Los escolásticos, antes de comenzar una discusión establecían lo que llamaban “notiones”, es decir, que todos iban a entender lo mismo por el vocabulario que usaran. En la discusión, si no estaba bien fundamentada, el adversario espetaba ”negó maiorem” y el falsario tenía que volver a empezar. Hablaban para poder aclararse y avanzar en la consecución de la verdad.
Ahora, se afirma cualquier banalidad sin el más mínimo pudor, y cuando, por estrategia, se trata de no responder, se sale por peteneras, se alarga la contestación hasta haber despistado o se contesta con cualquier tropelía… , no solo se está negado la objetividad inherente a la verdad, sino que se llega a menospreciar que, al menos, parezca que es verdad lo que se afirma. Más, con todo desdoro y sin ruborizarse afirman que hay que ser rápidos e ir por delante para controlar el relato.
Así es como con aplomo que aturde el Pachi Lopez, el Bolaños, el Oscar Lopez, el Oscar Puente, de otro planeta, la ilustrísima maestra ministra de Educación Pilar Alegría, con no más recursos dialécticos que para mantener un puesto de verduras en el mercado de Gigantes y Cabezudos, todos y el muy singular doctor Pedro Sánchez Pérez-Castejón, con frívola tesis redactada por un frívolo ”negro”, con la distintiva frivolidad asumida por este doctor, es capaz de afirmar impávidamente, como si nada, lo contrario de lo que poco antes había dicho. No se puede contestar no porque te hayan rebatido con elegancia dialéctica sino porque el absurdo se ha convertido en retórica recurrente. Este absurdo se ha establecido como parámetro de comunicación no con la maestría de Tip y Coll, que hasta resultaban entretenidos, sino con la bajeza de quien desafiante pretende vender sus inexistentes talentos para conseguir mantenerse. Son trileros de sofismas barriobajeros
El talante buscador de la verdad ha sido proscrito y el discurso vertebrador de un recorrido lógico hacia la luminosidad, se consideran superados; la ética esta tachada como una práctica viciosa de derechas o ultra derechas; a la aberración se le llama derecho, al caos, libertad; a la manifestación del dislate, expresión libre; lo cutre se presenta como alternativa a la belleza,… ¡Para eso somos modernos, posmodernos o no se sabe qué!
Cualquier día nos van a hacer creer que la diferencia entre noche y día no existe, porque es una falacia de lo que ellos clasifican “derechas”. Como contrapartida nos hemos arrojado al vacío desmitificando cruelmente, liberando de pretendidos lastres, eliminando agarraderas imprescindibles en lo que ya es un naufragio,… La destrucción es el paradigma para los que pretenden hacer creer que están regenerando este país. Es lo que hacen los disminuidos mentales que, incapaces de aportar, recurren a hacerse notar destruyendo y destruyen para que no quede en evidencia su limitación mental.
Se puede añadir que se está negando la objetividad, los paradigmas y el sentido común para que la incapacidad no aparezca en toda su desolación… ¡El sentido común! ¿En qué ha quedado el sentido común, máxima expresión de la democracia, anterior a la misma democracia? Ha sido subsumido por los auto creídos demócratas que se lo han apropiado sustituyendo la sabiduría popular por sus veleidades. Con lucidez ha dejado dicho uno de los premio Princesa de Asturias de este año, Michael Ignatieff: se está usando la democracia para destruir la democracia
La mente humana que ha conquistado el libre albedrio ha ido experimentando la consecuente ansiedad que trae consigo la inseguridad de tener que buscarse la vida, al margen de toda programación del resto de los seres vivos predeterminada por la madre naturaleza. Nuestra cultura de raíces greco-romanas y matices de fondo cristiano se permite renegar de Platón, Aristóteles, Demócrito… Santo Tomás y Suárez, porque son anacrónicos. Hemos decidido que han quedado obsoletos, siendo como son referentes de nuestra peculiaridad cultural. También de todos los pensadores ingleses, alemanes, franceses que racionalmente moldearon nuestra cultura al margen de la creencia. Y lo que es peor, el sentido común, modelado a través de los tiempos, soporte y referencia de generaciones, ha sido anulado para que, en función de la llamada libertad de expresión, cualquiera pueda cocinar el potaje que mejor le vaya, aunque sea una pastura (aragonesismo que denomina el alimento dado a los cerdos)
Esto no es avanzar hacia el progreso o diseñar una nueva cultura, la del bienestar. Es suficiente mirar a otras culturas y civilizaciones que nos precedieron para detectar que es la decadencia, de la que tampoco aquellos se dieron cuenta, y prever el final al que nos llevan los neoliberales que no pasan de ser neolibertarios, osados como siempre fueron, y desfondados como siempre necesitaron estar para sobrevivir. El pasado alegato final del profesor Maestre Maestre, en su última conferencia en Huesca, estaba cargado de enjundia.
El desenlace va a ser el de los encantadores muñecos de los cómics, que son lanzados fuera de la realidad hacia el vacio, y cuando toman conciencia de que debajo no hay más que vacuidad, se hunden en el infinito dándose una contundente mardanada (aragonesismo que identifica el descalabro). Por defecto, y como alternativa, estamos abocados a practicar la santería y a esnifar como sucedáneo lo que sea, aunque sea hoja de patatera, en este principio de un más que predefinido final de nuestra cultura y civilización. A ello están contribuyendo los pretendidos Padres de la nueva Patria.