchas otras áreas de las ciencias sociales, puede dar lugar a que se dé la razón a argumentos sin ningún sentido. La razón de la sinrazón. El amparo exclusivo de la legislación sin preguntarse si la misma es correcta o esconde algún vicio o perversión. En definitiva, que tras el argumento “es la ley”, todo valga.
¿Y qué ocurre cuando la ley se deroga? ¿Cambia lo que está bien o está mal? ¿Es la verdad tan voluble que una votación parlamentaria puede modificarla? ¿Económicamente es justo lo que ayer era injusto sólo porque ahora está señalado en el BOE?
Algún que otro economista, palmero de ciertos partidos ahora en el poder, defiende el Impuesto de Sucesiones y Donaciones (ISD). Considera que es un arma necesaria y básica para luchar contra la desigualdad tan gigantesca que vive nuestro país. Pocas veces argumenta a favor del impuesto, sino que menosprecia a quienes atacamos este tributo. Pero esta semana se ha puesto “técnico” y tiene razón.
Muchos argumentan contra el ISD diciendo que es una doble imposición. A lo que ha respondido nuestro palmero del gobierno, y del ISD, que se equivocan. Y he de darle la razón. El impuesto no es una doble imposición.
En nuestro sistema tributario el sujeto pasivo (quien paga el impuesto) debe hacer frente a las obligaciones tributarias cuando demuestra una capacidad económica. En otras palabras, cada vez que gana dinero, cada vez que consume o ahorra, debe pagar un impuesto. Las personas pagamos impuestos al ganar nuestro sueldo, pagamos a la hora de comprar nuestra vivienda y otros impuestos asociados con el ahorro. Ahora bien, una vez que se fallece, no se pagan impuestos, sino que lo hacen los herederos. Unas personas totalmente distintas a quien pagó los impuestos anteriores. En definitiva, como el ISD lo paga otra persona, no es una doble imposición. Fin de la discusión.
Muchas personas se quedan satisfechas con esta explicación. No se pagan dos veces impuestos, el impuesto es legal.
Podría hablarle de que los bienes y el ahorro permanecen en una unidad familiar, pero creo que se reiría de mí ¿qué es una familia? Dentro de la legislación tributaria el ser una familia sirve de poco, un par de deducciones y poco más. Y si le hablara de la concepción moral, ética, incluso cristiana de la familia, me tacharía de fanático; pues tener moral, ética y fe en estos días es ir contra el relativismo que nos rodea.
Así que me toca hablar del sacrificio. La motivación egoísta que hace que las personas se levanten cada mañana, suban sus persianas y vayan a trabajar. Cada uno sabe cuál es su razón. Pero me permito deducir que la mayoría tienen una razón llamada familia. Y eso lo demuestran los testamentos en los que se legan las posesiones y los ahorros a miembros familiares.
La gente trabaja y se esfuerza cada día para dar un futuro mejor a su familia, sea cual sea esta. Hijos, nietos, sobrinos o hermanos. Nunca deja la gente de preocuparse por su familia. Incluso las personas mayores piensan en la herencia como una manera de ayudar un poco más, con esa famosa frase “para cuando yo falte, que no os falte de nada”.
El ISD no es una doble imposición. El legislador se basa en el amor a la familia, en que una persona sacrificaría todo por sus seres queridos, y como sabe que ese sentimiento no va a desaparecer, se aprovecha. Se ha creado una red de leyes y reglamentos en los que sobre el papel este impuesto es imprescindible.
La justicia no depende de una votación. Por muy legal que sea este impuesto, va contra la familia, va contra el amor, va contra la generación de riqueza, va contra el progreso, va contra los principios básicos de una buena persona. Da igual la ley, este impuesto está mal.