La flor que agitó el corazón de mi amigo Antonio apareció de repente en un hospital delante de sus ojos, llevaba una bata blanca y lucía una sonrisa en sus labios. Al primer instante supo que ella era la princesa que habitaba en sus ideales, la que esperaba descubrir en el más profundo de sus sueños. Resultó ser una joven doctora marroquí trabajando en un hospital, donde, cosas del azar, se conocieron.
Samia, que así se llama la que pronto se hizo dueña de su corazón, fue desde el principio el foco que atraía sus miradas y dominaba sus pensamientos, convirtiéndose pronto en la más alta de sus aspiraciones. Samia era una mujer inteligente, simpática, con clase y personalidad, y para completar sus infinitas cualidades, poseía además una belleza fascinante. Enamorarse de ella no fue una cuestión de tiempo, sino una reacción inmediata.
Meses más tarde empezaron a sonar campanas de boda planeando casarse en verano, antes de cumplirse un año como novios. Samia era una mujer emancipada e independiente, tenía la carrera de medicina que había estudiado en España ejerciendo después como nefróloga, habiendo adoptado la vida española como la suya propia. Aun así deseaba mantener la tradición marroquí. Como primer paso antes de la boda debía realizarse la petición de mano del novio a la familia de la novia con la lectura de la primera azora del Corán y la redacción del acta de matrimonio. Claro que antes de eso existía la condición indispensable de ser musulmán para que la boda tuviera validez, de lo contrario posiblemente la familia de Samia no lo aceptaría. La religión se hereda del hombre, por lo tanto eso es algo imprescindible para los musulmanes. Antonio estaba dispuesto a dar el paso, el amor que sentía por Samia era superior a cualquier religión.
Tuvieron que desplazarse un viernes, día de la oración, a una mezquita para obtener allí su conversión al islam, algo nada complicado. Buscaron dos voluntarios musulmanes marroquíes como testigos, después en la mezquita Antonio tuvo que aceptar algunas frases enunciadas por el imán y pronunciar después en árabe una breve locución: “Alá es el Dios más grande y Mahoma el único profeta”. Después el imán le entregó una especie de certificado en árabe concediéndole su nueva religión, recibiendo a continuación el abrazo de todos los musulmanes que había en la mezquita.
"Existía la condición indispensable de ser musulmán para que la boda tuviera validez"
Ahora que tenía su certificado de musulmán, ya podía ser aceptado por la familia de Samia y formalizar el enlace.
Primero hicieron aquí una boda civil, exclusivamente con las familias de ambos. Ahora quedaba la boda marroquí tradicional. Una vez casados en España la ceremonia marroquí ya no corría prisa, dejándola para el año siguiente.
Cuando Antonio me invitó a la boda en Marruecos no pude negarme, un acontecimiento así merecía la pena vivirlo. Incluso se vino conmigo mi amigo Francis, también deseaba vivir en persona una boda tradicional de nuestro país vecino, tan cerca pero tan diferente.
La boda era en Kenitra, la ciudad natal de Samia, en la costa a cincuenta kilómetros al norte de Rabat. Llegamos a última hora de la tarde al aeropuerto junto a los padres de Antonio un par de días antes de la boda, donde nos esperaban los novios junto a la hermana de Samia, que fue quien nos llevó hasta Kenitra.
La fiesta se celebraba en la tarde. Por la mañana los novios, aunque ya casados en España, tuvieron que realizar la fase jurídica marroquí, donde se lleva a cabo la firma del contrato por el cual la custodia de la mujer pasa al marido. Tras concluir las formalidades, donde también se requerían dos testigos, sólo quedaba la parte social con la fiesta, programada en la tarde, creo que sobre las cinco, culminando en la noche con el traslado de la esposa a la casa del marido, donde tiene lugar la consumación del matrimonio. Este paso ya se lo habían saltado hacía más de un año.
A la hora convenida nos trasladamos al lugar de la fiesta. Además de los padres de Antonio, Francis y yo mismo, también habían llegado algunas amigas españolas de Samia, igualmente doctoras, dos solteras y tres con sus parejas. Seguramente, el grupo de españoles allí éramos el punto exótico para los demás invitados de la fiesta.
