Siendo un hombre de palabra, serio, honesto, que da confianza al cliente es como Benjamín Ara Puente (Huesca, 1947) ha trazado su vida laboral como joyero en la capital oscense. Son los valores que más destaca para salir adelante en este sector, al que ha estado ligado toda su vida. Hace ya unos años que cerró la tienda que compartió con su esposa, Maritina Cabrero, en la calle del Parque, pero ha seguido en un negocio que le gusta regentando el establecimiento de su hijo Benjamín en la calle Villahermosa desde que éste se trasladó al Coso Alto. Ahora se dispone a cerrar esta etapa de jubilación activa.
Siguió el camino marcado por su padre, Lorenzo, que junto a Amalia formaron una familia con tres hijos de los que Benjamín es el mayor, seguido de Maribel y Lorenzo. “Si mi padre hubiera sido pastelero yo le hubiera dado al pastel”, reconoce mientras relata que su progenitor, conserje en el Ayuntamiento de Huesca, traía a través de un conocido en Barcelona diversos productos que eran difíciles de encontrar en la ciudad, como medias de nailon, bañadores, algún cigarro, y también relojes, sortijas, sellos, pulseras, plumas…, incluso vendía a plazos.
La bola fue haciéndose grande y el boca a boca hizo el resto para que fuera creciendo este negocio en las décadas de los 50-60, y ya Lorenzo se desplazaba a las casas de quienes requerían algún producto. “Yo iba con él como aprendiz”, señala Benjamín, lo que en ocasiones consistía en cuidar la maleta con el muestrario que no se estuviera usando. “Cuando ya aprendí algo, a veces iba solo”, apunta.
Benjamín estudió en el colegio San Vicente, en la Normal (actual El Parque) y en el Instituto Ramón y Cajal, y desde los 18 años ya estaba ayudando en la joyería Lorenzo Ara que finalmente su padre abrió en la calle del Parque. “Mi padre era el jefe, pero como continuaba trabajando en el Ayuntamiento, yo siempre estaba ahí con el joyero Mariano Barrera, que se encargaba de hacer piezas nuevas, como parrillas, pajaritas…”. Benjamín recuerda perfectamente cómo las unía y soldaba. “Ahora es más fácil porque todo es fundición, pero entonces llevaba su cosa. Yo aprendí algo, trabajos fáciles, como una alianza, pulir, pero entiendo que, aunque sepa hacer una tortilla no soy cocinero; mi hijo Benjamín sí se ha formado como joyero”.
En otro establecimiento junto a la joyería, el padre de Benjamín montó un colmado del que se encargaba su tía Rosa, a la que ayudaba constantemente. “Por las mañanas iba a buscar las verduras, garbanzos… Recuerdo ir a primera hora con una niebla que no dejaba ver nada por el camino de Salas, y que el hortelano lavaba las acelgas en la acequia y las metía en barcas para que me las llevara. También iba a frutas Correas, a la cooperativa en la plaza del Justicia… Después acudía a la joyería y todos los días montaba el escaparate, pieza por pieza, y las recogía a la hora del cierre para meterlas en la caja fuerte. Aún después de cerrar, iba a repartir las compras del colmado”. Fueron varios años de mucho trabajo que realizaba “porque tenía que ayudar -dice-, no cobraba nada”.
Al crecer la competencia, el colmado no iba muy bien, y como, entre otras cuestiones, Benjamín tenía ya novia y quería establecerse por su cuenta, propuso a su padre montar otro negocio. “No lo debió ver mal”, por lo que se vendieron las cámaras frigoríficas y básculas del ultramarinos, “y recuerdo que me dio 25000 pesetas para que empezara. Insuficiente a todas luces -ríe-, pero con eso empecé y lo que cobré por todos los años de trabajo”.
