El duelo y el respeto se apoderan de la multidudinaria Procesión del Santo Entierro de Huesca

Mil doscientos cofrades llevan a su destino los pasos hasta alcanzar el Sepulcro la Iglesia de Santo Domingo y San Martín

DH
07 de Abril de 2023
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Procesión del Santo Entierro en Huesca, Viernes Santo. Foto: Myriam Martínez
Procesión del Santo Entierro en Huesca, Viernes Santo. Foto: Myriam Martínez

Los cofrades han desfilado lenta, solemne, respetuosamente. Los unos, con sus cruces en señal de adoración al Cristo Crucificado. Los otros, con sus instrumentos, fundamentalmente tambores y cornetas. Los portadores de los pasos, con la responsabilidad de convertir su esfuerzo en contribución a la dignidad del cortejo fúnebre. Los ha habido de todos los tipos, desde sibilas hasta manolas o la verónica, comenzando por los équites, los caballos que preceden a la gran manifestación de duelo de la ciudad de Huesca, echada a las calles para rendir su último adiós a Jesucristo y la Pasión en la que ha sufrido todo tipo de mortificaciones.

Después del cabo y los cuatro soldados que representan a los batidores romanos, que se han sucedido desde 1865, la Gran Cruz Iluminada acompañada de dos faroles da la luz por la que ha de transcurrin la procesión. Los ministriles han puesto en el aire los sones fúnebres con la que se anuncia la Pasión del Señor. Tras ellos las Sibilas, las profetisas paganas que anuncian la vida, pasión y muerte del señor, tres de ellas persas, otras tantas griegas, y en idéntica cantidad africanas y romanas. Cantan las profecías de Cristo y visten los hermosos diseños del jesuita Martín Coronas.

Ha arrancado también poco después de las siete el grupo Entrada de Jesús en Jerusalén al que ha acompañado la Cofradía de San José, la saga de los carniceros que ya ha alumbrado cinco siglos de profesiones. Ahí emergen personajes del antiguo testamento como Abraham, Isaac, Melquisedec, Moisés, Aarón o David, y el coro de niños hebreos que en domingo de ramos salió a recibir Jesús en un domingo jubiloso.

En el desfile, le sigue el Cenáculo esculpido por Cristóbal Mendoza, reconstruido por Larruy después de que fuera incendiado el original de Cristóbal Mendoza en 1934. Lo luce la Cofradía Salesiana del Santo Cáliz, con las oraciones y súplicas que son alimento de salvación frente a la muerte.

La Oración del Huerto es portado por cofrades de la Vera Cruz y aocmpañado por miembros del Apostolado de la Oración. La obra de Tomás Marqués de 1907 es expresión pura. Lo es también El Prendimiento de Felipe Coscolla de 1930, con un dramatismo singular que recoge los primeros momentos de la Pasión, y es dignamente portado por la Cofradía del mismo nombre.

Un universal es el Cristo de la Columna, también denominado de Nuestra Señora de Salas, del siglo XVIII. Lleva más de setenta años procesionando con la Cofradía de Nuestro Señor Atado a la Columna del Colegio San Viator.

El Cristo Crucificado ha sido sometido antes a La Flagelación, el conjunto erigido en 1902 por Tomás Marqués que llevan cofdrades de la Vera Cruz.

Un símbolo de humillación, la Coronación de Espinas (también de Tomás Marqués de 1902) que es acompañado y guiado por la Cofradía de la Preciosísima Sangre.

El siguiente grupo es el del Santo Cristo de los Gitanos, saetas en las entrañas, amor al Padre y al prójimo, una figura de madera tallada y policromada del siglo XVIII, anónimo. Los 24 costaleros representan el sufrimiento del Señor. Está acompañado por la Cofradía del Santo Cristo de los Gitanos, que este año hace tres lustros.

Ahí viene, justo después, el Ecce Homo ("he aquí el hombre"), otro prodigio de Tomás Marqués de 1902 que con gran devoción lleva la Cofradía de Santiago Apóstol de Grañén, un modelo de entrega y de fe.