El sitio al que llegamos parecía por dentro un palacete árabe de “Las mil y una noches”, deslumbrante. El recinto se encontraba engalanado con diferentes elementos ornamentales para la ocasión, con una mesa donde los invitados que iban llegando depositaban sus tradicionales regalos simbólicos para los novios. En un salón previo al que se iba a celebrar la fiesta había bandejas con aperitivos, dátiles y bebidas para los invitados mientras se esperaba la llegada de los novios, quienes estaban en el ritual de la protección, en el que una mujer realiza tradicionales tatuajes de henna en las manos y piernas de la novia.
"El sitio al que llegamos parecía por dentro un palacete árabe de "Las mil y una noches", deslumbrante"
La música que provenía del exterior puso de manifiesto la llegada de los novios. Llegaban caminando rodeados de las “Negafates”, un grupo de mujeres vestidas completamente de blanco, las encargadas de vestir, maquillar, peinar y de otras necesidades nupciales de la novia, pendientes de ella durante durante toda la fiesta para ayudarla en los cambios de vestidos o cualquier otra cosa que pudiera requerir para estar perfecta en todo momento. Tras ellas seguían un grupo de músicos, vestidos con ropas tradicionales haciendo sonar sus instrumentos de aire y percusión.
La novia llegó con un vestido rojo, el primero de los cinco que llevaría como obliga la tradición, cada uno de un color diferente en referencia a su simbología particular. El novio llegaba con un traje de corte occidental, que más tarde sería sustituido por otros dos trajes tradicionales marroquíes, finalizando la noche con otro traje de estilo occidental. Creo que el novio no disponía de “Negafates”, el cambio de ropa, peluquería y maquillaje corría por su propia cuenta. El hermoso rostro moreno de Samia había sido transformado por el maquillaje de las Negafates otorgándole un tono porcelana en el que resaltaba el rojo de sus labios y el negro de sus grandes pestañas, no parecía la misma que yo había visto el día anterior.
La entrada en el recinto aparentaba ser la entrada triunfal de unas estrellas de cine, todos se acercaron a ver a los novios, hacerles fotos y vídeos, mientras la música marroquí no paraba de sonar detrás de ellos. Luego los músicos se colocaron en su lugar asignado para seguir con su música y sus canciones. A partir de ahí la fiesta giraba ya en torno a los novios como absolutos protagonistas. Pasaron a un sofá dispuesto a cierta altura en un lugar donde todos podían verlos, al que se accedía por unos escalones. Observé que el sofá también cambiaba de color, pasando del blando y oro al verde y oro, adecuando las telas que cubrían el sofá con el color del vestido que lucía Samia. Allí pasamos amistades y familiares a rendirles homenaje, delante de ellos estaba la pista de baile y al lado los músicos que seguían entonando canciones, apareciendo en algún momento bailarinas que se movían al ritmo de bailes árabes tradicionales.
Observando alrededor, me di cuenta de algo singular: salvo los españoles, todos los demás invitados presentes eran mujeres. Pasada la boda Antonio me dijo que también estaban los hombres, pero ellos en otra sala. Supongo que al ser extranjeros nos concedieron el privilegio de disfrutar de la fiesta en compañía de las mujeres, con quienes pude hablar libremente sin tabúes ni restricciones, y también bailar mezclado con ellas cuando más tarde llegó el turno de los músicos modernos con música electrónica internacional.
Los camareros pasaron para dejar en las mesas comida y bebidas a modo de aperitivos, por lo que todos tomamos asiento en los sofás dispuestos alrededor mientras los novios se quedaban en la atalaya que parecía su elevado sofá. No sé si por casualidad (creo que no), me senté junto a la chica más guapa de todas las invitadas, joven y soltera. Llevaba un vestido azul con bordados dorados y florales y desde el primer momento se estableció una excelente conexión entre nosotros. Hablamos mucho y de todo igual que lo hubiera hecho con una chica española, incluso lo hice con más confianza y naturalidad que con las amigas españolas solteras de Samia. En realidad mis relaciones no se limitaron en exclusiva a esta chica, también entablé una excelente conexión con dos amigas de la hermana de Samia, ya casadas, pero no por eso retraídas, sino todo lo contrario. Una de ellas, Asmae, que era al alma de la fiesta, incluso me dio su número de teléfono para que la llamara si necesitaba algo después de la boda. Recuerdo que en los días posteriores llegamos a intercambiar algunos wasaps.
