El pasado domingo 23 de marzo, la plataforma Zaragoza No Se Vende logró aglutinar en una manifestación a más de 40 asociaciones y más de 3.000 personas. En ella se denunció la deriva del actual ayuntamiento, el cual lleva a cabo políticas de especulación y pelotazo urbanístico sin atender las necesidades y peticiones de unos vecinos a los que se les aleja cada vez más de la soberanía popular.
Entre las protestas y peticiones encontramos la de detener la tala de más de 2.000 árboles del pinar de Venecia, la salida de empresas contaminantes de barrios residenciales, atender a las necesidades cada vez más acuciantes que genera el cambio climático o mejorar y aumentar los espacios dedicados a la cultura, la juventud y el deporte.
Estas son algunas de las reivindicaciones y luchas sin cuartel con las que día a día, asociaciones de vecinos tienen que lidiar en solitario para mejorar o simplemente tratar de que no empeore su barrio. Da la casualidad, que la mayoría de ellas proceden de vecindarios de tradición obrera con amplia experiencia en la protesta vecinal, por eso, es imposible que sus gritos no nos suenen de algo.
La historia de estos movimientos urbanos nace junto con la desigualdad que planteó el modelo franquista de ciudad industrial con el que se pusieron de relieve muchos conflictos ambientales y sociales. La mala calidad de vida de estos barrios, obligó a los vecinos a movilizarse, pues la planificación urbana se había realizado sin atender a necesidades tan básicas como la de la salubridad, pues esta solo obedecía a los designios del beneficio económico. Así, la protesta vecinal se encauzó a través de las asociaciones vecinales, por aquel entonces, Asociaciones de Cabezas de Familia, las cuales conjugaban la lucha por unas mejores condiciones de vida junto con la de una participación democrática. Ante esto, la respuesta del ayuntamiento fue hacer oídos sordos y reprimir ¿Os suena? A los manifestantes más veteranos del domingo seguro que sí.
Pero…. ¿Qué exigía el movimiento vecinal por aquel entonces? Pues bien, comenzando por el barrio del Picarral, principalmente exigía la retirada de las fábricas contaminantes de Saica y Campo Ebro Industrial. Hoy se movilizan para oponerse a la continuidad de la empresa contaminante Tereos y a la construcción de su depuradora de residuos industriales. Siguiendo por el barrio de Valdefierro, en 1974, la lucha vecinal logró traer al vecindario una línea de bus eficiente, la del 24, hoy retirada pese a la desaprobación y la protesta de todo el barrio. Asimismo, reivindicaciones históricas del movimiento vecinal tienen que ver también con la ampliación de zonas verdes y lugares culturales, hoy se lucha contra la tala de parte del pinar de Venecia y el cierre de espacios de cultura. Otro de los frentes de la protesta vecinal tardofranquista tuvo que ver con la construcción de unas fiestas populares auspiciados por sus habitantes, mientras que hoy se lucha contra el modelo de espectáculo grandilocuente efímero y despilfarrador. Finalmente, paradigmática fue la proeza que logró el movimiento vecinal al evitar el derribo del actual Mercado Central, joya arquitectónica modernista que se pretendía dedicar a la brutal especulación urbanística. Y estas, son solo algunas de las innumerables luchas que tuvieron y tienen lugar en nuestra ciudad.
En fin, como se suele decir, la historia rima, y el pasado domingo 23, Zaragoza demostró que tampoco olvida, y la lucha vecinal que tan solo es un gigante dormido capaz de despertar cuando los derechos que había ganado con tanto sudor, vuelven a estar en peligro. La ciudad de la que disfrutamos, en muchas ocasiones ha sido construida por vecinas y vecinos que de nuevo no están dispuestos a dejarla a merced de quienes la quieren convertir en un parque de atracciones para especuladores y grandes empresarios. El futuro de Zaragoza se edifica desde el presente con las lecciones que aprendimos en el pasado. Y es que si olvidamos las luchas que acontecieron en este, desentendiéndonos de la participación en el proyecto de una ciudad que nos pertenece, sus arquitectos serán esos egoístas que ya la están moldeando a su imagen y semejanza imponiendo un modelo muy alejado de la realidad que plantean las necesidades y peticiones de los habitantes que de verdad la quieren y la comprenden como una realidad para todos y para todas. Aún con todo, cabe preguntarse ¿Qué ha cambiado? Y lo que se puede sacar en claro es que Zaragoza no solo nunca se ha vendido, sino que siempre se ha defendido.