Benjamín Ara se casó en 1975 con María Agustina “Maritina” Cabrero, formando el tándem perfecto en la vida y el trabajo, y han tenido dos hijos, Benjamín e Ignacio. El matrimonio creó en ese local, por no abrir otra joyería, Regalos Ara. “Era lo más cercano a lo que yo conocía. Hacíamos listas de boda, empezamos a tocar vajillas, cristalerías, cuberterías… Entonces aprendí lo que era una cristalería de Bohemia o con el 24 % de plomo, todas esas cosas. Y bueno, con más ganas que perras, fuimos haciendo, todo a base de créditos, y entonces estaban muy caros, al 17 %. Nos hemos pasado la vida pidiendo créditos. Muchas veces lo comento con mi mujer, conocemos a todos los notarios. Teniendo dos hijos pequeños, tampoco podíamos hacer muchas cosas, teníamos un poco de “mieditis”, reconoce.
Pero la vida le devolvió a sus orígenes y recuerda como una de las mejores cosas que ha hecho abrir en un pequeño local en la calle Amistad una joyería en la que él trabajaba mientras Maritina estaba al frente de Regalos Ara. Finalmente, algunos desacuerdos con su hermano Lorenzo, al frente de la primigenia joyería, llevaron a Benjamín y Maritina a tomar la decisión de remodelar Regalos Ara para instalar cristales blindados, cajas fuertes y todo lo necesario para comenzar también a vender joyería: la llamaron Arabi, sumando al apellido las iniciales de sus dos hijos. Con la venta de joyería, relojería, marcos y bandejas, ha estado abierta hasta el 2018.
"El tipo de joyería que tocaba era media alta"
El tipo de joyería que ha tratado es media alta. Y se explica: “De Madrid hacia el sur, la joyería que trabaja es más endeble. En Córdoba en cada patio hay un taller y con un gramo de oro hacen un par de pendientes. Eso no pasa de Madrid hacia el norte. Catalanes, madrileños, gallegos -con los que Ara ha trabajado principalmente- en vez de un gramo ponen tres, cinco…, pero esos pendientes te duran toda la vida. Por eso nunca quise comprar joyería más baratera, que se vende ahora mucho. Lo veo porque te traen unos pendientes y sortijas que se doblan”, señala. “A una pieza que es más fuerte -explica- le puedes añadir piedras buenas, porque se van a sujetar. A una que lleva poco oro no puedes porque se te va a romper. Si no le puedes echar el oro encima -carne que dicen los engastadores-, no te va a durar, por eso la joyería que tocaba yo era media alta con brillantes”.
También se especializó en relojería pesada, es decir relojes de pie y de pared, tanto big bang como carrillones. “Dejé de venderlos porque desaparecieron los relojeros mecánicos. Llegó la electrónica y había que cambiar la maquinaria completa, y entonces ya el sonido no era igual”, asegura.
Hubo un tiempo en que muchas épocas del año eran propicias para comprar algún tipo de joya. “Las comuniones, Reyes, el Día de los Enamorados eran antes completamente diferentes”, dice Ara desde su experiencia. “Hoy ha ido cambiando a menos, y ha llegado un momento que los hijos no quieren heredar las joyerías de sus padres”, comenta.
Arabi ha compartido espacio en la ciudad con hasta 16 joyerías, aunque cada una con sus características y productos. Benjamín no se arrepiente del camino que eligió. “Para nada. Volvería a hacerlo exactamente igual. Lástima que no hubiera tenido un poco más de remanente para poder hacer varias cosas que tenía en mente, pero muchas veces...”. Se quedó en el tintero poner una tienda en el centro de la ciudad. “Sabía que en el Coso era otra cosa y eso no lo pude hacer, porque teníamos que levantar a dos hijos y no podíamos meternos en un lío así”. Hubo dos oportunidades, sobre todo una donde ahora está la Heladería Italiana, pero finalmente no arriesgaron. “Esa hubieses sido mi ilusión”, ahora cumplida por su hijo Benjamín Ara y su taller artesano en el Coso Alto.
