Crónica de un asalto anunciado III

A Bernard le preocupaba más los problemas que le estaba causando la guerra para mantener su parque, que su seguridad personal y la de Adelina

Marco Pascual
Viajero
09 de Junio de 2024
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Marco Pascual en Ruanda. Crónica de un asalto anunciado
Marco Pascual en Ruanda. Crónica de un asalto anunciado

Después de marcharse el amigo que llegó para darle el soplo a Bernad, nuestra reacción fue de sorpresa y alta incertidumbre. Lo primero que pensamos con Paco fue huir de allí lo más rápido posible. Sin embargo Bernad nos había aconsejado quedarnos, pese a las aviesas intenciones que pudieran traer los militares, salir a la carretera de noche aún era menos seguro.  Tuvimos que hacerle caso y quedarnos.

El amigo de Bernad le había dicho que en el pueblo estaba un grupo de militares que había llegado para aprovisionarse de comida y de paso se quedaron a tomar cervezas, pero no sabíamos a qué bando pertenecían, si a el ejército ruandés o a los rebeldes del Frente Patriótico Ruandés. En cualquier caso, sean quienes sean -dijo Bernard-, vendrán con intenciones de pillaje.

Paco preguntó qué íbamos a hacer. Mientras Bernad se rascaba la barriga nos dijo que podíamos ir al bungaló, tomar una ducha rápida y regresar a su casa. Adelina, su mujer, nos prepararía algo para comer allí antes de que anocheciera. Para empezar, esa noche habría que mantener todas las luces apagadas y guardar silencio.

No sabíamos a qué grupo pertenecían ni cuántos eran, Bernad supuso que si sólo habían ido al pueblo a por comida serían un grupo pequeño, lo más probable de los que peleaban en Akaguera. No quedaba otra opción que seguir los consejos de Bernad y hacer lo que él nos dijera, estábamos en sus manos y era en lo único que podíamos confiar.

Camino a nuestro bungaló empezamos con Paco a hacer nuestras conjeturas sobre lo que pudiera suceder cuando llegaran, aunque no costaba mucho imaginarlo: vendrían para asaltarnos. Intentamos mantenernos tranquilos, quizá si les dábamos dinero se marcharían sin más y no pasaría nada, nos dijimos, pero en el fondo era más fácil creer todo lo contrario. Nos preguntábamos cosas como ¿qué pasaría si eran violentos?, ¿si estaban borrachos?, ¿si no les bastaba con robarnos y dejarnos en paz?, ¿y si además de quedarse con el dinero se llevaban el coche con todas nuestras cosas?, cosa bastante probable. Poniéndonos en lo peor, ¿eliminarían las pruebas y testigos que pudieran acusarlos?.  Nos esforzábamos por no perder la calma, pero definitivamente pensar en lo peor era lo que más se pegaba a nuestro pensamiento.

Mientras nos duchábamos no dejamos de hablar, sobre todo discutiendo todos los recursos posibles que podíamos utilizar y qué salidas podíamos tener antes de dejarnos atrapar, aunque eso era fácil deducirlo, estábamos rodeados de agua.  El lago parecía la única vía de escape, los africanos no saben nadar y le tienen miedo al agua, el problema es que en el lago estaban los hipos y los cocodrilos, sería escapar de un peligro para caer en otro quizá mayor.

Nuestra única ventaja era saber que íbamos a ser asaltados, eso nos permitía estar preparados, pero desgraciadamente tampoco nos servía de mucho si no salíamos de allí. Oponer resistencia parecía algo destinado al fracaso, con seguridad ellos serían más y estaban acostumbrados a pelear en la guerra. Bernad nos había dicho que iba a pensar en un plan, pero él solo no podía hacer mucho, si lo eliminaban a él los demás iríamos a continuación. Ocultarnos dentro del parque podía ser más seguro, pero sabiendo que estábamos allí sólo tendrían que esperar a que amaneciera para peinar el parque en nuestra busca, les resultaría tan fácil como cazar animales.