El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El Evangelio según San Mateo sirve de marco para la llegada en esta tarde oscense de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la imagen de 1950 del navarro Fructuoso Orduna que se venera en el convento de Nuestra Señora de la Asunción (Carmelitas calzadas), portaado por 24 costaleros de la Real Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

El recorrido procesional ya va superando la salida, encaminado por el Coso y Ramiro el Monje hacia la Catedral. La Caída de Jesús en la Calle de la Amargura, que lleva la firma de Tomás Marqués en 1906, es sostenido por cofrades de la Vera Cruz.

Y luego va la Guardia Pretoriana de los soldados romanos que desfila desde 1865 y recuerda la cohorte que acompañó a Jesús hasta el Calvario, con su armadura completa y su lujoso vestido. Un cabo o centurión y veinte soldados astiarios de lanza junto a tambores y clarines. Hacen el servicio de Guardia al Cristo Yacente.

La Verónica, otra joya de Felipe Coscolla (1924) también es portado por cofrados de la Veracruz junto con cofrades femeninas.

Y uno de los pasos más espectaculares, la hercúlea formación de La Enclavación, de Felipe Coscolla de 1928, con una exhibición del reflejo de las musculaturas. "Eres el más bello de los hombres... El Señor te bendice eternamente". Le acompaña la Cofradía de Santiago de Huesca.

Las Siete Palabras hermosamente dichas la madrugada anterior, iluminadas por el testamento espiritual de Cristo ("Padre, perdónales porque no saben lo que hacen") iluminal el Santo Entierro. 

El Calvaro de Tomás Marqués (1902-1904) con la Cofradía del Santo Cristo de los Milagros y San Lorenzo Mártir (este año cumple 120 años) trae el mensaje de que Cristo murió por nuestros pecados.

Y ya se viene por todo el trazado, hasta la Catedral, por Santiago, Lizana, el Coso, el Santo Cristo de la Esperanza, la antigua talla de madera del siglo XVII que procesiona sobre peana cubierta de claveles rojos soportada por 18 portadores. Todo el año preside el altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, y la acompaña la Cofradía del mismo nombre de la obra.

El Cristo del Perdón, la talla de 1695 de Pedro Nolivos, es la metáfora de la Muerte de Jesucristo, portada por treinta costaleros de la cofradía del nombre de la talla.

La Dolorosa sigue en la relación con esa imagen de Vicente Vallés que acompaña la Cofradía de la Dolorosa y la Vera Cruz. Le acompañan las "manolas", esta vez sin un mito como es Cleofé Pérez, que ha procesionado desde 1986 hasta 2022. Riguroso luto, peineta y mantilla que aportan elegancia y severidad.

Ya viene el Descendimiento, el grupo de Felipe Coscolla que cumple cien años y al que acompaña la Cofradía de El Descenimiento y las Lágrimas de nuestra Señora.

En el particular rosario de pasos y cofradías, sigue La Piedad de la Virgen, de los artistas oscenses Francisco y José Raluy, portado por cofrades de la Vera Cruz con la compañía de la Asociación de Amas de Casa.

Los niñoz, soin su candidez, llevan el pebetero de incienso que rememora los entierros hebreos con la quema de incienso, aloe y mirra.

Una imagen imponente, desoladora, que refuerza la grandeza del Hijo enviado por Dios para redimir a los hombres. Es el Cristo Yacente que nos recuerda que nada nos puede separar del amor de Cristo. Todos se persignan al paso de esta madera policromada modelada por José Capuz y tallada por Eduardo del Pino, que adquirió la Archicofradía en 1960. Proceisona sobre peana del escultor Cristóbal Mendoza de 1865 y restaurada en 2013 para que pudiera ser portada por 12 costaleros de la Vera Cruz. Durante todo el año se venera en Santo Domingo y San Martín, donde está el principio y el final. Los cofrades se saludan efusivamente. Su misión, entre terrenal y divina, ha sido un éxito.

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