China, la industria de la prostitución

Todo estaba organizado allí igual que una fábrica, una fábrica del placer con sus empleadas, sus modelos de producción, los variados y sofisticados métodos de trabajo

Marco Pascual
Viajero
14 de Julio de 2024
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Marco Pascual en el hotel de Shenzhen. China, la industria de la prostitución
Marco Pascual en el hotel de Shenzhen. China, la industria de la prostitución

En esta ocasión no era un viaje de placer, sino de negocios. Volé a Hong Kong y desde allí entré a China por la frontera terrestre. Me dirigía a un lugar para visitar una fábrica de sofás de piel. Poco después de entrar en China pasé por la ciudad de Shenzhen. En mi primer viaje en el año 1989 hice el mismo recorrido y entonces era un pequeño pueblo de unos cinco mil habitantes, ahora convertido en una moderna ciudad de seis millones de habitantes, la cual vista a distancia parecía Manhattan con su proliferación de rascacielos, y que en la actualidad cuenta con unos quince millones. Shenzhen es un enorme centro de negocios y una de las principales bases desde donde China ha conquistado el mundo. A lo largo de la costa, al menos unos cien kilómetros, ha crecido la que puede ser la zona más industrializada del mundo, llena de fábricas gigantes de todo tipo, incorporándose también grandes empresas tecnológicas. 

Me alojé en el único hotel de cuatro estrellas del pueblo donde se encontraba la fábrica que iba a visitar. A mi llegada fui recibido por unas chicas que me dieron sonrientes la bienvenida y se encargaron desde ese momento de conducirme hasta la recepción y después hasta mi habitación asignada. La factura iría a cargo de la fábrica, gentileza del dueño, quien el primer día pasó por el hotel para visitarme y planificar la visita a la fábrica, la cual contaba con dos mil quinientos trabajadores. Llevaba ya bastantes años comprando artesanías, muebles y otros objetos por el mundo, pero era la primera vez que iba a desempeñar el papel de empresario en viaje de negocios, algo nuevo para mí.

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El dueño de la fábrica tenía contratados a algunos italianos. Uno de ellos era Fabio, una especie de relaciones públicas que puso a mi disposición para mis desplazamientos a la fábrica y guiarme dentro de ella, así como para informarme sobre todos los aspectos relacionados con los sofás, modelos, materiales o trámites para su expedición.

El dueño era un chino de mediana edad, reservado pero amable. Aunque no hablaba inglés, se ayudaba de una empleada de su oficina para la traducción. Creo que estuve unos cinco días y durante toda la estancia fue especialmente atento conmigo. Al día siguiente de mi llegada me invitó a comer en el restaurante del hotel, a mí y a otro empresario italiano que estaba de visita con su hija.

La comida fue en un comedor privado para nosotros, donde además de la traductora también asistió Fabio. La comida fue espléndida y abundante, entre los platos figuraban langosta y otras exquisiteces, con un servicio exclusivo de camareros para nosotros. Era la primera vez que gozaba de este tipo de privilegios, y eso no fue todo. 

Al día siguiente, por orden de su jefe, Fabio nos llevó a los italianos y a mí a cenar en Shenzhen, y no a cualquier sitio, sino al lugar más caro y exclusivo: el hotel Hilton. La cena tuvo lugar en la última planta del hotel en el restaurante japonés que había sobre el restaurante normal, con vistas privilegiadas de toda la ciudad. Disponíamos de una mesa frente a la cocina, una plancha enorme donde se preparaba la comida, la cual estaba expuesta delante de nuestros ojos y que nosotros sólo teníamos que señalar con el dedo el pescado, marisco o carne que deseáramos comer, teniendo a nuestro servicio en exclusiva a una camarera y dos cocineras. Recuerdo que la factura, que Fabio pagó con la tarjeta de la empresa, ascendió a 550 euros, una barbaridad, teniendo en cuenta que una cena en un restaurante normal para cuatro podía costar unos 50 euros máximo. 

Al día siguiente Fabio me llevó a conocer la ciudad de Shenzhen, aunque en realidad estuvimos visitando un par de bares de moda y luego cenando en un restaurante, esta vez normal, por supuesto todo a cargo de la empresa. La última atención antes de dejar Shenzhen, creo que ya habíamos hecho nuestros pedidos en la fábrica, fue reservar una sala privada de karaoke en el hotel donde me quedaba, allí asistió de nuevo el padre y la hija italianos, Fabio y otros italianos que trabajaban para la fábrica, el dueño de  la fábrica con la traductora, y la que yo pensaba que era su esposa, pero que más tarde Fabio me dijo que no era su esposa, sino su amante. Me explicó que en China todo empresario u hombre rico debía tener una amante, de lo contrario perdería el respeto de sus empleados, por lo tanto era una cosa que en lugar de ocultarse, se exhibía. Lo curioso es que al jefe no le gustaba tener una amante, de hecho su esposa era más bella, pero para mantener la reputación y consideración de sus empleados no le quedaba más remedio que tenerla. La amante en cuestión era también una empleada en las oficinas. En el  karaoke tuvimos barra libre de bebidas y cosas para picar a cargo nuevamente del dueño de la fábrica, por lo que la velada se alargó bastante.