El lago parecía la única vía de escape, los africanos no saben nadar y le tienen miedo al agua, el problema es que en el lago estaban los hipos y los cocodrilo

Le propuse a Paco ocultar el coche y esperarlos dentro de él, seguramente en cuanto llegaran irían directamente a la casa de Bernad y a los bungalós. En ese momento solo tendríamos que poner el coche el marcha y salir zumbando. Paco, sin embargo, no lo vio buena idea. El parque sólo tenía una salida, la misma por la que entrarían ellos, si escuchaban el ruido del motor sabrían que debíamos tomar ese camino para escapar, no les haría falta correr para cogernos, con sus fusiles ametralladores les sería fácil alcanzarnos, seguro que nos dispararían.

Ruanda 24
Ruanda

Salimos del bungaló y lo cerramos, con nosotros cogimos el dinero, que por mi parte no era mucho, las cámaras de fotos, pasaportes y otras cosas de valor. Había tensión y nervios entre nosotros mientras tomábamos el coche para dirigirnos a la casa de Bernad, pero creo que ninguno de los dos pensamos que ese fuera a ser el último de nuestros días. Disponíamos de algunas cosas que podían ofrecernos una pequeña seguridad. Si nos hacían daño, en el pueblo sabrían quienes habían sido y quizá eso pudiera frenarlos. Por otro lado, si les dábamos lo que querían se suprimiría el principal motivo para hacernos algo. Como último recurso, contábamos con el carnet de Naciones Unidas que tenía Paco, quizá mostrándoles esa credencial les hacía recapacitar y retroceder de sus intenciones. Realmente no pensábamos que eso les impidiera robarnos, pero podía influir para conservar el pellejo. Si llegaban borrachos, todo sería impredecible.

De camino al encuentro con Bernad, Paco me recordó lo que habíamos acordado, darles todo cuanto nos pidieran sin oponer resistencia, aunque dependiendo de las circunstancias no era fácil saber cuál podía ser nuestra reacción en el momento real. Paco me decía que yo no hiciera nada, que lo dejara hablar a él, conocía mejor a esa gente y tenía experiencia en el trato con ellos. Creo que en cierta manera Paco se sentía responsable de vernos en esa situación al ser suya la idea de haber ido allí.

Cuando llegamos a la casa, antes de bajar del coche Bernard se aproximó y le dijo a Paco que lo llevara a un lugar concreto y lo ocultara, apartándolo así de la vista de los militares si llegaban a entrar allí.  Yo cogí su equipo de fotografía y entré en la casa, observando que a la entrada se hallaban cinco empleados de Bernad, todos vivían dentro del parque con sus familias, sin duda ellos también nos servirían de ayuda si llegaba a haber una confrontación. Dentro de la casa vi sobre una mesa tres viejos rifles, cajas de balas y cartuchos de caza. El hecho de ver allí las armas preparadas me estremeció.

Dos de los empleados ya estaban apostados vigilando en un punto a la entrada del parque por si se les ocurría llegar antes de anochecer, los demás nos reunimos dentro de la casa.  Adelina había preparado algo de comida, si queríamos comer había que hacerlo ya y sin perder tiempo. A Paco y a mí la tensión nos anudaba el estómago, el hambre era lo que menos nos preocupaba, pero comimos un poco, los empleados en cambio comieron de pie todo lo que Adelina había preparado para ellos. Bernad estaba ocupado en organizar algunas cosas y aún no nos había contado cuál era su plan. Cuando terminó también entró para comer algo antes de que cayera la noche, cuando todos debían estar listos en sus puestos. A partir de entonces las posibilidades jugando en nuestra contra estarían sujetas a dos cosas, a esos hombres y  a la suerte. Delante teníamos un destino cercano e incierto que no podíamos controlar.

