El Beato oscense Justo Ramón Piedrafita, la reivindicación de la memoria del portero fusilado en 1936

La familia rememora al ejecutado tras ser conducido hasta una checa socialista por "su vida dedicada y comprometida plenamente con su fe cristiana"

27 de Mayo de 2023
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Justo Ramón Piedrafita y su esposa, María Gutiérrez González, el 20 de junio de 1923, día de su boda en Carmona
Justo Ramón Piedrafita y su esposa, María Gutiérrez González, el 20 de junio de 1923, día de su boda en Carmona

13:20 horas del 8 de septiembre de 1939. Don Francisco Portillo y don Antonio Launa, del Registro Civil de Madrid, inscriben la defunción de Justo Ramón Piedrafita, portero de 41 años de edad, natural de Huesca, hijo de don Clemente y de doña Ángela, domiciliado en la calle de Zurbano número 53, piso portería, casado con doña María Gutiérrez González, de cuyo matrimonio quedan seis hijos llamados Elvira, Justo, Carlos, José, Clemente y Agustín. Certifican que "falleció fusilado en las puertas del Cuartel de la Montaña el 23 de agosto de 1936, según resulta del testimonio expedido por el Juzgado de Primera Instancia número 3 de esta capital, en cuyo juzgado se dictó auto con fecha 31 del pasado Agosto. Esta inscripción se practica en virtud de oficio y del referido testimonio en el que aparece que el difunto era persona afecta al glorioso Alzamiento Nacional, consignándose que no consta haya otorgado testamento". El documento cita a dos testigos, Juan L. Silvestre y José Ordás.

Esta constatación fehaciente era requisito imprescindible para la beatificación del oscense Justo Ramón Piedrafita, que tuvo lugar el 11 de noviembre de 2017. El que fuera Caballero de la Asociación de la Medalla Milagrosa había sido denunciado por un compañero que motivó la tercera detención sin más acusación que la de su credo católico. El 22 de agosto de 1936, las milicias lo condujeron a la checa Socialista del Norte. "Allí le esperaba el denunciante y al verlo entrar dijo a los otros milicianos 'buen pájaro lleváis'. Al día siguiente, 23 de agosto de 1936, es fusilado en el Cuartel de la Montaña". Así lo relata la vicepostuladora Josefina Salvo Salanova.

EL RECUERDO COMO JUSTICIA

La larga familia que hoy exhibe orgullo por el beato Justo Ramón Piedrafita no busca ningún tipo de ajuste de cuentas. Nada de venganza. Tan sólo reparación a través de la memoria, del reconocimiento. Sin más. Tener los mismos derechos que quienes ampara la Ley de Memoria Democrática, en cuya profundidad no entra, sí en la asimetría. Se acuerdan de su antecesor nacido el 28 de mayo de 1896, noveno hijo de Clemente Ramón y Ángela Piedrafita, domiciliados en la oscense calle Santiago número 11, una familia acomodada que le bautizó en la Catedral el 31 de mayo de 1896. Recibió el sacramento de la confirmación el 18 de junio de 1896 de manos de Mariano Supervía y Lostalé, obispo de Huesca. Se educó Justo Ramón en el colegio de curas que hoy dirigen los Salesianos y tomó la Primera Comunión en la misma seo el 25 de abril de 1909.

Era un buen mozo Justo Ramón Piedrafita, como señalan sus nietos. Profundamente religioso, su buena presencia física le permitió el ingreso en la Guardia Real de Alfonso XIII como gastador, era el año 1919 y al finalizar su servicio pasó a ser ayuda de cámara del Duque de Fernán Núñez, con el que recorrió un buen número de países. Su cultura se disparaba a la para que el dominio de idiomas por su residencia entre Madrid y París.

Encontró el amor en Santander, donde conoció a María Gutiérrez González, con la que contrajo nupcias en Carmona (Cantabria) el 23 de junio de 1923. Se vio obligado a residir en Madrid y dejar de rendir sus servicios al Duque. Encontró acomodo laboral como portero en una señorial finca en la calle Zurbano, número 53. Su porte era, de hecho, distinguido, elegante. Tiempos en los que ingresaba en la Asociación de la Medalla de la Milagrosa, que se convirtió en una de sus grandes referencias vitales hasta el final, y es que el símbolo se erigió junto al crucifijo en elemento identitario en la cabecera de su cama. Sus buenas obras le reportaron la bendición del Papa Pío XI.

El 8 de agosto de 1936, fue detenido cuando disfrutaba de la compañía de su mujer y sus hijos, cuyas edades rodaban entre los 2 y 12 años. Fue llevado a la checa de Bellas Artes, de donde fue liberado. Renunció a acogerse al refugio de la embajada italiana pensando precisamente en su familia. Una semana después del primer apresamiento, el segundo, esta vez por milicias comunistas que lo transportaron a la checa de Chamartín, de la que nuevamente fue soltado. A la tercera fue la vencida, y el 22 de agosto llegaba nuevamente aprehendido hasta la checa de Martínez Campos, cerca del actual templo de Debot, y de ahí fue trasladado al Cuartel de la Montaña, donde resultó asesinado tras ser asistido por el sacerdote que posteriormente corrió idéntica suerte.

EL CUERPO NO FUE NUNCA ENCONTRADO

María Gutiérrez y su hija Elvira buscaron desesperadamente alguna señal de Justo Ramón Piedrafita, conscientes de que encontrarlo con vida era punto menos que una quimera. Su nieta Marisa, que se encuentra en pleno relato junto a otros familiares del beato, sostiene que la delación de otro portero, en este caso de Zurbano 48, resultó determinante para la ejecución de una persona que no participaba en la actividad política. Se había limitado, y esa fue su sentencia de muerte, a crear el sindicato de porteros políticos. A leer el católico El Debate. Y a hacer el bien al prójimo.

La vida de su viuda, María Gutiérrez, estuvo trufada de penalidades, comenzando por el desconocimiento de la localización de los restos de su marido. De hecho, acabó recibiendo la Medalla a los Sufrimientos por la Patria. Le sobraron padecimientos. Le dejaron quedarse en la casa de Zurbarán a pesar de que no querían una mujer de portera. Con sus 6 hijos, fueron caminando por la vida entre la resignación y las carencias. Disfrutaban sus veranos en Huesca, donde habitaban la elegante residencia en la Costanilla Santiago y la más rústica en la Alameda, donde por cierto los cerdos y la consecuente matacía proveían de abundantes alimentos a sus moradores. María Gutiérrez exhibía su porte elegante que llamaba la atención en Huesca.

La familia sintió un alivio importante con la beatificación en la ceremonia presidida por el papa Francisco. No hay resarcimiento, pero sí reconocimiento de los terribles efectos que la Guerra Civil provocó en una de sus vertientes, la persecución religiosa que atacó no sólo a los religiosos, sino también a los seglares que pertenecían a congregaciones o agrupaciones. "No hubo otra causa para su persecución y muerte más que su vida dedicada y comprometida plenamente con su fe cristiana". Un buen hombre, generoso y solidario, acabó fusilado y desaparecido. Y hoy es reivindicado con la vara de la justicia por sus familiares.

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