De la guerra de Ucrania apenas hemos tenido recientemente noticias. Llegan de vez en cuando declaraciones de grandes jefes de estado. Escasamente se saben detalles y de su evolución y situación del conflicto. Cierto es que hay sucesos y hechos nuevos relevantes, y otras guerras en el mundo que pueden desviar el foco y la atención de la comunicación. Pero la guerra de Ucrania sigue y lleva durando más de mil días, tras la escandalosa invasión que provocó la guerra, bajo el eufemismo oficial ruso de “operaciones especiales”.
La ambición del psicópata dictador Putin, a juzgar por los hechos, debió creer que resultaría un paseo militar tan fácil como la anexión de Crimea, algo así como el comer y el cantar, pero todo ha llevado a una guerra cruel con decenas de miles de muertos y destrucción de ciudades e infraestructuras.
Lo cierto es que la guerra sigue durando mucho, que no hay atisbos de tregua o de paz, que la destrucción ha aumentado en todo el amplio país ucraniano, que la represión de los opositores rusos a la guerra ha sido y sigue siendo cruel y que los únicos beneficiados son los fabricantes de armas, que no son nada baratas, y que la amenaza rusa es real. Se ha llegado a los mil días, en un conflicto que el dictador ruso creyó que sería un paseo militar al modo de la anexión de Crimea.
Basta recordar que los servicios de comunicación y desinformación van penetrando en todo lo que debilite la Unión Europea. Ya se vio en la consistente sospecha de intervención en el lamentable referéndum británico para salir de la Unión. O se ha visto en el apoyo ruso a personal vinculado en 2017 al juego secesionista del huido Puigdemont, todo un representante del jefe del Estado en Cataluña, oculto y escapado, el que iba a ser traído y ahora es necesario para mantener el actual gobierno que no ganó las elecciones veraniegas, pero rebañó los votos precisos de investidura.
Los servicios de información van engrasando a políticos y periodistas y su aumento va apareciendo en países de la cercanía de la zona como Hungría, Eslovaquia y otros, aparte de la ya probada fidelidad de Bielorrusia. El interés de Putin por desestabilizar todo lo que pueda a los miembros de la Unión europea es una evidencia, y la toxicidad de sus acciones suele ser muy perceptible. Se trata también de sembrar dudas sobre la defensa y apoyo de Ucrania, y en general del mundo occidental y europeo. Sigue el conflicto y sigue el riesgo de su extensión.
Se percibe una sensación de que las condenas de opinión iniciales en el comienzo de la guerra se han suavizado, quizá por cansancio, tendiendo a una cierta asunción de igualdad y neutralidad en el conflicto, como si los grupos favorables a la posición rusa, que en España se situarían en los extremos minoritarios del espectro político, tanto en la izquierda, sobre todo, como en los de extrema derecha fueran a favor del tiempo, haciendo algo normalizado y asumido, teniendo un final complejo y difícil.
Pero lo importante me parece que es pensar en parar la guerra de Ucrania, en acabarla con una tregua, un pacto, una mediación internacional, un armisticio, pero tiene la pinta de ser un conflicto de muy difícil solución, sin vencedores, pero tendrá que llegar algún día que necesariamente acabe. Ahora parece que no ganarán ni unos, ni otros, pero allí quedan la desolación y el exterminio, el dominio de la destrucción y de la muerte y de todo lo que conlleva la guerra con el odio y el dolor en aumento.
Los más favorables a Putin llegaron a alegar que la culpa era poco menos que de la OTAN, algo lindante con las paranoias que justifican ideologías políticas preconcebidas, como si la guerra la hubiera iniciado este Organismo. Lo cierto es que Europa debería implicarse mucho más en su propio interés y en su propia defensa, y consecuentemente, en apoyar al pueblo ucraniano, agredido unilateralmente por el sátrapa ruso. Pero no está el horno para bollos.
El tiempo pasa y el olvido suele ir en su compañía con él en muchas ocasiones, mientras la guerra sigue y se hace cotidiana y permanente para vergüenza de la humanidad.