En contraste a la tensión que Paco y yo sentíamos estaba la tranquilidad que aparentaban Adelina y Bernard

La diferencia que había en ignorar los acontecimientos que se aproximaban y conocerlos por anticipado era la misma que vivir en la despreocupación o vivir con el miedo pegado al cuerpo. Viendo las armas preparadas era fácil intuir que Bernard pretendía hacer frente a los asaltantes y eso alteraba todas las hipótesis que antes habíamos planteado con Paco. Éramos pocos, las armas viejas y de caza, las municiones escasas, insuficientes para resistir mucho tiempo, había muchas posibilidades de que el desenlace fuese fatal para nosotros. En contraste a la tensión que Paco y yo sentíamos estaba la tranquilidad que aparentaban Adelina y Bernard, no podía creer que pudieran estar tan tranquilos sabiendo que iban a llegar unos militares con ánimo de pillaje y haciéndolo en la noche, cuando la oscuridad ocultaría las acciones que pensaban cometer.

Cuando terminó de cenar, Bernad nos habló para contarnos su plan y darnos instrucciones. Vosotros vais a quedaros aquí en la casa con Adelina, nosotros -dijo refiriéndose a él y sus empleados-, puesto que sabemos qué va a venir y por dónde van a hacerlo, vamos a esperarlos para cortarles el paso.

Cuando Paco le preguntó cómo iba a hacerlo, Bernad le respondió: con esto -dijo señalando los fusiles sobre la mesa.

-¿Estás seguro de que podrás echarlos?, no sabemos cuántos van a venir -argumentó Paco inquieto.

-Tenemos una importante ventaja sobre ellos, querrán sorprendernos, pero la sorpresa se la vamos a dar nosotros -respondió Bernard convencido.

Paco le sugirió si no sería mejor para evitar riesgos darles el dinero y que se marcharan.

-Si no tuviéramos otra solución, sí -respondió Bernard-, pero podemos defendernos antes de que nos asalten, creo que esa es la mejor forma de evitar riesgos. No sabemos qué intenciones traerán, lo que es seguro es que no será una visita de cortesía. Si en lugar de haber regresado a sus puestos vienen aquí es porque piensan que van a obtener un buen botín.  No estoy dispuesto a darles facilidades, si les dejo entrar una vez ya puedo ir despidiéndome de seguir viviendo aquí.

Bernard hablaba con seguridad, aunque eso no garantizaba un resultado favorable a sus deseos.  No quería doblegarse a las intenciones de los asaltantes, menos cuando en ese día había cobrado el dinero por la venta de la carne del hipopótamo, en aquellos momentos de vital importancia para su supervivencia.  A Paco y a mí no nos quedaba otro remedio que confiar en él, indiscutiblemente su valor y experiencia eran mayores a la nuestra.

No quería doblegarse a las intenciones de los asaltantes, menos cuando en ese día había cobrado el dinero por la venta de la carne del hipopótamo

-Tengo cinco rifles -prosiguió Bernad-, con esto podemos pararles los pies. Voy a ponerme en línea con mis empleados con un rifle cada uno, en el lugar que estaremos sólo debe de haber poco más de doscientos metros de ancho, la entrada al parque es un cuello de botella rodeado por el agua de los lagos, como no hay otra entrada será fácil verlos llegar. Vosotros os quedaréis aquí en la casa con Adelina y con dos de mis hombres, ya que no hay rifles para todos. Confío en que podamos rechazarlos, en caso contrario lo mejor es que salgáis de aquí rápido y lo hagáis en la barca, en el lago no os podrán seguir, ya la he repostado de gasolina y está lista. A Adelina le dejo un walkie talkie, si hay problemas la llamaré para decíroslo.

Ese era el plan de Bernard.

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Ruanda

No noté ningún nerviosismo o alteración en él, aunque aún me sorprendía más la serenidad de Adelina, se limitaba a dar por buenas las decisiones de su marido sin cuestionarle o contradecirle en nada, no sé si por docilidad o porque pese en su frágil apariencia escondía un fuerte temperamento. Lo cierto es que demostraba tener suficiente valentía para enfrentarse a una situación así sin demostrar miedo por ello.