Su jubilación se ha alargado porque siempre ha estado prendado de este sector. “Me gusta y disfruto”, sobre todo “de los clientes de hace tiempo”. Cuando comenzó su propio negocio de joyería tenía mucho camino andado. “Los proveedores, los representantes, las casas que llevaban las había visto y solo hacía falta descolgar el teléfono y pedir que vinieran a visitarme. Había mucha gente que también quería tratar conmigo. No tuve que ir como, al principio, a buscar vajillas y cristalerías, que de eso sí que no lo sabía”.
A eso añadió “formalidad, la seriedad”. “No hace falta que cuando entre un cliente por la puerta le pongas una sonrisa de oreja a oreja, ni le hagas el rendibú, ni la reverencia -afirma-, sino que reconozca en ti que lo que le dices es así. Y esa persona vendrá otra vez. La seriedad es primordial tanto con los clientes como con los proveedores. Si yo llamo ahora a Barcelona y pido que me manden tres brillantes de 0,15, mañana los tengo aquí. No me hacen firmar nada”. Con esa misma honestidad demostrada presume de que, aunque algún descontento habrá tenido, “nunca nadie me ha puesto una denuncia, como sí ha ocurrido a otros joyeros”.
"No pensaba hacer de Supermán. Si se dispara, pues nada, al otro barrio"
Su tienda nunca ha sido atracada, aunque ha sufrido algún robo rompiendo un trozo de escaparate para llevarse un reloj y al descuido, en una ocasión, “auténticos malabaristas que con juegos de manos te engañan. La mangancia siempre ha existido. Ha venido gente que ha intentado robar, pero si son cosas pequeñas no le das mucha importancia. Hay momentos peores, por ejemplo, un atraco, y eso nunca he tenido”.
Curiosamente, sí vivió un atraco en Bantierra de la avenida Juan XXIII. “Llegaba yo con una bolsa de plástico con una barra de pan y una lechuga; un bolso pequeño de mano con las llaves y una sortija de brillantes que tenía que entregar por la tarde, y dinero en el bolsillo para ingresar”. Le extrañó que al llamar no le abrieran e insistió. “Cuando al final me abren, me hice cargo de la situación porque la directora me dijo: “Benja, tranquilo”, y ya vi que había un chico con una recortada. “¿Qué lleva allí?, me dijo. “Nada, una lechuga”, le contesté y me reclamó que la dejara en un banco, momento que aproveché para deslizar el bolso dentro. Nos hicieron tumbarnos a la directora, un empleado, otro cliente y a mí. El atracador insistía a la directora para que le diera más dinero y ella decía que no había. De lo mío se olvidó”. Asegura que no pasó miedo por verse encañonado. “No pensaba hacer de Supermán. Si se dispara, pues nada, al otro barrio. Pensaba lo que me iba a fastidiar si me quitaba lo que llevaba, pero me fui a casa con todo”, recuerda.
DEPORTE, NATURALEZA Y MÚSICA
Cuando no estaba en la joyería, Benajmín Ara desarrollaba su faceta de deportista. Empezó desde joven, cuando fue jugador del Huesca en Juvenil con 16 años. “Recuerdo un jugador que venía de Zaragoza y amenazaba que si no le pagaban saldría al campo, pero no jugaría. A mí eso, que tenía que escaparme para jugar, no me gustó nada”, recuerda. Si su hijo Benjamín se decantó por la joyería, Ignacio lo hizo por el deporte y es instructor de pádel y tenis. Estas disciplinas estaban entre las preferidas de Benjamín, junto con el esquí y montar a caballo. Acudía a las cuadras de Tierz y Quicena, y hacía recorridos por el Castillo de Montearagón, Monflorite, Estrecho Quinto, Barluenga… “A las 9 de la mañana empezaba y ya no paraba. Lo pasaba muy bien”, confirma.
Ahora todo eso ya no lo puede hacer, pero disfruta igualmente de la naturaleza en cualquier sitio, y también y muy importante, de la música. “Me gusta mucho la clásica, el gregoriano, boleros y el Orfeón Donostiarra”, éste último especialmente, con su Salve de Refice o Apaga la Luz, entre los temas que forman parte del repertorio del concierto que se organiza los domingos por la mañana en su tienda.