En China todo empresario u hombre rico debía tener una amante, de lo contrario perdería el respeto de sus empleados

Lo más sorprendente, sin embargo, de aquella experiencia, lo encontré por mi cuenta en el hotel, aunque creo que Fabio algo me había comentado al respecto. El hotel debía tener unas seis plantas, de las cuales la primera no estaba destinada al alojamiento de clientes,  aunque sí estaba pensada y dedicada para los huéspedes del hotel. Una tarde, sin nada que hacer, decidí investigar. Tenía una distribución diferente, incluso como una especie de recepción con un recepcionista. 

Me acerqué para informarme. No sabía cómo dirigir la pregunta, de manera que pregunté si había un servicio de chicas. El recepcionista fue más explícito: ¿quiere una chica?, me preguntó. Dudé qué contestar, en realidad sólo tenía curiosidad. Le pregunté que si las chicas estaban allí en el hotel, si estaban disponibles, él respondió que sí. Pregunté entonces si era posible verlas, entonces él salió de la recepción y me dijo que lo acompañara. Me llevó hasta una habitación donde había varias de ellas sentadas en espera del requerimiento de un cliente.  El recepcionista me las mostró y regresamos a la recepción, allí le pregunté si el servicio se realizaba en las habitaciones del hotel. Él, sin decir nada, salió de nuevo de la recepción y dijo que lo acompañara. Rodeamos la recepción y me llevó a una  de las habitaciones destinada para el encuentro entre clientes con las chicas del hotel, dicho más explícitamente, con las chicas que ejercían la prostitución dentro del hotel como unas empleadas más, en este caso, empleadas del sexo.

En apariencia la habitación era como cualquier otra, en realidad tenía sutiles detalles que la hacían diferente, por ejemplo las paredes tenían espejos, no había ventanas, en el televisor no se veían canales de televisión sino películas porno, sobre un mueble había una bandejita con preservativos, en otro había una cesta con fruta, y alguna otra particularidad más que la diferenciaba de una habitación convencional. Pasé a preguntarle por el tema económico, ¿qué tarifa tenía el servicio?. En principio dijo que eso dependía, pero la tarifa estándar por una hora costaba cincuenta euros. Podía parecer un precio razonable, aunque comparándolo con el salario de 120 euros al mes que cobraba un trabajador en la fábrica de sofás, ya no parecía tan razonable. Evidentemente ese servicio constituía otra parte del negocio del hotel y ese dinero no era para las chicas, sino para el hotel, ellas eran sus empleadas y supongo que tendrían un salario mensual, o quizá un porcentaje por cada servicio que realizaran, eso no llegué a saberlo.

Como el recepcionista me vio indeciso tomó la decisión por mí y mandó traer a una de las chicas. Quizá debió dar por hecho que estaba interesado en el negocio, pero no era así, necesitaba saber más detalles. Por otra parte, la chica que llegó ni me gustaba ni me atraía. Se lo trasladé al recepcionista, más bien como una excusa para rechazarla, le dije si no había otras opciones. Él dijo que sí, añadiendo que si quería ver más chicas no había problema, y a continuación habló con el chico, quien al instante se marchó con la chica que había traído. Poco después no trajo otra, sino ocho chicas más que se alinearon en fila delante de mí en la habitación.  La verdad que ninguna de ellas mejoraba a la anterior, eran jóvenes, pero carentes de sensualidad y escaso atractivo, además por el gesto de sus caras parecía que todas tuvieran un dolor de estómago.

No trajo otra, sino ocho chicas más que se alinearon en fila delante de mí en la habitación

Seguían sin darme la menor motivación, pero mantenía la curiosidad por aquel organizado sistema de prostitución. El recepcionista, mientras esperaba mi elección por una de ellas, me mostró lo que parecía la carta de un menú, sólo que el menú no eran platos de comida, sino opciones a elegir dentro del servicio sexual.

Había unas cuantas variantes o alternativas a elegir junto a la chica, las tarifas iban en función de distintas circunstancias, la primera del tiempo que uno deseara contratar a la chica, la segunda de los complementos que deseara incorporar a su relación sexual, la tercera del servicio de bar o cocina. La primera estaba clara, el tiempo opcional para estar con una chica iba de una hora en adelante, a más tiempo, mayor precio. La tercera también estaba clara, en la carta se ofrecía todo tipo de bebidas, incluido champagne, y cosas para comer o picar, como podía ser platos cocinados, una cesta de frutas, bombones, pasteles… En fin, una variada lista de cosas, por lo que cuantas más se encargaran más subiría la cuenta.