Bernad partió con cinco de sus empleados cuando empezaba a anochecer, serían seis hombres y cinco rifles con instrucciones precisas que formarían una línea horizontal para taponar la entrada, descartaban que pudieran llegar por las orillas por la dificultad de andar entre la densa vegetación en esa parte, y más por la noche.  El hombre que no estaba armado se quedaría junto a Bernad para comunicarse con los otros o hacer de enlace con la casa.

Apagamos las luces del interior de la casa como las del exterior quedando todo completamente a oscuras, así empezaba nuestra espera  en la cocina. Me acerqué a la ventana, desde allí se veía el camino de entrada, la noche estaba clara y la luna proporcionaba una apreciable visibilidad. Si los militares llegaban por allí podríamos verlos a ellos o sus siluetas a distancia. 

En aquella situación la espera era dentro de las circunstancias lo que peor llevábamos Paco y yo, la incertidumbre y el miedo envenenaban nuestros pensamientos. Antes no sabíamos las verdaderas intenciones de los militares, hasta dónde estarían dispuestos a llegar. Ahora, en cambio, con la resistencia de Bernard para impedirles la entrada estaba asegurada la hostilidad de nuestro enemigo.  Desconocíamos en qué número vendrían, sólo cabía prever que llegarían armados con fusiles ametralladores y que, si lograban entrar, sólo podíamos esperar su golpe mortal. Estábamos a merced de la suerte o la desgracia.

La espera era dentro de las circunstancias lo que peor llevábamos Paco y yo, la incertidumbre y el miedo envenenaban nuestros pensamientos

Adelina nos pidió que nos sentáramos, que estuviéramos tranquilos, Bernad resolvería el problema.  No sabía cuántos años llevaría Adelina en África, cuánto tiempo llevaría junto a Bernad, lo que estaba claro es que después de estar en África y vivir con él debía estar curada de espantos. Eran una pareja extraña, a simple vista no tenían nada en común, sin embargo se compenetraban a la perfección. La baja estatura de Adelina, su delicadeza y discreción, podían dar la impresión de que era una mujer insignificante. A mí sin embargo me producía un gran respeto. Su entereza nos estaba ayudando a conservar la nuestra.

La vista fue adaptándose a la oscuridad, la luz que desprendía la luna y se filtraba a través de la ventana hacía perceptibles nuestras siluetas y las formas de los muebles. Estábamos en silencio y con el oído alerta a cualquier sonido que proviniera del exterior. A medida que transcurría el tiempo se acercaba más la llegada de los militares. En las tinieblas vimos acercarse el cuerpo menudo de Adelina, nos traía una taza de café preparado a oscuras, a continuación se sentó en un sillón a nuestro lado. Iniciamos una conversación en español eludiendo el asunto que nos tenía allí reunidos, me preguntó dónde estaba Huesca y con las explicaciones de cómo era por aquí nos olvidamos por ese espacio de tiempo de la inquietante situación que estábamos viviendo. Ella también me contó algunas cosas de su vida, me dijo que de Europa sólo conocía Bélgica y París, después se fue a África, donde llegó de cooperante, y allí seguía. Adelina era una mujer llena de bondad, la dulzura maternal con la que se dirigía a nosotros era la primera razón para tomarle aprecio, pero sobre todo porque demostraba ser una buena mujer, era de esas personas que siempre están dispuestas a ayudar a los demás  antes de hacer nada por sí mismas.

La charla con Adelina sirvió para conocerla un poco más y, sobre todo, para distraer el pensamiento de la delicada situación en la que estábamos, sin embargo, por dentro, con el paso del tiempo la tensión se acentuaba.

