Consumidores en pañales: nos crían tontos y nos dejamos

Disfrutemos de nuestra ‘cheepflacción’, ahora con un 30% más de aditivos y un 100% menos de dignidad gastronómica.

patri sola
Gastrónoma y bromatóloga
14 de Marzo de 2025
Guardar
La 'cheapflacción', un fenómeno inquietante que atonta al consumidor
La 'cheapflacción', un fenómeno inquietante que atonta al consumidor

Esta semana, como viene siendo habitual, me llamaron para colaborar en un programa de televisión al haber surgido una nueva polémica alimentaria. Tema del día: la ‘Cheepflacción’. ¿Que qué es eso? Pues la última genialidad de la industria alimentaria para que los productos sigan costando lo mismo, sustituyendo algunos de sus ingredientes por otros de peor calidad. Porque claro, subir los precios se nota y enfada, pero si cambiamos la receta en plan alquimia barata, quizá nadie se dé cuenta. Total, ¿quién lee las etiquetas?

Ah, sí, las etiquetas. Esa biblia en miniatura donde nos dicen qué comemos, pero en un dialecto de laboratorio que ni los lingüistas de Oxford descifran sin Google. Y aquí es donde entra en escena la administración y organismos como la OCU, cual madre sobreprotectora del consumidor medio, alertando de que esto podría ser un engaño, un fraude, un atentado contra la gastronomía. 

¿Solución? Obligar a las empresas a poner carteles luminosos del tamaño de una valla publicitaria avisando de los cambios. No vaya a ser que el consumidor tenga que hacer algo tan descabellado como… LEER.

Perdón, igual he sido demasiado radical. Leer. Esa actividad subversiva que nos permitiría descubrir, por ejemplo, que nuestra crema de cacao favorita ha cambiado el cacao por un sucedáneo que huele a cartón mojado, o que el queso rallado ahora lleva más grasa vegetal y  fécula que una papelería entera. Pero no, mejor que nos lo pongan con neones parpadeantes porque, pobrecitos, no sabemos interpretar las etiquetas.

En mi casa siempre se ha dicho: "Si proteges demasiado a un niño, lo crías tonto". Pues aquí parece que las instituciones han tomado nota y han decidido que lo mejor es que los consumidores sigamos en la inopia, alimentándonos de ultraprocesados sin cuestionarnos nada, no sea que aprendamos demasiado y dejemos de tragar lo que nos echen.

Aquí la pregunta es: ¿no sería más fácil enseñar a los consumidores a leer etiquetas y a entender qué demonios están comiendo? ¿Por qué no dar formación nutricional en el colegio? Porque, con todos mis respetos a los matemáticos, conocer los ingredientes de lo que metemos en el cuerpo es infinitamente más útil para la vida diaria que resolver raíces cuadradas.

Pero no, mejor seguimos con el paripé. Que las marcas hagan lo que quieran, que las instituciones hagan como que nos protegen y que los consumidores sigamos como ganado en el supermercado, cogiendo lo de siempre sin cuestionarnos nada. Total, al final del día, si algo sabe más raro, siempre podemos culpar al “chef” de nuestra propia casa. Mientras tanto, disfrutemos de nuestra ‘cheepflacción’, ahora con un 30% más de aditivos y un 100% menos de dignidad gastronómica.

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante