Con el Primer Domingo de Adviento damos comienzo al nuevo Año Litúrgico. El Tiempo de Adviento es un tiempo que nos prepara para la Navidad. “Adviento” viene del latín “adventus” y significa advenimiento, venida, llegada. Los cristianos nos preparamos en el Adviento para la llegada del Mesías en la Navidad. Celebrar la Navidad es celebrar que Jesús viene a nuestras vidas en “cada hombre y en cada acontecimiento”. La Iglesia nos propone el Adviento para que podamos preparar nuestros corazones y estemos dispuestos a recibirle en la Navidad.
El Evangelio de este Domingo nos habla de la espera. Esperar a Cristo que viene en Navidad. No es fácil esperar… hay un adagio español que dice que “el que espera desespera”; en Navidad los padres esperan a que sus hijos vuelvan a casa, el emigrante espera conseguir un trabajo para salir adelante, los enfermos esperan a ser atendidos en las salas de espera de los hospitales. Esperar es una auténtica prueba para quienes estamos acostumbrados a que las cosas sean inmediatas. En el Antiguo Testamento el pueblo de Israel esperó 40 años para alcanzar la tierra prometida; también, el pueblo de Israel se armó de paciencia para esperar la venida del Mesías. Pero la espera no se caracteriza por ser eterna, pues la historia es temporal.
Cuántas veces, cuando nos absorbe las ocupaciones, nos quejamos de que el tiempo pasa volando, de que vamos demasiado de prisa y no tenemos tiempo para nuestra familia, nuestros amigos… pero cuando se trata de esperar, nos desesperamos porque todo nuestro interés se centra en eso que deseamos. Si echamos un vistazo a nuestro pasado, cuando éramos niños, todo era más lento, esperábamos con ansias las vacaciones, la vuelta al cole, la Navidad, la Semana Santa… ahora que somos adultos todo va muy de prisa, parece que ya no tenemos ilusiones… Pues eso, ilusión es lo que nos falta para seguir esperando, para seguir creyendo, para seguir amando.
Hoy encontramos a personas mayores que esperan de una forma negativa. Esperan la muerte como el remedio a sus problemas… y esta no es la solución. La perspectiva cristiana nos muestra un itinerario de espera marcado por el trabajo. Si tengo una meta, debo esforzarme por ir dando los pasos necesarios para conseguirla, sin quedarme de brazos cruzados esperando a que llegue. Si queremos esperar la venida de Jesús no podemos quedarnos de brazos cruzados… tenemos que estar en actividad constante, de forma que la espera nos sorprenda haciendo lo que más nos haga felices, para que, tras la muerte, el encuentro con el Señor produzca el abrazo definitivo con el Dios de la vida.
Esperar por esperar no tiene sentido. Saber esperar por alcanzar una meta que nos apasiona tiene un sentido diferente. Que, en este tiempo de Adviento, sepamos devolver la ilusión a quienes han perdido la esperanza, y que la Navidad produzca el encuentro y el abrazo con aquellos que están separados: matrimonios, familias, pueblos… padres con hijos, abuelos con nietos…