Sobre las once y media de la noche, manteniéndonos en un silencio absoluto, escuchamos el seco sonido de un disparo, seguido de otro, desencadenándose de inmediato una salva de disparos.  Paco y yo nos levantamos del diván como lanzados por un resorte, los militares estaban allí. Fuimos los primeros en llegar a la ventana para mirar, detrás de nosotros llegó Adelina y los dos empleados que estaban allí, todos miramos por la ventana con la ansiedad de poder descubrir algo. Bernad y sus hombres se encontraban a unos trescientos metros de distancia, pensamos que debían ser ellos quienes habían abierto fuego, pero en realidad no sabíamos lo que había pasado. Lo cierto es que después de esa primera descarga de disparos se hizo el silencio de nuevo.  Todos estábamos atentos por si se producía algún movimiento ahí fuera, pero ni se veía ni se escuchaba nada.

Los empleados corroboraron lo que decía Adelina: esos disparos son de nuestros rifles y no tuvieron respuesta

La tensión se había elevado a su grado máximo, no sabíamos lo que había pasado ni cuál era la situación ahí fuera, lo único que parecía evidente era que habían llegado los militares y esa era la causa de los disparos. Paco le pidió a Adelina que llamara a Bernard por el walkie, pero ella le dijo que esperase, él le había dicho que no lo llamara, si pasaba algo llamaría él.  Algo había pasado, sin embargo no había llamado.

Adelina le dijo que estuviera tranquilo, estaba segura que los disparos los había hecho Bernad y no creía que les hubiera pasado nada. Los empleados corroboraron lo que decía Adelina: esos disparos son de nuestros rifles y no tuvieron respuesta  -aseguraron. De todas formas Paco continuó insistiendo y Adelina estableció contacto.

Tuvieron una breve conversación que todos pudimos escuchar y, efectivamente, Adelina estaba en lo cierto, era Bernad y sus hombres quienes habían abierto fuego al ver llegar a los militares. Fueran del ejército nacional o los rebeldes, los habían rechazado sin que ellos hubieran respondido a los disparos. Bernad dijo que tenían controlada la situación y todo estaba en calma otra vez, pero estarían vigilando la noche entera por si se les ocurría volver o lo hacían con más refuerzos.

Dos horas más tarde fue Bernad quien nos llamó para confirmar que todo iba bien. Refiriéndose a Paco y a mi, nos dijo que podíamos dormir un poco siempre que lo hiciéramos vestidos y calzados.

Si antes había tenido mis dudas sobre la estrategia de Bernad, ahora estaba convencido que había actuado de la forma más acertada, pero de ahí a poder conciliar el sueño como si la cosa estuviera resuelta, lo veía bastante difícil.  A Paco le sucedía lo mismo. Tanto nosotros como Adelina permanecimos en silencio pero despiertos, en cambio pronto escuchamos la acompasada respiración de uno de los empleados y los intermitentes ronquidos del otro, sentados en el suelo y apoyados con la espalda en la pared se habían dormido. Era evidente que a ellos les resultaba fácil prescindir de la preocupación y ponerse a dormir como si nada.  Se suponía que ellos estaban allí para cuidar de nosotros.

Me quedé mirando a través de la ventana, se veía un trozo del cielo punteado de luces lejanas, aún debían pasar varias horas hasta que la luz del amanecer las barriera del horizonte, mi único deseo en esos momentos era poder ver esa transformación. Estar despierto era una penitencia tolerable, soportar aquella espera con la incertidumbre que conllevaba me costaba más.  En compensación, a medida que pasaban las horas camino del amanecer, iba liberándome de la angustia interna.

Cuando llegó, fue el amanecer más preciado de mi vida, poder verlo era el significado de buenas noticias.

Los militares, después de haberles enviado tan contundente mensaje, dieron media vuelta y echaron a correr como conejos asustados

A las siete, con el sol luciendo espléndido, regresó Bernad con tres de sus hombres, a quienes mandó a dormir a sus casas, tomando su relevo los dos que habían permanecido con nosotros. Yo estaba ansioso por saber lo ocurrido y Bernad nos lo relató sentado a la mesa con el rifle apoyado en ella mientras tomaba el café que le había preparado su mujer. Según explicó habían visto llegar a los militares a buena distancia, una patrulla de siete componentes. Iban tan confiados que marchaban sobre las rodadas del camino en dos columnas. Tanto el camino como unos metros a sus lados se encontraban completamente despejados, de modo que los “imbéciles”, tal como Bernad los describió, ofrecían un blanco perfecto.  Sin duda estaban convencidos que a esas horas estábamos todos durmiendo.

