Han pasado cerca de quince días desde que volvimos de Ucrania. En el último artículo que os escribí, antes de volver a España, quedó en que veremos la experiencia vivida los días 23 y 24 de noviembre. Para muchos de los que fuimos, especialmente para mí, esos dos días fueron muy conmovedores, con una rica experiencia, marcando un antes y un después en mi vida. La verdad es que hubo una serie de acontecimientos que removieron lo más interno de mi persona. Desde que regresé de Ucrania, no ha pasado ni un solo día en que no deje de pensar en el deseo de volver a aquel país.
JUEVES, 24 DE NOVIEMBRE
Ya con la mayoría de los alimentos dentro de Ucrania, que, gracias a Miguel, nuestro amigo rumano, y el equipo de Dumbrâveni (Pepe, Valentín, Luis y Javi “el taxista”) lograron introducir el día miércoles 23 de noviembre, llegaba el momento de organizar las actividades de los días restantes.
Irina, la voluntaria que nos acompañó en todo momento, quiso llevarnos a un orfanato que estaba a unos 60 kilómetros de la ciudad ucraniana en la que el resto del equipo nos hospedábamos. El miércoles por la noche organizamos la actividad del día siguiente con el equipo que se encontraba en Rumanía. Era el momento de reencontrarnos y celebrar, en la mismísima zona de guerra, que habíamos cumplido con los objetivos planteados.
Desde que empezó oficialmente la guerra, los ucranianos han buscado alternativas técnicas para despistar a los rusos; una de ellas es la manipulación de las geolocalizaciones reales de los sistemas operativos de iOS y Android. Esta táctica implementada, más los inconvenientes de la aduana fronteriza, hizo que retrasáramos el reencuentro que estaba pautado a primera hora del día jueves. Entre el nerviosismo y el deseo de reagruparnos nuevamente las horas pasaron volando. Cerca de las dos de la tarde, ya todo el equipo reunido, emprendimos el viaje que nos llevaría hasta el orfanato.
“IMPOTENCIA”
Según Irina, aquel orfanato distaba unos 55 kilómetros de la ciudad… pero fueron interminables… dos horas entre caminos de tierra, barro, nieve y demás infortunios. Por fin logramos llegar al campamento de verano que ha sido adaptado y puesto al servicio de los más vulnerables. Escondido entre un bosque descubrimos un lugar precioso, en donde hace vida un grupo de niños, niñas y adolescentes, que han sido víctimas de esta desgraciada guerra. Allí la paz, la fraternidad, el voluntariado, la colaboración, el encuentro –y demás artículos determinados que queráis agregar, en consonancia con los anteriores-, reinan… queriendo distraer la mente de aquellos niños que a ratos lloran la ausencia de sus padres. Los mayores ayudan a los menores en sus deberes… sin luz y con velitas en las mesas… todos se sienten corresponsables: cocinan, cortan y almacenan leña, lavan la ropa, etc.
Creo que todos sabemos lo que se experimenta cuando el sentimiento de impotencia se apodera de nosotros. Impotencia fue lo que sentí, cuando en medio de aquel bosque perdido, me descubrí bendecido. ¿Cuántos vivimos como reyes? En casa lo tenemos todo: calefacción, agua caliente, comida, internet, electricidad, cama… El equipo “salvador”, como nos titularon el día en que nos embarcamos en esta aventura, descubrió que existen otros salvadores mayores, que están allí acompañando y velando por los más vulnerables, por lo que viven aquella desgracia que no deseamos ni a nuestro peor enemigo.
¿QUÉ ESTOY HACIENDO?
Los “salvadores” aparecimos, nos tomamos unas fotos, hicimos algunos vídeos, cantamos y desaparecimos. Menos de una hora estuvimos allí. Me sentí como un impostor, alguien que llega para sacar provecho de aquella realidad. Claro está: nuestro objetivo era otro y lo habíamos logrado, pero aquella realidad me dejó abrumado y desconcertado.
¿Qué estoy haciendo? Hace falta un poco más. Sólo hemos llevado una pequeña colaboración, algo insignificante, algo meramente material. Nosotros regresamos a seguir con nuestras vidas, pero ellos se quedan, esperando que el sueño de ser libres se dé de verdad, rogando al Dios del Universo que esta maldita guerra termine. Los rostros de aquellos niños son el reflejo de la pena que arrasa toda una sociedad herida por el fratricidio y la enemistad.
Me pregunto por el futuro de estos pequeños. Algunos lograrán vencer el odio, el rencor, la rabia, la impotencia… y se convertirán en el símbolo del perdón para toda una sociedad… pero otros –con deseos de equivocarme-, caminarán cabizbajos, entristecidos, encolerizados… convirtiéndose en la amarga y cruel realidad de un futuro poco venturoso. ¿Culpables? No. Ellos son víctimas y como víctimas tendrán que aprender a construir su propia historia. Pero no debemos dejarlos solos. Tenemos mucho por hacer, por construir… necesitamos implantar canales de humanización, de reconciliación, de perdón… Lo que hemos hecho hasta ahora es el principio: hemos llevado alimento material, pero más adelante habrá que llevar el espiritual, ese que hace que las personas sean capaces de comprender, aceptar y seguir adelante.
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS…
Todo el equipo de este segundo viaje: Javi “el cabo”, Valentín, Pepe, Luis, Javi “el taxista”, Just “el médico”, Natalia “la traductora” y yo, “el cura”, junto con los que nos recibieron en Rumanía (Miguel y su esposa Violeta) y en Ucrania (Irina y Máximo) … queremos daros las gracias. Gracias a todos los que habéis hecho posible este viaje. Desde el que aportó generosamente los 4.000 Euros hasta el que dio 5 Euros… sin vosotros esta misión no se hubiera hecho posible.
Gracias al Grupo Sesé por su colaboración, al chófer; gracias a las conserveras de Autol (Cidacos, Elorrio) y la Rioja oriental por los 24.000 kilos de alimentos; gracias a todo el Sobrarbe y Alto Gállego; gracias a todos los que, desde su anonimato, en lo poco o en lo mucho, han colaborado con esta expedición.
Gracias a nuestras familias por soportarnos y apoyarnos en “semejante locura”, que más que locura ha sido una experiencia gratificante y alentadora. Gracias a nuestros amigos, los que nos han animado y apoyado en cada momento. En particular, como sacerdote, quiero agradecer a mi Obispo, don Julián, a mis compañeros del arciprestazgo de Biescas, a las hermanas del Pilar, que residen en Broto, y a Jorge, un sacerdote amigo de Valencia, que en mi ausencia vino para cubrirme pastoralmente.
Pero especialmente, gracias al “Diario de Huesca”, por cubrir este viaje, sin duda alguna, sin vuestra colaboración, esto que os acabo de contar, sería otra historia.