Aunque la salud mental ha ganado visibilidad en los medios de comunicación, el estigma persiste; y para muchos jóvenes sigue siendo difícil reconocer y expresar su malestar. Esta realidad se refleja en las redes sociales, donde, por un lado, se proyecta una imagen de felicidad y perfección, y por otro, se normaliza la autolesión como una forma de manifestar el sufrimiento.
Muchos adolescentes minimizan sus emociones o sienten culpa al compartirlas, temiendo ser percibidos como débiles o exagerados. Esta contradicción dificulta la expresión emocional y el acceso a apoyo profesional, ya que, mientras ocultan su malestar, algunos exhiben el sufrimiento físico en busca de validación social.
Eva Mayayo advierte que los trastornos de la conducta alimentaria no solo persisten tras la pandemia, sino que ahora aparecen a edades más tempranas. Las redes sociales influyen en este fenómeno al exponer a los jóvenes a ideales de belleza irreales. Los adolescentes, especialmente las niñas, carecen de herramientas para cuestionar estos mensajes y, en algunos casos, sienten la necesidad de ajustarse a esos estándares, lo que puede desencadenar problemas de autoimagen y alimentación.
Según Mayayo, las redes sociales se han convertido en un espacio fundamental de interacción, pero "no todos los jóvenes tienen la madurez emocional para filtrar los mensajes que reciben". Esta falta de criterio crítico aumenta la vulnerabilidad ante la presión social y las expectativas irreales. Aunque algunas familias aplican controles parentales, otras desconocen cómo funcionan estas plataformas, y los adolescentes quedan más expuestos a influencias negativas.
La psiquiatra destaca que "la idealización de la felicidad" en las redes crea una visión distorsionada de la realidad. Los jóvenes tienden a mostrar solo los aspectos positivos de su vida, ocultando sus dificultades emocionales, lo que "agrava el malestar psicológico" y dificulta la búsqueda de apoyo profesional o familiar.
Aunque algunos progenitores confían en la madurez y responsabilidad de sus hijos e hijas, muchos no saben cómo limitar los contenidos en internet. Los niños de 9 o 10 años no tienen la capacidad suficiente para gestionar adecuadamente estos entornos digitales.
Mayayo también señala que el acoso escolar sigue siendo un problema frecuente, aunque los jóvenes no siempre lo verbalizan en el momento. Es común que, al llegar a la educación secundaria, relaten experiencias de acoso sufridas durante la primaria, pero lo hacen cuando ya presentan algún tipo de sintomatología o en el marco de un protocolo de prevención del suicidio.
A pesar de los programas de sensibilización en los centros educativos y las intervenciones psicoeducativas, muchos estudiantes tienen miedo o vergüenza de hablar del acoso. Creen que contar su situación puede empeorarla, ya sea por una comunicación inadecuada por parte de los profesores o por temor a represalias de los agresores.
No obstante, la psiquiatra destaca que las intervenciones en los casos visibilizados suelen tener un impacto positivo. Los jóvenes que reciben apoyo reportan mejoras significativas, aunque en ocasiones el acoso puede repetirse con el tiempo o por parte de otros compañeros, especialmente si la víctima es percibida como más vulnerable.
El ciberacoso también está presente en las redes sociales, aunque en un porcentaje menor. Estas plataformas se han convertido en la principal forma de interacción entre los adolescentes, lo que dificulta controlar su uso. Por un lado, permiten mantener el contacto con amigos, pero, por otro, pueden ser un medio para ejercer hostigamiento de manera más discreta, fuera de la vista de adultos o personal educativo.
Mayayo concluye que la responsabilidad individual de los jóvenes en el uso de las redes es difícil de gestionar, ya que estas herramientas forman parte esencial de su forma de relacionarse, lo que aumenta la complejidad de prevenir el acoso.
¿ES LA ADOLESCENCIA O HAY UN PROBLEMA?
Los cambios de comportamiento en adolescentes, como el aislamiento, pasar demasiado tiempo en su habitación o mostrar irritabilidad, pueden formar parte del desarrollo, pero también señalar un problema emocional. Eva Mayayo destaca que es fundamental que las familias estén atentas a estas señales, ya que si persisten o se intensifican, podrían reflejar que algo no está bien.
Cuando una persona joven deja de disfrutar actividades que antes le apasionaban, como practicar deportes, ver películas o socializar, es importante prestar atención. La especialista recomienda no asumir que estos cambios son normales en la madurez, sino hablar de forma abierta y crear un ambiente de confianza donde pueda expresar lo que siente. "No hace falta acudir directamente a un psicólogo o psiquiatra, pero sí es fundamental hablar con el hijo, observar qué está pasando y ver si los cambios se notan solo en casa o también en el entorno escolar o familiar".
Existen señales de alerta que no deben ignorarse. Estas incluyen el aislamiento social, evitar a amistades o rechazar la interacción familiar; cambios en el estado de ánimo, como irritabilidad o tristeza sin causa aparente; desinterés por actividades habituales, y alteraciones en el sueño o el apetito, como dormir más de lo normal o tener dificultades para conciliar el sueño.
Si la persona adolescente no está dispuesta a hablar, la psiquiatra aconseja buscar apoyo profesional. En ocasiones, ocultan su malestar para no preocupar a sus familias, por lo que es vital no minimizar estas señales. "El simple hecho de estar ahí y escuchar es fundamental". Sentirse comprendida aumenta la probabilidad de que busque ayuda y empiece a procesar lo que está viviendo. Mayayo enfatiza que el acompañamiento emocional es clave en la recuperación, ya que saber que alguien está disponible brinda alivio.
Hablar de salud mental de forma abierta es esencial para que las personas jóvenes no se sientan solas. La intervención temprana y el apoyo constante pueden marcar una gran diferencia en su bienestar. "Siempre se puede hacer algo, aunque no sepamos qué. El hecho de estar ahí y brindar apoyo es fundamental para su bienestar".
Situaciones como una ruptura amorosa, una pérdida familiar o un conflicto con amistades pueden afectar emocionalmente. Por eso, mantener una comunicación abierta les ayuda a sentirse seguras para expresar lo que sienten. "Es normal sentirse tristes o nerviosos, pero deben sentirse cómodos para hablar de ello", explica.
Los cambios emocionales no ocurren de un día para otro. En lugar de esperar a que el problema se agrave, es esencial estar alerta y ofrecer un espacio seguro para que compartan sus emociones. Muchas veces no buscan ayuda por temor a preocupar a sus familias, pero el simple acto de escuchar y estar presentes es fundamental.
Eva Mayayo subraya que la prevención en salud mental es crucial. No se trata solo de actuar ante un problema grave, sino de acompañar desde el principio. Familias y sociedad tienen la responsabilidad de ofrecer apoyo emocional y estar atentas a cualquier señal de alerta, sin esperar que quienes lo necesitan pidan ayuda por sí mismas.
Aunque los recursos en salud mental infantojuvenil son limitados, destaca la importancia de la intervención temprana y de dar visibilidad a estos problemas. "Es importante que la salud mental infantojuvenil se trate como una prioridad, ya que la salud emocional de los jóvenes de hoy será la base de la salud mental de los adultos del futuro", concluye la psiquiatra.