"Cada vestido representaba algo, de modo que en cada cambio surgía un ritual diferente"
Llegó el momento del cambio de vestidos. Cada uno representaba algo, de modo que en cada cambio surgía un ritual diferente. Una de las primeras representaciones fue que la novia, anunciada con sonido de percusión, entró sentada en una especie de trono en forma de torre toda recubierta con cristales a modo de diamantes, llevada a hombros en palanquín por cuatro hombres vestidos con ropas tradicionales. Una entrada espectacular. Los músicos entonaron sus cantos batiendo el sonido de sus instrumentos sobre los que Samia parecía bailar flotando en el aire al ritmo que llevaba la música bajo los movimientos de sus porteadores. A cada entrada que hicieron después los dos la gente acudía para rodearlos festejando su presencia, observar de cerca el ritual que representaban y sacar los teléfonos para inmortalizarlos con sus fotos. Otras dos veces entraron los dos subidos cada uno en una especie de sillón-cesto circular, una vez tono crema y otra verde y oro, bellamente decorados con orlas y sofisticados dibujos con brillantes, también transportados a hombros por cuatro personas, con cambios en el vestuario de ambos, Antonio con atuendos tradicionales marroquíes. Los novios dentro de los cestos volvían bailar flotando en el aire mecidos por los porteadores al compás de la música que sonaba. Como colofón final de ese baile pendular hacia los cuatro puntos cardinales, el novio se incorporaba manteniendo el equilibrio inclinándose hacia su mujer para besarla bajo el aplauso de los invitados.
De vez en cuando las Negafates tenían que ajustar el vestido, hacer algún retoque en el maquillaje o en el peinado, momento en el que los hombres del séquito que los acompañaban, vestidos completamente de blanco con un gorro en forma de casquete granate coronando sus cabezas, abrían sus brazos desplegando sus telas como los pájaros despliegan sus alas, rodeando así a los novios para taparlos y hacerlos invisibles de las miradas.
Entre cambio y cambio de vestuario se sucedían los diferentes rituales que debían seguir los novios, uno de ellos la ceremonia de los anillos. Sobre una pequeña mesa las Negafates trajeron los anillos, leche y dátiles rellenos de almendras y nueces. En ese instante se produjo el intercambio de anillos entre los dos, leche y dátiles. Los anillos como símbolo de su unión, la leche como el símbolo más puro de la felicidad, para que la vida de la futura casada se tiñera de blanco, y los dátiles como símbolo de la prosperidad, fortuna y dulzura. Para celebrarlo, los camareros trajeron a los invitados té y pasteles.
Mientras los novios descansaban en su trono una bailarina amenizaba a los presentes con sus bailes tradicionales retorciendo su cuerpo en sucesivas contorsiones, sustituida después por una orquesta de música moderna dando paso al baile para los invitados, como suele ocurrir casi siempre (y aquí de forma obligada) en la pista sólo había mujeres que bailaban, ellas y yo, animándose después las españolas de la fiesta. Entre tanto los camareros iban y venían trayendo cosas de comer y de beber. Lamentablemente, las bebidas eran todas sin alcohol.
Llegó el momento de la cena y tuvimos que distribuirnos en diferentes mesas, en una de ellas nos situaron a los amigos de Samia y Antonio. Me llamó la atención que, en principio, mientras todos ya habíamos empezado a comer, ellos dos seguían sentados en el sofá sin moverse y sin haber probado nada todavía de las bebidas o las viandas que el desfile de camareros se encargaban de traer a los invitados, viendo como los demás estábamos dando cuenta de los manjares marroquíes. Luego sí, se unieron a la mesa donde estaban los familiares de los novios incorporándose al banquete.
De la cena lo más apreciado en nuestra mesa fue la bandeja de cordero, una verdadera exquisitez que todos disfrutamos, y de los postres la Baklava, un dulce típico árabe hecho de frutos secos y miel, aquí presentado en una bandeja en forma de espiral. Por supuesto también hubo la tarta nupcial, que como aquí, los novios se encargaron de cortar y probar.
La fiesta continuó hasta pasada la una de la madrugada, una celebración cargada de símbolos y rituales donde se homenajean las ancestrales costumbres que mantienen viva la tradición y convierten la vida en leyenda.
Marruecos, 3 de octubre de 2014