La segunda, sin embargo, me pareció  más novedosa o singular: los complementos sexuales.  Adicionalmente al sexo tradicional, se podían incorporar el beso francés, el beso negro, el beso blanco o el beso de Singapur, por otra parte también existía la opción de juguetes sexuales, algunos los conocía y otros no, le pregunté por los desconocidos.  Como no entendía muy bien, decidió mostrármelo mejor que explicarlo y le habló a una de las chicas para que trajera algo, al poco tiempo la chica llegó con un maletín del tipo ejecutivo.  Antes de abrirlo, el recepcionista me dijo que cada chica tenía su propio maletín, a mí me resultaba chocante imaginar a las chicas llegando a su cita de trabajo con un maletín de ejecutivo.

El recepcionista abrió el maletín, en él había una serie de cosas para utilizar como juguetes sexuales que escapaban a mi conocimiento, sólo reconocí uno de ellOs. las “bolas chinas”, las demás sólo podía intuir para qué podía ser su uso, pero no pregunté por no poner de manifiesto mi ignorancia sobre esta cuestión.

Lo cierto es que el uso de estos juguetes sexuales incrementaba la tarifa. En cuanto a los complementos, también tenían un coste adicional de elegir alguno de ellos, como por ejemplo si deseaba el “beso francés”, es decir, una felación, o el “beso negro”, un anilingus. Sobre esto quise conocer algunos detalles, vi que el beso francés tenía dos formas de practicarlo, una era la tradicional y la otra tenía una denominación que no entendía, le pregunté pues al recepcionista cómo era. Me explicó que consistía en que la chica hacía buches de agua  caliente y de agua fría para alternar con ello la sensación de calor y frío al hacer la felación, lo que al parecer podía aportar una mayor excitación o placer. Otro de los detalles que quise saber era si deseaba pedir un beso negro tenía que ducharme antes.  Me dijo que no, la chica se encargaría de lavarme el culo, cosa que entendía: por la cuenta que te traía era la más interesada en que la zona de trabajo estuviese limpia y en buenas condiciones.

Yo miraba a las chicas formadas en fila e impasibles como muñecas de cera mientras esperaban mi decisión, la verdad que su “sex appeal” era prácticamente inexistente

Contratar una chica para tener sexo con ella era igual que comprar un vuelo en una linea aérea “low cost”, en el que en el billete sólo va incluido el viaje. Después, por cada pequeño extra del vuelo se ha de ir pagando un coste adicional incrementando el factura. Yo miraba a las chicas formadas en fila e impasibles como muñecas de cera mientras esperaban mi decisión, la verdad que su “sex appeal” era prácticamente inexistente, me resultaba difícil imaginarme allí en la cama con una de ellas. El recepcionista debió creer que tenía dudas en mi elección, quizá por eso y para animarme me dijo que todas ellas eran expertas en diferentes técnicas sexuales, pero ese no era el problema: por una parte me atraía la idea de probar aquellas técnicas sexuales y sus complementos, por otra, las chicas que tenía frente a mi en lugar de potenciar mi líbido lo frustraban. 

Lo cierto es que pese a todo el abanico de cosas a experimentar, me faltaba lo principal, sentir al menos un poco de atracción por la chica que debería proporcionarme el placer. Sin atracción o seducción difícilmente encontraría el placer.  Para justificar mi rechazo intenté excusarme diciendo que ellas no hablaban inglés, que no podría comunicarme con ellas… el recepcionista decía que eso no era problema, seguro que pensaba que no las contrataba para hablar con ellas. Tuve que ser más claro y decirle que en realidad no veía ninguna que me gustara lo suficiente. 

Volvió a decirme que eso tampoco era problema, tenía más chicas, y de inmediato las mandó salir de la habitación para en poco tiempo llegar otras ocho, quienes como las anteriores se pusieron en fila frente a mí para que las observara y escogiera. El recepcionista decía lo mismo de ellas, que eran muy guapas y muy expertas, pese a su aparente juventud, en todas las técnicas sexuales.  Pero ni una cosa ni otra me convencía.   Ya solo me preocupaba cómo salir de esa después de todo el tiempo que había estado preguntando y haciendo venir a tantas chicas para nada.  Creo que al final le dije que ahora que ya sabía como funcionaba todo, volvería en otro momento para tomar una chica.

Aquello fue mi descubrimiento en China, ver que la prostitución se había convertido en una industria más, todo estaba organizado allí igual que una fábrica, una fábrica del placer con sus empleadas, sus modelos de producción, los variados y sofisticados métodos de trabajo, la sistemática y lucrativa estructura de negocio que allí se planteaba con la prostitución. 

China, abril de 2006

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