Si ni María Jesús Sanvicente, memoria viva de la Plaza López Allué, había visto jamás a dos ánades deambular por el corazón de Huesca, es que la estampa era, sin duda, un acontecimiento sin precedentes. Este martes por la tarde, antes de las 17:00, dos palmípedos osados decidieron tomarse un descanso en plena plaza, bajo la atenta y atónita mirada de los transeúntes.
Como si fueran turistas primerizos, dos patos -o patas, no sabemos- contemplaban el mundo con calma, sin inmutarse ante los comentarios o las fotos que les hicieron los oscenses que, entre risas y asombro, no daban crédito a la escena.

¿Cómo llegaron hasta allí? Es un misterio digno de una novela de aventuras. Nadie les vio emprender el camino desde el Parque Miguel Servet, su más que probable punto de origen, hasta el adoquinado de la céntrica plaza. ¿Tomaron un atajo oculto? ¿Pidieron indicaciones a las palomas locales, o a los estorninos que disfrutan de ilustrativas panorámicas sobre la ciudad?

Realmente no sabemos el propósito de este deambular por la ciudad con paso firme y decidido. Si algún testigo puede arrojar luz sobre este viaje, que se manifieste.
Ajena a las conjeturas, la pareja emplumada se acomodó en el pavimento mojado. Uno de ellos se acicalaba las plumas, mientras el otro tomaba posición para echar un sueñecito. La fina llovizna que caía no parecía incomodarles; al contrario, parecía formar parte del decorado de su excursión.
Hasta el cura de San Pedro el Viejo, que pasaba por allí con la prisa templada de los clérigos, se detuvo a contemplar la estampa. Levantó la vista al cielo, como preguntando si se trataba de una nueva señal divina. Tal vez era solo un par de ánades con espíritu aventurero, o quizás, una metáfora que nadie acababa de descifrar.