Bernad había dado instrucciones a sus hombres para que nadie disparase un tiro hasta  que no disparase él primero, los dejó acercarse  y cuando estaban a unos cincuenta metros tiró dos veces entre las dos columnas, entonces sus hombres también abrieron fuego.  Los militares, después de haberles enviado tan contundente mensaje, dieron media vuelta y echaron a correr como conejos asustados hasta que desaparecieron de la vista.

Cuando terminó de contarlo le pregunté si no le habían dado o herido a ninguno. No habían disparado a dar, dijo. “De haber querido no se me habría escapado ni uno”, apostilló. No quería matarlos, aclaró, a sus hombres le había ordenado disparar a los árboles cerca de ellos. En principio sólo se trataba de asustarlos, darles una advertencia para detenerlos. Si matamos a alguno es cuando habríamos tenido un gran problema, ahora saben que los esperamos y no pueden sorprendernos, no creo que vuelvan,  concluyó.

Por último Bernad nos aconsejó ir a dormir a nuestro bungaló, el peligro había pasado y nos iría bien descansar. Nos aseguró que sus hombres iban a turnarse las siguientes 24 horas para estar en la entrada, podíamos quedarnos tranquilos. Fue lo que hicimos, pero aun entonces nos resultaba difícil conciliar el sueño, creo que nuestro subconsciente no nos dejaba descansar libremente y de alguna manera no podíamos  dejar de  estar en alerta. Después de dos horas decidimos irnos de pesca, quizá así podíamos conseguir relajarnos. Pasamos por la casa para comentar nuestro plan y comer algo antes de salir, Bernad se encontraba durmiendo, Adelina sin embargo seguía despierta, dijo que se acostaría cuando se levantara su marido al mediodía. Entretanto se tenía que comunicar con el walkie talkie cada 20 minutos con los hombres que vigilaban la entrada y comprobar que no se habían dormido. Tuve la impresión de que el frágil cuerpo de Adelina escondía en su reservado carácter una resistencia ilimitada, no había dormido nada durante toda la noche y se encontraba tan fresca.  Antes de salir de pesca nos preparó café y unas tostadas con una mermelada que hacía ella misma.

Tomamos el coche  y fuimos a pescar al otro extremo del parque, allí pasamos el resto de la mañana. Cuando anocheció se repitieron las mismas normas de seguridad de la noche anterior, con la diferencia esta vez que Paco y yo nos fuimos a dormir a nuestro bungaló. De todas formas no nos desnudamos para acostarnos, sólo nos quitamos las botas y nos tendimos vestidos sobre la cama, había que estar preparados en caso de emergencia. Si no sucedía nada, teníamos previsto regresar a Kigali a la mañana siguiente.

Afortunadamente los militares no volvieron a intentar entrar en el parque y tuvimos una noche más tranquila. Pasadas las ocho de la mañana, después que Bernad durmió una hora, estábamos listos para partir. Nos había prometido que nos escoltaría cuando saliéramos del parque. Ordenó a uno de sus hombres subir a nuestro coche con un rifle mientras él nos seguiría detrás con su camioneta, igualmente armado con otro rifle. Al despedirme de Adelina me dio tristeza dejarla allí, en aquel lugar tan aislado y peligroso.

Bernad nos acompañó hasta la última curva antes de llegar al primer puesto de control de los milicianos, allí nos despedimos, no modificó la gravedad de gesto en ningún momento, se mantuvo serio y reservado, sin alegrías ni lamentaciones, creo que  le preocupaba más los problemas que le estaba causando la guerra para mantener su parque, que su seguridad personal y la de Adelina.

Ruanda, diciembre de 1991

 

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